Esbozos y rasguños

Lo bueno y lo perfecto

El infravalorado poder de la repetición es la mayor virtud de Vinícius, un futbolista que no busca la belleza del golpeo, sino la del intento

Vinícius, durante el partido ante el Villarreal ep

Dos disparos muy defectuosos de Vinícius acabaron siendo dos goles, haciendo bueno ese dicho de que lo perfecto es enemigo de lo bueno. En muchas ocasiones, un futbolista, antes de lanzar una falta o un penalti, busca colocar el balón en la mismísima ... escuadra para luego terminar enviándolo a la grada. Persigue un golpeo tan perfecto en potencia, dirección y precisión que acaba saliendo de la peor manera posible al primer pequeño fallo. Si el infierno está empedrado de buenas intenciones, el cuarto anfiteatro está lleno de balones que parecían grandes lanzamientos instantes antes de chutar a puerta.

Y otras veces, simplemente probando, disparando con más fe que ortodoxia, la pelota termina en la red por el camino más improbable. Cosas veredes.

A Lamine Yamal, por ejemplo, se le reprocha a menudo querer marcar goles «demasiado bonitos», en lugar de recurrir a un punterazo, un recurso menos estético pero más eficaz. En cuanto pierda ese pudor o, simplemente, acumule más horas de vuelo, sus cifras se dispararán.

Vinícius, en cambio, es un jugador de volumen. Lo intenta una y otra vez, repitiendo esfuerzos, como un Sísifo eléctrico subiendo su piedra montaña arriba. Sabe que no siempre tendrá la precisión o la limpieza en la definición de otros futbolistas, pero muy pocos le igualan en constancia, insistencia y hambre.

Ese empeño incansable tiene un efecto a veces invisible para el espectador ocasional: mientras algunos buscan el gesto estético que haga estallar aplausos, Vinícius acumula ventajas, rompe líneas, desarma laterales y obliga al rival a reaccionar una y otra vez. Sus errores, sus disparos desacomodados, sus regates fallidos, forman parte de un mismo patrón que al final termina funcionando. Es la matemática de la persistencia: cuanto más pruebas, más probabilidades tienes de que lo bueno se transforme en decisivo.

Al final, ante el Villarreal, sin demasiada brillantez, Vinícius marcó dos goles, provocó un penalti y forzó una expulsión. No, no fue el suyo un encuentro de los que levantan al público del asiento. Y, paradójicamente, son estos sus mejores partidos: los menos vistosos, los más trabajados, los que terminan decidiendo ligas. Esos partidos que no son perfectos, pero sí buenos. Muy buenos. Buenísimos.

Porque el fútbol, al final, no premia la perfección, sino la insistencia. Los títulos no se ganan siempre con voleas como la de Zidane en Glasgow, sino con brochazos toscos que terminan completando un cuadro. Nadie recordará por su belleza los dos goles en sendas finales de Champions del brasileño, pero sí su importancia. Vinícius no es un escultor del detalle, sino un obrero de la perseverancia.

Y ahí, precisamente ahí, reside su grandeza: en entender que lo bueno -cuando se repite sin descanso, sin aspavientos- acaba siendo perfecto. El infravalorado poder de la repetición es la mayor virtud de Vinícius, un futbolista que no busca la belleza del golpeo, sino la del intento.

Artículo solo para suscriptores
Tu suscripción al mejor periodismo
Anual
Un año por 15€
110€ 15€ Después de 1 año, 110€/año
Mensual
5 meses por 1€/mes
10'99€ 1€ Después de 5 meses, 10,99€/mes

Renovación a precio de tarifa vigente | Cancela cuando quieras

Ver comentarios