Azar cruel para el Villarreal

Ingresar en la élite deriva en noches como ésta. Jugar una final en un estadio de una ciudad infrecuente, Belfast, tan desconocida, protagonista de tantas películas, canciones o libros relacionados con el terrorismo y el IRA. Medirse al Chelsea, precursor del fútbol presuntamente moderno de los oligarcas del gas o el petróleo que vivimos en nuestros días. Un equipo que era uno más en el montón, pasajero del barrio más chic de Londres y con menos tradición de fútbol que por el gusto de un multimillonario se transformó en una potencia.

Resulta gozoso atestiguar la solvencia de otro tipo de plan, un club de un pueblo de 50.000 habitantes elevado en el estatus del fútbol de modo racional, coherente y paciente. El Villarreal contra el Chelsea, sin complejos ni ataduras, de igual a igual, de campeón a campeón.

Emery, tipo listo que suele dejar sello en los equipos que dirige, decide entregar el balón a los ingleses, cambiar el arquetipo de partido previsto. En el Chelsea anidan futbolistas con talante de atletas, que afirmaría Guardiola, gente tan potente físicamente y veloz en los movimientos que a nadie extrañó ganasen la final de la Champions. Un equipo ordenado, con pautas sencillas , ganador en los choques o las disputas, dinámico en su actividad y tan rápido de piernas como de mente a partir de Kante y Kovacic, dos elementos que se complementan.

Emery redujo los espacios del Chelsea, apretando su defensa, obligándole a jugar en espacios reducidos, sin campo abierto para las carreras de Werner, Havertz o Ziyech. La idea, un clon del antiguo cholismo a ultranza del Atlético , pareció potable hasta que Werner metió la puntera y obligó a Asenjo a hacer un parada de felino. Despejó pletórico de reflejos con el delantero a dos metros. Esa acción indicó que el Chelsea podía aprovechar cualquier balón en el área rival, aunque no generase mucho juego.

Asomó por la izquierda Marcos Alonso, frenético el español ganado la espalda a la defensa amarilla, y por ahí encontró el Chelsea una vía de penetración. La visión de juego de Kovacic y Kanté hizo el resto.

Estaba medio anestesiada la final con la defensa granítica del Villarreal, cinco atrás para buscar el contragolpe de Gerard o Yeremi Pino cuando Havertz escapó a una vigilancia, la puso dulce en el área y Ziyech, zurda deliciosa, la llevase a la cazuela de Asenjo.

La maquinaria del Villarreal, tantos años de trabajo con un modelo de fútbol y casi de vida, no tardó en activarse. El plan se había venido abajo y el partido necesitaba el pie y la técnica de los buenos futbolistas más que el músculo de los gladiadores. El Villarreal se sintió más cómodo en ese papel, más integrado en su naturaleza, la de Cazorla, Riquelme o Marcos Senna. Fue una gran reacción, instantánea y pertinaz, al gol británico. Mendy le sacó un tiro en el área a Dia después de un gran pase de Trigueros. Y Alberto Moreno la reventó en el larguero al golpear un magnífico escorzo de Gerard.

Cambio total

La película cambia de repertorio por la voluntad del Villarreal, inmenso el equipo de Emery al asumir el mando del partido, reducir las salidas del Chelsea, recuperar con rapidez el balón y lanzarse en línea recta hacia el gol. Giro total de actitud que desdobla la final y muestra las virtudes de los españoles. El Villarreal se siente mucho mejor en esa partitura, combinando, tocando, girando, buscando... Un grupo con personalidad que se exhibe ante el Chelsea y el mundo. Estupenda la segunda parte del grupo levantino, que se inicia con un resbalón de Mendy, otro balón robado y un tiro al poste de Gerard en posición compleja.

Viene a continuación un asedio del Villarreal, que percute como el ejército mexicano contra El Álamo. El Chelsea parece menos, la mitad, así lo quiso el equipo amarillo, ambicioso y competitivo. El gol llega por inercia, porque el fútbol a veces se entrega a la lógica. Una sensacional pared entre Gerard y Dia que culmina el delantero español. El premio a la constancia y la tenacidad. El Chelsea se siente herido, pero replica con gallardía. Al Villarreal le sacude el verano, los calambres, el ritmo escaso. El partido se va a la prórroga. Otra más para Pau Torres.

En el tiempo extra, el dolor de piernas se impone a la estrategia o la lucidez. Nadie quiere cometer un error. Gerard se arrastra, el Villarreal defiende, agotado, y el Chelsea, más entero, tiene una ocasión (Mount) que encumbra a Asenjo, enorme su parada. En los penaltis, el Chelsea atinó más (solo falló uno de siete) y Kepa, que salió para la tanda, le detuvo el decisivo a Albiol.