La mejor decisión es mi decisión

Como aficionado madridista, confieso que prefería que no se aplazara el Real Madrid–Osasuna de la primera jornada. Y lo digo movido por el más puro e irracional egoísmo: tengo ganas de volver al Bernabéu cuanto antes y tampoco me apetece estar hasta noviembre viendo a mi equipo en la clasificación con un asterisco y la cantinela de «con un partido menos».

Pero no siempre conviene favorecer ciegamente el espectáculo —ni los intereses personales— porque corremos el peligro de convertir el fútbol en un circo romano.

Esta política del «espectáculo debe continuar» es peligrosa. O se alivia la carga de partidos o al final los jugadores van a ser carne de cañón. Parece que lo importante en todo esto son las fichas, no los nombres. Hay que rellenar las camisetas de algún modo y que salgan a jugar. Tiempo parado, dinero perdido.

Pero sabemos que los nombres sí que importan. Las lesiones de los grandes jugadores van en aumento y los clubes se las ven y se las desean para poder competir en varios torneos al mismo tiempo sin que su parte de bajas parezca el de las tropas napoleónicas en Rusia. Que Bellingham haya tenido que jugar como Blas de Lezo durante dos años por no poder parar y operarse nos dice mucho, y no precisamente bueno, del calendario.

Estos días me acuerdo mucho del premiado documental sobre Ayrton Senna, dirigido por Asif Kapadia. En él se ve a un Senna cada vez más frustrado, chocando una y otra vez contra Jean-Marie Balestre, entonces presidente de la FIA. Autoritario, displicente, Balestre resumía su filosofía con una frase que retrata una forma de ejercer el poder que resulta familiar: «La mejor decisión es mi decisión». Hasta que un día ocurrió una desgracia. Desde entonces, no ha vuelto a haber muertes en un circuito de Fórmula 1. Tampoco ha habido otro Senna.

Tal vez convendría asumir que, si esto va de entretener, la prioridad debería ser proteger a quienes nos entretienen. Lo contrario es pan y circo. Y el problema del pan y circo es que, cuando te quedas sin leones ni gladiadores, empiezas a rellenar la arena con vaquillas y novilleros. Entonces sí que el espectáculo se convierte en parodia.