La selección contra Haaland, el gigante de los 222 goles

En un caso de generación espontánea, la varita mágica del fútbol tocó con su don a Noruega. Aquí se ha criado Haaland, 23 años, 222 goles, estrella mundial que se hizo con la Champions y la Premier en su primera campaña en el Manchester City. Predestinado para el éxito, al vikingo le acompaña una analogía. Es el sinónimo de gol.

Su vinculación con la suerte suprema podría considerarse una mezcla genética de talento y físico. Una virtud natural para el juego aderezada por una superioridad en su fisonomía corporal que lo eleva por encima de los demás. Pero hay un elemento influyente en la vida del noruego, su padre Alf Inge Haaland.

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Como la mayoría de los padres de futbolistas, el exjugador del Nottingham Forest, Leeds United y Manchester City realizó una labor educativa consistente en decirle al aspirante a estrella todas aquellas cosas que no le gustaba oír. En vez de aplaudir sus facultades, lo reñía. En lugar de enfatizar sus cualidades y celebrar cada gol, papá Haaland le recriminaba. «Su cuerpo responde tan bien al entrenamiento porque su genética es privilegiada», dijo su padre en una entrevista al periódico local de Molde.

Futbolista profesional su padre, campeona noruega de heptatlón su madre, Gry Marita Braut, y también exfutbolista su hermano Astor, Haaland creció en el ambiente propicio. Comenzó como practicante del atletismo y por ahí destacó en el pueblo donde se crió, Bryne, después de su nacimiento en la ciudad inglesa de Leeds, donde jugaba su padre. El pequeño Haaland superó el récord mundial de salto de longitud con cinco años, 1,63 metros. Además jugó al balonmano y se adentró en el esquí de fondo, deporte nacional en Noruega.

Con 16 años creció casi 20 centímetros de un latigazo y su cuerpo quedó desproporcionado. «Era un futbolista desgarbado y sin mucha musculatura», ha recordado en diversos reportajes Hans Ingve Bersten, su primer entrenador en el Molde.

El trabajo físico que realizó le incorporó 12 kilos a esa carrocería que hoy se eleva a 1,94 metros. Más que conocida ahora su velocidad, explosividad en la arrancada y violencia en los remates, en Haaland destaca su centro de gravedad. Se mueve como si fuera un delantero de baja estatura.

Cuando jugaba en el Borussia Dortmund y ya era objeto de deseo por parte de los principales clubes del continente, se llegaron a realizar comparaciones entre él y Usain Bolt después de una carrera frenética del noruego a 36,084 kilómetros por hora en un partido de la Bundesliga. El velocista jamaicano llegó a 44,72 kms/h. cuando superó el récord del mundo de 100 metros lisos (9.58 segundos).

La progresión de Haaland desde que es profesional ha sido supersónica. 20 goles en 50 partidos con el Molde, 29 en 27 con el Red Bull Salzburgo, 86 en 89 con el Dortmund y 60 en 65 con el Manchester City.

Con la selección de Noruega lleva una estadística similar, sin importar que el nivel del combinado vikingo sea inferior al de los clubes en los que ha jugado. Ha conseguido 27 tantos en 27 partidos, uno por encuentro. Noruega empieza ganando los partidos por 1-0, siempre el gol de Haaland.

La cifra global es una auténtica bestialidad. El delantero nacido en Leeds ha logrado 222 goles con solo 23 años (los cumplió el pasado 21 de julio). Su franja de récords impone: el debutante que ha marcado más rápido en Liga de Campeones (122 segundos), el segundo futbolista menor de 20 años que marcó en sus tres primeros partidos de Champions, el primero en anotar a los 20 años con cuatro encuentros consecutivos, el más joven en llegar a los 20 goles de Champions y el más rápido en hacerlo con 14 partidos...

Detrás del gigante no hay una gran historia, ningún registro social que lo identifique más allá de su poderío físico y los goles. Grabó unos cuantos temas de rap con una panda de amigos en el grupo Flow Kingz. Le gusta acostarse temprano, 22:30 en la cama si no tiene partido. Y en el afán competitivo que le inculcó su padre, un deseo. «Quiero ser lo mejor posible. Mi sueño es ganar la Premier con el Leeds. Mi objetivo es ser mejor que mi padre. Espero ser más veces internacional que él», confesó al periódico Aftenposten cuando todavía era un adolescente de 16 años.