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Resulta curioso que en esto sea en lo único que Tebas y Rubiales se ponen de acuerdo: deslocalizar. Según sus siempre inteligentes y modernísimas decisiones, supongamos que si el Madrid, por ejemplo, pudiera llegar a tener más seguidores en China que en España, que seguro que ya los tiene, por qué no jugar más partidos allí que aquí. Más dinero en juego. Son matemáticas y, como nos enseña una antigua advertencia italiana: «Las matemáticas no son opinión». Ya se acabó el fútbol los domingos a las cinco de la tarde y se acabará ese aficionado, o acabarán con él, que tenía la visita al estadio de su equipo local como uno de los ritos sagrados de su precaria existencia.

Ahora, grandes operadores turísticos pueden ofrecer entradas a altísimos costes para presenciar en el Wanda Metropolitano o en el Santiago Bernabéu, o en el Camp Nou, o en Mestalla los partidos que no quieran llevarse a Singapur, Johanesburgo, Sidney o Miami. Hecho que no hará sino elevar el tradicional y doméstico abono y las entradas en general. Esto es lo que hay. Dicen que es modernidad, estar con los tiempos. Es posible. Del partido, pocas novedades. Que Bale se ha lesionado. Qué raro. Que Jovic es la apuesta por Benzema, pues a ver. Que quedan diez mil entradas por vender. Que apenas había alguien para recibir a los dos equipos a la puerta de los hoteles. Lo dicho, lo moderno.