Lo de Leo

El martes oficializó la peor y más fundada de las sospechas: éste será su último Mundial. Y ha decidido irse a lo grande, como líder absoluto de una albiceleste que le encontró a Julián Álvarez como socio perfecto. Años buscando y apareció. Ha resultado tan difícil como la jugada que quedará fijada en nuestra retina por siempre jamás. En la nuestra y en la del defensa más prometedor de esta cita al que, entre cambios de ritmo y amagos, porque en velocidad ya no puede y lo sabe, le dejó un mensaje en forma de gol: nunca creas que eres alguien hasta ver cómo resuelves con Messi delante.

Con 35 años sigue siendo un líder sostenido en el tiempo, que sabe cuándo y cómo retirarse, de qué forma tocar a rebato en un partido y hasta la manera de equivocarse, inmediatamente después, llamando bobo a un rival. Ha sabido resistir la crítica despiadada que llegaba desde su país. Y a quienes, desde este, se han pasado su triste vida ninguneando su figura por no tomarse la molestia de quitarse la bufanda de los ojos. Ellos se lo han perdido.

No, no es Maradona. Es Messi. ¿Les parece poco? En Argentina, donde son capaces de aunar voluntades cuando de la albiceleste se trata (no como nosotros), supieron poner en valor esa diferencia astral y dejar de perder el tiempo.

Ya no es su gol ante Croacia, ni los otros cuatro hasta hoy, ni su asistencia al púber Julián, ni su solvente conducción a su selección hasta la sexta final mundialista. Ni su condición de primer argentino en marcar en cuatro Mundiales. Lo que Messi está logrando en Qatar es cimentar su leyenda.

Leí hace unos días una frase, que anoche, viéndole ante Croacia, volvió a mí: «Miramos el mundo una sola vez en la infancia. El resto es memoria». Lo primero no tiene remedio. Pero gracias a él, nuestros recuerdos siempre podrán pervivir a ritmo de tango.