Esbozos y Rasguños

Y qué mas daba

Otra vez tuvo que remontar el Real Madrid, otra vez su inicio fue denso como estar remando en dulce de leche

El ruido y la furia

El Madrid, como cualquier estudiante avispado, a veces necesita sentir la presión de la víspera del examen en el cogote para ofrecer la mejor versión de sí mismo y pasar de verdad a la acción. Otra vez tuvo que remontar, otra vez su inicio fue ... denso como estar remando en dulce de leche. El once de Ancelotti, con numerosos cambios en busca de piernas frescas, no terminó de funcionar y sufrió algunos atascos.

A Ceballos se lleva esperando tanto tiempo que se le está empezando a poner cara de proyecto fallido. Como aquel disco de Guns N' Roses, Chinese Democracy, que la banda tardó catorce años en terminar de grabar, con multitud de problemas, peleas, cambios, costes e imprevistos por el camino. ¿Cómo sonar luego para poder estar a la altura de catorce años de espera? Algo parecido ocurre con Ceballos. Llevamos tanto tiempo confiando en que este año sí que sí rompe el cascarón que ya lo sorprendente sería que nos sorprendiese. Entre un primer año de adaptación, cesiones al Arsenal, tensiones con Zidane, declaraciones inoportunas y lesiones varias nunca ha terminado de sentirse importante ni de dar la impresión de estar dotado para dirigir y comandar al Real Madrid. Ante Las Palmas, con Modric en el banquillo, tuvo una nueva oportunidad. Y naufragó. No se le vio en ningún momento a la altura. El equipo empezó a carburar precisamente cuando él salió del campo. Apenas se han podido vislumbrar chispazos del ilusionante jugador que dominó aquella Eurocopa Sub 21 cuyo recuerdo ya se empieza a perder en la noche de los tiempos. Y tampoco es que le hayan faltado oportunidades. Parecía que iba a ser el buque insignia de Lopetegui, pero no cuajó aquello. Ancelotti le dio algo continuidad y apostó por su renovación, pero cayó lesionado el primer día de pretemporada y no estuvo disponible. Volvió en noviembre, pero da la impresión de recién reincorporarse. Ese es el problema con Ceballos, que nunca termina de llegar. Siempre está al caer. Se le espera. Pero no deja de ser nunca una mancha borrosa que se divisa en el horizonte.

No es fácil, desde luego, ganarse un puesto como titular en el Real Madrid, especialmente en el centro del campo, pero tampoco es que haya logrado transmitir nunca la sensación de ser al menos ese jugador número 12, el revulsivo, como en su día sí pudieron hacer Rodrygo, Camavinga o ahora Brahim. Condiciones tiene. Pero las condiciones en el Real Madrid, como el valor en el ejército, es algo que se supone.

La solidez de Las Palmas la rompió un pase genial de Camavinga, de los jugadores más especiales que tiene ahora el Madrid, que combina una frescura deslumbrante con una serenidad pisando la pelota de jugador veterano. Hace de todo el francés: recupera, desplaza, barre, limpia, fija y da esplendor. En una maravillosa toma de repetición se le observa tirado en el suelo, tras caerse al dar el pase a Vinicius, intentando ver como un quarterback si su entrega termina en gol. A partir de ese momento, todo fue más rodado.

Hay un poema del valenciano Carlos Marzal, «Viejo balón de fútbol», que me hace pensar en Camavinga y en todos esos jóvenes talentosos que están empezando a tirar abajo las puertas de Europa, sacudiéndose la etiqueta de ser simples jóvenes promesas, como Lamine Yamal o Nico Williams: «Nadie se preguntaba por la felicidad: en eso consistía ser su dueño». Esa certidumbre con la que juegan, sin hacerse demasiadas preguntas, es la clave de su éxito. «A la infancia le sangran las rodillas/ el labio amoratado/ y qué más daba». Inventan pases y espacios, desbordan, regatean y usan el exterior con la autoridad que les otorga ese adolescente «y qué más da». Tiene razón Marzal: al final nada hay más joven que un viejo balón de fútbol.

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