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Más allá del conflicto presupuestario en Washington, ¿qué lugar debe ocupar el Estado?

¿Hasta qué punto corresponde a los que han sido elegidos por el pueblo tolerar el aumento constante de las exacciones públicas?

Más allá del conflicto presupuestario en Washington, ¿qué lugar debe ocupar el Estado? cáneba

guy sorman

La congelación presupuestaria que afecta a la Administración central de Estados Unidos es un melodrama que no perturba ni a la economía estadounidense, ni a la economía mundial. El pavor que se apodera de los observadores y de los analistas en Europa o en ... el propio EE.UU. se debe bien a la postura política, o bien a la incomprensión de las instituciones estadounidenses. Visto desde el exterior o por los no iniciados, resulta difícil admitir que unas administraciones civiles y militares se paralicen y que se deje sin sueldo a sus trabajadores porque el Congreso de EE.UU. se niega a aumentar el gasto del Estado federal. Pero la situación no es nueva: el Congreso de mayoría republicana privó de presupuesto a Bill Clinton en su época, y el primer presidente de EE.UU., George Washington, tuvo que suplicar en varias ocasiones al Congreso que tuviese a bien financiar a su Ejército . El presidente no hace más que «ejecutar» un presupuesto que le asignan los representantes del pueblo. En la práctica, estos bloqueos afectan poco a las administraciones esenciales; el gesto del Congreso y sus consecuencias son más bien simbólicos, como por ejemplo el cierre de la visita a la Estatua de la Libertad . Estos representantes, de todos los partidos, son lo suficientemente responsables para no prolongar la congelación del gasto hasta afectar de verdad al país o reducir la capacidad de EE.UU. de endeudarse a precios bajos en el mercado mundial de capitales.

Es un conflicto simbólico, ¿pero qué simboliza? Casi todos los analistas europeos que se ponen espontáneamente de parte del Estado, acostumbrados a esperar todo de él, consideran que el Congreso estadounidense se ha convertido en rehén de unos extremistas, de ese Partido del Té surgido de un Estados Unidos arcaico y prácticamente anarquista. Este es, por supuesto, el discurso de los demócratas partidarios de Barack Obama. Denuncian un delirio ideológico y las maniobras evidentemente políticas de, en su opinión, un puñado de extremistas. ¿Qué hay de cierto en ello? Sabemos que el origen de esta congelación del gasto público, que podría verse acompañada dentro de poco por la negativa a aumentar el límite de la deuda pública, se encuentra en los dos conflictos que enfrentan a los republicanos partidarios de un Estado mínimo y a los demócratas: uno, sobre el incremento constante del gasto público; y, el otro, sobre la generalización de los seguros sociales, u «Obamacare» .

Visto desde Europa o desde el bando de los demócratas («liberal» en el vocabulario estadounidense), ¿cómo osan rechazar una ley que solo obliga a los estadounidenses a suscribir un seguro médico de su elección? ¿No es la rebelión contra el Estado en EE.UU. fruto exclusivamente de los cálculos electorales, del odio hacia Barack Obama y del egoísmo de las clases medias acomodadas? En parte, sí, pero no solamente. Y este conflicto no es solo local, no es solo estadounidense. En función de que la minoría contraria al Estado logre o no bloquear en su nivel actual el gasto público, e incluso reducirlo, y de que esta minoría logre o no restablecer el derecho de no asegurarse en absoluto, la sociedad estadounidense se verá afectada profundamente como se vio afectada a principios de la década de 1980 por la «Revolución conservadora» de Ronald Reagan . Recordemos que ésta, al restablecer la primacía del mercado y de la empresa sobre el Estado, cambió el curso de la economía estadounidense. Por mimetismo, a continuación se produjo en Europa una cierta «des-socialización» y una privatización. Asimismo, más allá de las circunstancias estadounidenses y singulares de la «paralización», la pregunta que plantean los que se oponen al Estado es fundamental: ¿hasta qué punto corresponde a los que han sido elegidos por el pueblo tolerar el aumento constante, sin límites fijados de antemano, de las exacciones públicas? Estas superan el 50% en toda Europa y alcanzan el 33% en EE.UU. ¿Es una sociedad mejor, más eficaz y más solidaria porque la burocracia pública la dirige? ¿O habría que confiar más bien en la iniciativa privada, mercantil y no mercantil (mediante la filantropía en concreto) para mejorar el bien común?

Sin duda alguna, el conflicto actual se resolverá mediante un compromiso intermedio, pero su razón fundamental no desaparecerá. Y si admitimos que la incertidumbre más importante que se cierne sobre las economías occidentales es el carácter imprevisible de los Estados , convendría, en algún momento, limitar mediante las Constituciones, tanto en EE.UU. como en Europa, no el déficit público, sino el tipo máximo de las exacciones públicas. Solo esta limitación podría restablecer el dinamismo occidental, y ese es el significado profundo de este conflicto estadounidense que no es solo partidista ni solo estadounidense.

Más allá del conflicto presupuestario en Washington, ¿qué lugar debe ocupar el Estado?

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