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Merkel no suelta el mando
Si Francia hubiera mantenido su pujanza económica, un verdadero eje París-Berlín hubiera atenuado la fortaleza de la canciller en Europa
enrique serbeto
Entre enero de 2010 y junio de 2012, el secretario norteamericano del Tesoro, Timothy Geithner, se ha entrevistado más de cincuenta veces con el responsable del Banco Central Europeo y en más de cuarenta ocasiones con el ministro alemán de finanzas. Es decir, Fráncfort y ... Berlín concentran un nivel de relaciones con la administración norteamericana cinco veces superior a la suma de todos los responsables comunitarios de Bruselas. La crisis de la zona euro ha cambiado el centro de gravedad de la Unión Europea y aunque la canciller Angela Merkel aún tiene que venir en las cumbres a la sede del Consejo en el edificio «Justus Lipsius» del barrio europeo de Bruselas, nadie duda ya sobre quién manda en las reuniones.
«Por supuesto que Alemania juega cada vez un papel más importante. Tiene la economía más poderosa y, por eso mismo, sus principales intereses están puestos en el proyecto europeo, así que es lógico que ejerza una influencia considerable. Si Francia hubiera tenido mejores datos económicos y hubiera mantenido su competitividad, el eje París-Berlín habría mantenido un mayor equilibrio, pero por ahora es Alemania el país que puede ejercer un papel de liderazgo», según reconoce una fuente cercana a José Manuel Barroso. «Para eso está precisamente la Comisión Europea, para evitar que un país solo imponga su “diktat” a todos y para salvaguardar los intereses comunes».
Desde su fundación, la Unión Europea ha sido un proyecto destinado precisamente a mantener a las dos grandes potencias continentales, Francia y Alemania, alejadas de la confrontación y unidas por intereses compartidos. Las instituciones fueron diseñadas bajo el principio de la más absoluta paridad entre los dos países, hasta que el Tratado de Lisboa impuso finalmente un sistema de votación que, por primera vez, tenía en cuenta la población de cada país. Para el país germano esto supuso que se reconocía, 19 años después, su anexión de la desaparecida República Democrática Alemana, con más de 14 millones de habitantes.
Esa Alemania que es ahora el país más grande de la UE ejerce una influencia indiscutible en un entorno en el que Francia, al contrario, parece haber emprendido el camino del declive económico.
«El problema no es Alemania», insiste el austriaco Hannes Swoboda, líder del grupo socialista del Parlamento Europeo; «el problema es el gobierno que tiene actualmente Alemania, que cuenta con una visión desenfocada de los problemas». Para este intelectual tranquilo, lo peor de todo es la política de austeridad inspirada a su juicio «por la falsa idea de que fue la inflación lo que permitió la llegada al poder de los nazis, mientras que en realidad fue el desempleo». Sin embargo, en esta crisis «los medios de comunicación germanos se han convertido en euroescépticos, algo que no había pasado nunca antes, y que me parece un mal síntoma. Por eso espero que después de las elecciones veamos a una Alemania diferente. Antes de las elecciones, desde luego, no espero ningún cambio en este sentido».
Una Europa alemana
La cuestión para muchos es que durante el último medio siglo se ha intentado tener una Alemania europea y ahora resulta que está emergiendo una Europa cada vez más alemana. Se dice incluso que el célebre eje franco-alemán ya no es más que un artificio decorativo para que Francia pueda disimular sus propios problemas. Mientras aparezca al lado de Alemania, las posiciones galas aún resultan creíbles, aunque todo el mundo sabe que entre la canciller Merkel y el presidente socialista francés Francois Hollande no hay nada parecido a lo que se conoce como «química». Aunque se sabe que no están de acuerdo en lo esencial (sobre todo en la preeminencia Francia no es el único país europeo cuya posición se ha debilitado.
España e Italia no están en una mejor situación a la hora de ejercer de contrapeso y Gran Bretaña, por su parte, se ha sumergido en el estéril debate sobre su condición de miembro de la UE, lo que lejos de aumentar su influencia, la deja como un mero actor marginal de oposición euroescéptica. En los hechos se aleja cada vez más de los centros de decisión europeos: el partido conservador se divorció del Partido Popular Europeo y Cameron prefirió dejar a Londres fuera del Pacto Fiscal que es la base del proceso de unificación económica y presupuestaria que Alemania ha impuesto a los socios comunitarios, con lo que ni siquiera puede participar en las negociaciones.
Desde el continente, aunque Mariano Rajoy y Mario Monti han tratado de sumar fuerzas para intentar formar un cierto contrapeso ante la apisonadora germana, Angela Merkel no ha dudado en pararles los pies, incluso en ocasiones tan bruscamente como en la última cumbre europea, cuando cerró la puerta por su cuenta a la recapitalización directa de los bancos españoles, después de que Rajoy hubiera salido de la reunión pensando que quedaba medio abierta.
Para los teutones, el caso de Grecia ha sido el detonante de una exasperación acumulada durante décadas. En la última década, Berlín ha hecho sus propios ajustes (a veces sin respetar los criterios de reducción presupuestaria que ahora exige a los demás) mientras los países del sur nadaban en un océano de liquidez barata, en parte provocada por la propia política de control de gastos en Alemania.
¿Y Grecia?
Lo que temen algunos expertos en Bruselas es que esta situación, alimentada por una Prensa lanzada al euroescepticismo, acabe alzando un sentimiento de arrogancia que los alemanes habían olvidado después de la II Guerra Mundial. Sin embargo, hasta que Alemania no ha manifestado clara y expresamente que prefiere que Grecia permanezca en el euro a forzarle a abandonar la moneda única, la cuestión no ha estado clara para los mercados.
El ambiente de la visita que hizo Angela Merkel a Atenas fue la expresión de esa situación en la que los griegos le atribuyen a Berlín la causa de sus dolores de cabeza y al mismo tiempo el poder de poner fin a sus tribulaciones. Incluso las violentas manifestaciones de protesta fueron un símbolo de que los griegos atribuyen a Alemania el poder real, muy por delante de las propias instituciones europeas, cuyos representantes no viajan a la capital griega y si lo hacen son objeto de una atención relativa.
En la Comisión Europea se trabaja con la tesis de que Alemania tratará de conllevar esta situación mientras en los centros de decisión políticos y económicos germanos se mantenga la certeza de que el grueso de sus intereses está en Europa y no en otros escenarios emergentes como China. Pero por ahora, la canciller Merkel personalmente solo piensa en que cualquiera que sea el futuro, este pasa por que ella sea reelegida una tercera vez en noviembre del año que viene, para defender los cambios que cree que ha logrado introducir en Europa y para consolidar las transformaciones en Alemania.
Eurobonos, eterno debate
El pasado miércoles se pudo comprobar con su visita al Parlamento Europeo en Bruselas como su comparecencia atraía más interés por parte de los eurodiputados que las del presidente de la Comisión, José Manuel Barroso, o las del presidente del Consejo, Herman Van Rompuy. A pesar de que no representaba ni siquiera la presidencia rotatoria, los parlamentarios le escucharon a pies juntillas rechazar todas sus peticiones de que acepte crear los eurobonos para poner fin a la crisis de la deuda, o de que le dé un poco más de oxígeno a Grecia para permitir a la población un respiro entre tanto recorte presupuestario . La impresión en la sala era que realmente estaban hablando con la representante del poder real, en opinión de un eurodiputado.
En esa comparecencia, Angela Merkel explicó además, cual es su idea del futuro de la UE, «una Europa federal en la que la Comisión sería una especie de gobierno comunitario, el Consejo Europeo algo parecido a un Senado y el Parlamento una cámara con poder legislativo». Todos son propósitos que endulzarían los oídos de los espíritus de los padres fundadores, si no fuera porque es evidente que se planean en un escenario en el que Alemania tendría una influencia arrolladora en todas las instituciones que se pusieran en marcha.
Con su superioridad numérica, ya domina el Parlamento y el Consejo, pensando en una Comisión que debería estar supeditada a la supervisión de estas dos cámaras . Alemania ha grabado en mármol el principio de que no compartirá las deudas de otros hasta que estos no compartan la soberanía. Incluso ahora que esas estructuras todavía no existen en la forma en las que Merkel imagina, el resto de los países hace tiempo que bailan al ritmo de la música alemana, y no solo la que pueda tocar la canciller Merkel, sino las demás instituciones germanas.
Desde el Tratado de Lisboa, la sentencia del Tribunal Constitucional alemán ha sentado la jurisprudencia sobre los elementos cruciales de cada paso que se ha dado después en la Unión Europea y marcarían la revisión de los tratados que también propuso Merkel en la Eurocámara. Incluso el Pacto Fiscal, cuya ratificación ha costado un gran esfuerzo político en muchos países (empezando por Francia) que no pudo considerarse válidado hasta que los jueces de Karlsruhe no dieron el visto bueno, siguiendo una denuncia de inconstitucionalidad por parte de un grupo de diputados.
Cada operación de ayuda a países en crisis ha tenido que ser validada por el Bundestag, que ha transformado esas operaciones de elemental solidaridad intereuropea en un debate parlamentario interno en el que ciertas fuerzas, como el Partido Liberal (FPD), tratan de levantar cabeza a base de envenenar el debate denunciado un supuesto expolio del dinero de los contribuyentes.
Estos vientos de división en la coalición de centro-derecha que sostiene el gobierno de Merkel no evitarían que en caso necesario la canciller pudiera encontrar el respaldo suficiente para las nuevas inyecciones de dinero que necesita urgentemente Grecia y los fondos que podría necesitar España o Italia en caso de que estos países lo solicitasen, acudiendo simplemente a apoyo de la oposición socialdemócrata y verde.
Pero un tercer mandato a base de una «gran coalición» no es el objetivo de Angela Merkel. Aunque tal vez tenga que resignarse a ello, por ahora la canciller está tratando de buscar una fórmula que le permita dar la vuelta a la situación, sin pararse siempre a pensar en las consecuencias que estas dudas pueden llegar a tener para los demás países.
Eso explica que después de una larga preparación para que mañana lunes los ministros de Economía del Eurogrupo estudiasen el siguiente tramo de ayuda que Grecia necesita con urgencia, hubiera bastado con unas declaraciones del ministro alemán de Economía, Wolfgang Schaeubler, el pasado jueves por la noche, diciendo que «esa decisión no será esta semana para que todos los demás países de la zona euro cerrasen la carpeta de Grecia, sabiendo que así será. Los griegos pueden necesitar el dinero con urgencia, pero el calendario alemán es prioritario».
Los problemas del BCE
Incluso el Banco Central Europeo, cuya localización en suelo alemán no es en absoluto casual, tiene problemas para mantener su sacrosanta independencia respecto al país que le acoge. El pasado 24 de octubre, Mario Draghi tuvo que ir al Parlamento germano para tratar de convencer a los diputados de que lo que está haciendo con la operación de liquidez (OMT) para comprar deuda de países como España o Italia no amenaza la inflación ni representa una mutualización ilimitada de la deuda.
Pero ni siquiera le habían invitado, sino que reclamó él mismo acudir a Berlín para intentar convencer a los diputados, a los que atribuyó precisamente con su presencia allí, y no en Bruselas, el poder real en esta Europa de la crisis económica.
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