La travesía de Perucho, de la gloria olímpica a resurgir del olvido

Tras ganar el oro en los Juegos de 2008, a Perucho se le empezó a torcer todo. El cambio de distancias olímpicas -se pasó de los 500 metros a los 200- le perjudicó y poco a poco su presencia en el equipo nacional se fue diluyendo. Tampoco ayudaron los turnos del trabajo ni algunos problemas personales, como la muerte de su madre. Tanto le afectaron las dificultades que su última participación en un gran campeonato fue el Mundial de 2013. Desde entonces, aunque Perucho nunca dejó de remar, jamás estuvo entre los mejores hasta hace unos meses, cuando todo cambió. «Tuve unos años en los que me liberé un poco y no me cuidaba como lo hago ahora. Llegué a ponerme en 93 kilos (su peso ideal de competición son los 85) y me dediqué a remar para disfrutar. Desconecté un poco y me vino bien esa liberación, porque ahora vuelvo a sentirme muy bien», explica a ABC, a pocas horas de volar a Canadá.

Ambos forman un dúo singular. Perucho, 43 años y con una carrera plagada de éxitos (oro olímpico y ocho medallas mundiales), busca su redención; Roi, uno de esos talentos puros del piragüismo nacional, quiere su primer metal en un Mundial después de años persiguiendo esa alegría sin éxito. Ambos se encontraron casi por casualidad. La mejora física de Perucho invitaba a buscarle un compañero con el que luchar por cotas más altas y Rodríguez no terminaba de encontrar su sitio en el equipo nacional. «Me dieron la oportunidad de probar con Roi y desde el primer día vimos que íbamos muy bien. Llevábamos una semana juntos cuando llegó el selectivo y quedamos terceros. En la Copa del Mundo de Poznan, el mal tiempo hizo que no pudiéramos disputar las finales B, pero seguimos entrenando y creyendo en el proyecto. En el selectivo del Mundial pudimos reflejar ese trabajo en el agua, fuimos los mejores y aquí estamos», afirma Perucho, orgulloso de su compañero, del que habla maravillas. «Es un gran chaval. Le falta una gran medalla, que lleva años persiguiendo, y ojalá podamos conseguirla en Canadá», señala.

Él, que tiene las vitrinas llenas de metales, afronta este Mundial como si fuera el primero. De hecho, es como si lo fuera, pues del último han pasado nueve años. Casi una década en la que muchos pensaron que Perucho se había retirado, porque su nombre desapareció de las convocatorias del equipo nacional. «Yo nunca dejé de remar, pero el cambio de distancias me vino muy mal y los malos resultados hicieron que tuviera que volver a trabajar. Compaginar la Policía con la piragua no es sencillo. Trabajar por las mañanas y entrenar casi solo, por las tardes, hacía todo más complicado. Además, los jóvenes, que en España tenemos muchos y muy buenos, eran una competencia muy difícil. Fue un cóctel que me alejó del alto nivel y que me arrastró durante años», reconoce el gallego.

Mientras él se alejaba de los grandes campeonatos, sus compañeros, con los que había compartido éxitos, seguían ganando y haciendo del piragüismo el deporte olímpico español que más medallas conseguía en cada ciclo olímpico. «Me alegraba por ellos, pero no puedo ocultar que sentía una envidia sana, que me hubiera gustado estar ahí también con ellos. Sé que es ley de vida, pero a mí ese momento me llegó de repente y sin esperarlo. Aun así, creo que estaba preparado y no me amargué», explica. De hecho, los que lo conocen, aseguran que Perucho nunca perdió la alegría. Esa que impregna cada encuentro con él. La que impulsa al grupo en cada entrenamiento. «Para nosotros es fundamental, porque es la alegría del equipo. Todo es más llevadero cuando está a nuestro lado. Es pura positividad y eso suma mucho. Creo que se merece lo que le está pasando y es un orgullo ver que después de quince años de aquel oro de Pekín vuelve a estar peleando por todo. Lo veo muy fuerte. Más de lo que le he visto en estos últimos diez años. Aunque él siempre se ha implicado mucho, este año hemos visto todos un cambio y lo que está consiguiendo con 43 años es increíble. Estar peleándose con chavales de veintipico con esa edad es una barbaridad», señala a ABC Saúl Craviotto, su alter ego. El compañero en aquel oro de 2008 y, con los años, el olímpico español más laureado.

Una de las claves en la resurrección de Perucho es Miguel García. El técnico encargado del grupo que entrena en Trasona (Asturias) es uno de los que mejor conoce al gallego, al que ha mimado estos años con la esperanza de volver a verlo competir con los mejores. «Miguel es fundamental para mí. Solo con verme la cara ya sabe cómo estoy. Si voy a rendir bien o no. Son tantos años juntos que no hace falta hablar para decirme las cosas. Ese conocimiento es un plus. Es muy importante para mí», explica el cangués, que hace unos meses decidió dar un giro radical a su vida. Empezó a trabajar por las tardes, lo que le permitía entrenar por la mañana con el grupo de élite y empezó a cuidarse más. «La Agrupación Deportiva de la Policía se ha portado muy bien conmigo. Me han dado muchas facilidades para preparar el Mundial. Si no, sería imposible porque tendría que irme a trabajar nada más acabar el entrenamiento y la recuperación, que es lo que más me cuesta a los 43 años, no sería la adecuada». Como él reconoce, parece que, de pronto, todo se ha alineado en su vida y quiere aprovechar esa ola. Del Mundial quiere volver «con la sensación de haberlo dado todo».

El suyo es un ejemplo para los jóvenes, como subraya Javier Hernanz, excompañero de Perucho en el equipo nacional y actual presidente de la Federación. «Perucho es un fuera de serie. Uno de esos talentos deportivos que aparecen en el país cada muchísimos años. Lo que está consiguiendo a los 43 años es increíble y debe servir de ejemplo para los más jóvenes», afirma el dirigente, que seguirá de cerca la participación del gallego y del resto del equipo nacional en Halifax.

Allí, Perucho espera sentar las bases de un sueño mucho mayor. Uno que parecía imposible hace solo unos meses y que él ya no ve tan lejos. «¿Los Juegos de 2024? Lo fácil a veces es rendirse y yo nunca lo he hecho. Muchos más jóvenes que yo tiraron la toalla y se retiraron hace tiempo. Yo nunca pensé en eso. Sé que el día que lo deje me van a doler hasta las orejas y mientras tenga salud, aquí seguiré. Estar en París, en los Juegos, es muy complicado, pero ahora lo veo un poco menos imposible. Lo único que sé es que si hay una oportunidad, por difícil que sea, voy a luchar por ella», advierte con ambición. La misma que le ha sacado del socavón deportivo en el que vivió durante años y al que no quiere volver tras esta resurrección que le ha devuelto la ilusión.