Esbozos y Rasguños
La pausa
Saber parar es lo que diferencia a los buenos de los mediocres: en política, en el toreo y en el fútbol
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Iniciar sesiónEn enero de 1986, Ronald Reagan tuvo que afrontar una misión tan complicada como poco grata: dirigirse a la nación explicando el accidente del transbordador espacial Challenger, que había explotado en el cielo, en riguroso directo, frente a millones de espectadores. El discurso televisado, de ... apenas cuatro minutos, fue de una factura impecable, una clase magistral de cómo convencer y conmover que todavía a día de hoy se sigue estudiando y analizando entre los que se dedican a la comunicación política. Impresiona, años después, la cadencia y el ritmo con el que Reagan se dirige a los estadounidenses, todavía en estado de shock. Mostrando compasión y liderazgo al mismo tiempo. Desde entonces se habla de lo que se conoce como la «pausa Reagan»: a pesar de sentir todo el peso de la nación sobre los hombros y en medio de una tragedia, uno puede hablar con claridad, sin prisas, sereno, sabiendo esperar unos instantes para lograr que el mensaje cale y suene auténtico. En otras palabras: ser un líder.
Saber parar es lo que diferencia a los buenos de los mediocres: en política, en el toreo y en el fútbol. Lo contaba David Beckham hace poco en su documental de Netflix; una de las primeras veces que entrenó con Ronaldo Nazario, durante un partidillo, Becks le hizo un tackle de esos tan celebrados en la Premier y el brasileño supo parar, templar y mandar delante de la miniportería. Beckham se tragó el amago y siguió deslizándose hasta prácticamente llegar de vuelta a Manchester. Ese gesto de calidad, esa pausa, tantos años después, era lo primero que le venía a la cabeza a Beckham para ilustrar ante las cámaras la inmensa clase individual que rezumaba aquel Madrid de los galácticos. Porque eso, saber parar, es algo que se lleva por dentro; no se puede enseñar ni aprender.
Luego hay otro tipo de pausas. Pausas, digamos, no tan ortodoxas. Como, por ejemplo, la «pausa Mendy». No tan elegante, ni tan sofisticada, pero sin duda no exenta de riesgo. Es ese momento que ocurre en casi todos los partidos, da igual el marcador y el contrario, en el que Mendy entra en trance dentro de su área, rodeado de rivales, y se queda detenido como un conejo en medio de la autopista. El hechizo dura un instante y enseguida se recompone para volver a ser ese lateral sólido y seguro. Pero durante unos segundos el francés asusta a propios y extraños. Mendy para los relojes en el Bernabéu y, de paso, algunos marcapasos. Contra el Nápoles, tuvo de nuevo uno de esos extraños episodios durante la primera parte. Entre aficionados y comentaristas ya es moneda común la sonrisilla de alivio cuando el peligro ha pasado. Pero nadie contiene tanto el aliento como el lateral. Ni siquiera cuando el excelso Bellingham parece caer lesionado.
Se suele elogiar, y con razón, a esos futbolistas que encadenan esfuerzos, que parecen incombustibles. Pero también es bonito ver a esos jugadores que saben parar. Nico Paz, con ese control y giro antes de disparar a puerta, parece que tiene esa capacidad. Dijo Reagan aquel día: «el futuro no pertenece a los flojos de corazón; pertenece a los valientes». Nico Paz, y sobre todo Mendy, lo saben.
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