Eduardo Blasco, campeón del mundo de salvamento y socorrismo

«No los miro a los ojos; y salvo al que tiene más posibilidades de sobrevivir»

NATACIÓN

El nadador donostiarra compagina récords en la piscina con situaciones de vida y muerte rescatando migrantes en el mar

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Eduardo Blasco, en la piscina

En el agua desde que tenía tres años, asegura que lo pasó fatal en aquel primer cursillo. «Qué agobio», comenta entre risas. Quizá porque sabe mejor que nadie lo que puede asustar el agua, incluso en la piscina, Eduardo Blasco (San Sebastián, 28 años), ... decidió dar un rumbo a sus entrenamientos de natación y especializarse en salvamento y socorrismo. Tan bien se le da, tanto se ha especializado, tanto conoce el medio acuático, que decidió utilizar su pericia para salvar a los más indefensos. Enrolado ya en alguna misión humanitaria para salvar a migrantes que se juegan la vida en mares insondables, ya está preparando su próximo objetivo: el rescate de personas en el barco Aita. Un campeón de piscina (44 veces de España, 7 medallas internacionales: oro en el Europeo 2018 y oro en el Mundial 2022); un superhéroe en el mar.

—En el agua desde bebé gracias a su abuelo, ¿un deportista nace o se hace?

—Hay personas que tienen unas cualidades físicas óptimas para la práctica deportiva, pero el talento sin trabajo no va a llegar a resultados, sobre todo físicos. Mi entrenador me lo dice siempre: no se puede hacer de un burro un caballo de carreras. Y eso depende de las ganas que tengas de mejorar, la humildad en saber que hay que trabajar.

—Ha hecho incontables kilómetros en la piscina, ¿cómo se motiva?

—Con los años he pedido hacer menos metros. Cuando la técnica es optima, este trabajo es para tener ciertas garantías aeróbicas. Y la repetición viene bien si haces fondo o grandes distancias. Yo soy de 50 y 100 metros, para mí hacer un trabajo tan largo y tan tedioso no me da ningún beneficio, porque va en contra de ir rápido, perjudica la reacción. Cuando hacía más metros solo pensaba en que se acabara cuando antes, por favor. Odio cada metro con intensidad.

—El ser humano tiende al sofá. ¿Cómo es la línea entre la exigencia para motivar y la que provoca rechazo?

—En mi caso es fácil, el que se exigía era yo. Tenía tantas ganas de conseguir ciertos resultados que no me costó. Por el momento, cada año mejoramos el récord, aunque cueste cada vez un poco más. Y habrá un año en el que no se mejorará. Porque cuesta mantenerlo. Por eso cambiamos de entrenadores, de forma de trabajar.

—¿Por eso pasó a salvamento?

—Si estás toda la vida haciendo algo tan concreto, se convierte en un trabajo monótono. Sentía que tenía que salir. Quería algo que me sirviese lo que ya había adquirido, que diera réditos la práctica hecha. Y siempre me gustó. Me formé antes de estudiar. Me despejó la mente. Compito en uno y en el otro me oxigeno. Me dio una carrera deportiva más dilatada, mucho mejores resultados. Fue la mejor decisión que tomé. Además, como era rápido y tenía esa capacidad de remolcar, me empezaron a llamar de barcos de rescate.

—Pero una cosa es rescatar un maniquí en una piscina y otra recoger a una persona en el mar.

—Exacto, no tienen nada que ver. En la piscina es todo estable y favorable; el maniquí no se mueve, no se queja. Enfrentarte a una situación de vida y muerte, para ti y para la otra persona que se está ahogando... Puedes entrenar todo lo que quieras, pero cada situación es distinta. En una competición yo me ponía nervioso, pero ahora es un juego de niños. Es ocio, nadie se juega la vida.

—¿Y cómo se prepara?

—Es estar lo mejor física y mentalmente, preparado para ser rápido, fuerte para resistir. Puedes perder la vida, y sabes que va a morir gente. Y aun así nada de eso es suficiente. Yo tengo un psicólogo y un coach solo para este trabajo porque sé que voy a ver y vivir cosas muy duras: personas con heridas de bala, sepsis, niños, gente agresiva porque no sabe que lo estás rescatando, sino que piensa que lo vas a detener... eso no se enseña en ningún sitio, no hay ninguna escuela. A competir te llegas a acostumbrar, a estas situaciones no.

—¿Cómo decide a quién salva y a quién deja?

—Yo salvo al que tiene más posibilidades de sobrevivir. Y eso se carga en mi cabeza. Es muy duro. No miras mucho a los ojos (se traba un poco). Porque si los miras a los ojos, te los llevas para siempre contigo. Y hay que protegerse; pensar en los que estás salvando y no en los que se pueden perder. Es un trabajo de relativizar: puedes pensar que hemos dejado a seis personas o puedes pensar que hemos salvado a 144; y si no estoy ahí, los muertos son 150. Es una situación siempre injusta y dura, pero no te puedes hacer responsable. No tengo una capacidad ilimitada y tienes que aprender a darte cuenta de que si no se puede más, no se puede más. Porque te puedes echar al mar una vez más y no volver a subir. Puedes tirar de una persona de 80 kilos una vez, vale, pero luego es otro de 70, otro de 80 o dos niños...

—¿Qué aprenderíamos de estar un día en ese barco de rescate con usted?

—Cuáles son las cosas importantes de verdad. Y eres más feliz porque entiendes lo afortunado que eres. El mundo es un lugar salvaje y nosotros vivimos en Yupi. Intensificas todo: una cena con los amigos, el abrazo de tu madre. Cuidas más a los tuyos; estamos acostumbrados a que estén y no nos damos cuenta de que no estarán para siempre. (Justo el día después de esta entrevista, Blasco recibía la noticia de la muerte de su primer entrenador de natación, Alberto Juez González).

—¿Se ha sentido ahogado alguna vez?

—Sí, cuando tienes que cambiar tanto de ciudad –ahora en Fuerteventura– y no saber dónde vas a vivir, no tener arraigo en ningún sitio pesa. Conoces a alguien, haces amigos, vas a la Facultad y te fichan en otro sitio. Y una y otra vez. Es más duro que el entrenamiento. He vivido en 10 ciudades distintas en 12 años. La maleta siempre hecha y los calcetines dobladitos por si no vuelves.

—¿Qué es el éxito?

—Dar todo de ti. Ser muy bueno en lo que haces y querer ser mejor. Pero sin perder de vista que los que no son número 1 no son fracasados. En todos los niveles, en todos los trabajos.

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