europa league
El Atlético pasa de la fiesta al agobio
Cambió un deslumbrante inicio ante el Besiktas por el tembleque del final. Simao rebajó la euforia tras los goles de Salvio (dos) y Adrián
JOSÉ CARLOS J. CARABIAS
En una inopinada mutación de personalidad, el Atlético largó un partido camaleónico en su torneo de la felicidad, en el que más fe deposita su hinchada. Ganó con margen en la ida de la Europa League ante el Besiktas después de deslumbrar en ... la primera parte y desaparecer de la circulación en la segunda. [Narración: Así hemos contado el partido]
El partido amaneció por las bravas, sin un instante de respiro para el personal que fue poblando poco a poco el Calderón según se cerraba la jornada laboral. El Atlético exprimió su electricidad a mesa puesta, sin permitir al Besiktas asumir un cruce de propuestas. Se abrió la puerta y la tropa de Simeone extendió la mano para que la bofetada alcanzase de lleno la mayor superficie posible del rostro de su enemigo. [Estadísticas]
Fue una entrada por avasallamiento, en la línea impuesta por su entrenador, cuya máxima vale para enfocar la rutina de cualquier grupo de trabajo: los elementos negativos son nocivos. La confianza se ha instalado en el Manzanares y de ella derivó un atrevimiento que sepultó al Besiktas en breve espacio de tiempo. Escocido como está el equipo turco en su campeonato, soliviantado como funcionó el Atlético, el duelo tardó 23 minutos en decantarse para los colchoneros.
Anda sobrado el Atlético de vigor para obrar. Lo que hace tiempo era escepticismo y aprensión, aflicción en una mayoría de casos, es ahora oferta al compañero y determinación individual. En veinte minutos, Koke y Adrián habían armado al menos cuatro oportunidades de gol desde esa zona de enganche donde se gesta el fútbol y aparecen los grandes jugadores. Dos intervenciones fallidas de Falcao fieron paso al gol de Salvio, uno de los que precisan el reconocimiento de la parroquia después de un intervalo de sospechas. Marcó Salvio en el 23 y repitió la operación tres minutos después en un escalafón superior. Koke le brindó un regalo fantástico en un pase con dedicatoria y el argentino resolvió ante el portero con mucha seguridad, suave vaselina sin opción al pase abierto hacia Falcao.
El Besiktas dobló la rodilla muy pronto ante el torbellino. En vez de pelear, puso la otra mejilla. Solo había una senda para oponer resistencia: las bandas donde habitan dos de los mejores extremos que han salido de Portugal en los últimos tiempos, Quaresma y Simao. Fue una faena demasiado laboriosa para ambos. En pleno proceso de paroxismo rojiblanco, Adrián esculpió una obra de arte . Condujo el balón desde su campo durante una pila de metros, se paró, fingió al borde del área, amagó hacia un lado, giró hacia el otro, desmadejó las caderas de tres turcos y aplicó un derechazo solvente al portero.
Por una de esas veleidades inexplicables que convierten al fútbol en un deporte ingobernable y maravilloso, el Atlético se derrumbó en la segunda mitad. No fue un descenso paulatino, cuyo origen tendría que ver con el declive físico en un equipo que exige el máximo a sus músculos y tendones. Fue un apagón general, como si Lucifer hubiese desenchufado los plomos. Dejó de existir el Atlético, el balón ya no circuló, los rebotes pararon en botas turcas y el equipo se desvaneció por completo.
A ello contribuyó el golazo de Simao y la sorprendente sustitución de Adrián. Con el mejor jugador del partido se marchó la chispa a la que su equipo se había enganchado. El Besiktas acudió al regalo con tranco pesaroso, sin la velocidad que proporciona la confianza. Se reeditó entonces en el Calderón la vieja historia conocida: los agobios de siempre con el marcador a favor, el desasosiego en la grada, cambios a la defensiva, la parada de alivio del portero y esta vez el resultado inalterado.
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