Esbozos y rasguños
El muro belga
El Real Madrid aguantó lo que pudo en Anfield gracias a las paradas, algunas inverosímiles, de un Courtois que parecía el niño holandés del cuento que sujetaba el dique con un dedo, evitando que todo se viniera abajo
Cuando el ruido se apaga
El Real Madrid aguantó lo que pudo en Anfield gracias a las paradas, algunas inverosímiles, de un Courtois que parecía el niño holandés del cuento que sujetaba el dique con un dedo, evitando que todo se viniera abajo. Pero estuvo demasiado poco acompañado bajo la ... pertinaz lluvia inglesa. El Madrid, pese a gastar más vidas que un gato callejero, terminó claudicando y encajando su primera derrota en Europa. Una derrota tan asumible como fea, porque muy poco fútbol ofreció el conjunto blanco, especialmente en una destemplada segunda parte. Solo Courtois mantuvo la cabeza fuera del agua.
La costumbre, dicen, es el peor enemigo de la fascinación, y eso nos ocurre con el guardameta belga. Hemos normalizado sus intervenciones, su inusitada agilidad felina para mover esos dos metros y su capacidad para llegar a todas las esquinas de su marco como un robot aspirador de esos que acceden a los rincones más recónditos de la casa.
El fútbol, a veces, nos ofrece giros puramente hitchcockianos. Lo mejor que le pudo suceder al Real Madrid fue, paradójicamente, su paso por el Atlético de Madrid (inaudito que se enfade una afición con un jugador que siempre estuvo a préstamo). Sus tres temporadas de rojiblanco hicieron que echara raíces en Madrid y facilitaron luego su fichaje desde el Chelsea. La portería del Atlético, además, estaba muy bien cubierta con Oblak. Un fichaje prácticamente caído del cielo, y con lazo.
Pero más allá de Courtois, al que solo le faltó convertir el agua en vino durante una pausa de hidratación, se trató de un partido muy flojo del Madrid en general y de los atacantes blancos en particular, con Mbappé teniendo que bajar a recibir la pelota a kilómetros de distancia de la portería red. El francés estuvo perdido en combate en Anfield, desasistido por un inoperante centro del campo (Güler, como el año pasado, naufragó en Liverpool). Rodrygo, por su parte, ofreció una clase magistral sobre cómo no entrar a un partido importante: indeciso, fallón, frío y carente de ritmo. Y Vinícius estuvo bien neutralizado por el lateral Bradley. Con el ataque amordazado y el centro del campo desactivado, el Madrid se aferró a su portero en los momentos de zozobra como si de su mascarón de proa se tratara.
Fuera del Bernabéu, en las citas importantes, el Madrid sigue mostrándose un tanto timorato. Algo conservador en lo ofensivo, superado en muchos duelos individuales y con problemas para imponer su estilo y ritmo. También tiene ciertas inconsistencias a balón parado, tanto en ataque como en defensa. Nada que no se pueda trabajar, nada que no se pueda perfeccionar. Pero al Madrid le faltó todo eso que precisamente tanto le ha caracterizado en los últimos tiempos: la pegada y el vértigo. Murió, como tantas obras de teatro con una buena premisa, en el tercer acto.