Fórmula 1

Verstappen y Red Bull desarman la fantasía de Carlos Sainz

gran premio de italia

Meritorio y laborioso podio del español, tercero ante la fuerza del coche líder y los ataques de su compañero Leclerc. Alonso, noveno

Clasificación GP Italia

Entrevista a Sainz: «No me falta instinto asesino»

Sainz se defiende ante Verstappen AFP

José Carlos Carabias

Enviado especial a Monza

Emocionado desde el platillo volante del podio de Monza, cubierto por una fumata roja que se cuela en todas las estancias del circuito, Carlos Sainz saborea un gran tercer puesto ante la invasión de aficionados italianos que no dejan libre un centímetro en el ... asfalto. Es la devoción próxima al paroxismo que ejercen los hinchas locales con la Fórmula 1 y su santidad Ferrari. Un podio de verdad, magnífico, del español, tercero en Italia después de una heroica defensa ante el coche superior, invencible, que ha ganado todas las carreras de 2023. Décima victoria seguida de Verstappen, con Checo Pérez y Sainz en el podio. Fernando Alonso acabó noveno.

Un imprevisto retrasa la salida de la carrera. Extraña situación, el japonés Tsunoda se queda parado en la vuelta de formación en un lateral de la pista. Más tensión para Carlos Sainz y el resto de participantes porque el asunto se alarga casi veinte minutos antes de retirar el AlphaTauri.

Sainz es el que más tiene que perder, primero, cúspide del gran premio, sin enemigos al frente. El español ya peina canas en la F1, 29 años, nueve campañas en este deporte de locos... Su salida es casi perfecta, arranca a toda mecha, tapa el hueco a Verstappen, lidera el momento estelar de la F1.

Al madrileño le encanta este circuito, siempre un gran rendimiento, Monza se adapta a su estilo, y ejerce de patrón frente al monstruo que devora récords, rivales, carreras. Todo a la panza de Verstappen.

El neerlandés se pasa media tarde tratando de adelantar a Sainz, en el final de recta con DRS, en la chicane, en la variante Ascari, en la curva parabólica que es santo y seña en Monza. El español realiza una defensa bravísima, estupenda su labor secante ante un Red Bull superior y un Verstappen en forma.

El Ferrari corre como un demonio en las rectas, y hay muchas en Monza. Solo seis curvas son suficientes para que el Red Bull y Verstappen analicen el futuro: confían en la mínima degradación de sus ruedas en comparación con el Ferrari.

Verstappen siempre amenaza a Sainz, en todas las vueltas, en todas las curvas en las que sale con más velocidad, en cada frenada. Cada vez que el holandés no logra adelantar al español, la grada de Monza le dedica una peineta, siempre tan ardorosos los tifossi.

Peinetas en la grada

El madrileño aguanta como un jabato el acoso total de Verstappen, quien por una vez aplica la receta que no gestiona con facilidad, la paciencia. El holandés no puede superar al español en la condición normal, con DRS, en alguna frenada, y fía su victoria a las ruedas gastadas del Ferrari.

Sainz resiste 14 vueltas, un mundo en este espacio sideral que separa el rendimiento del Red Bull del resto de coches. Leclerc es un espectador imparcial, que espera su momento, muy cerca de la pareja sin ejercer de sandwich contra Verstappen.

Cuando el holandés pasa a Sainz la carrera se acaba en la disputa de la victoria. Verstappen se va, como todas las tardes de domingo. Es incontenible, no comete un error, nunca se sale, ni roza con un piano, ni se equivoca en la lectura de la carrera, ni se atasca una tuerca en el cambio de ruedas... Hasta luego.

Nadie sufre en las paradas en boxes en el tren delantero, pero la vuelta a la normalidad sitúa a Checo Pérez, el otro pasajero del Red Bull, como potente intimidación. Pese a la velocidad de los Ferrari, el mexicano se merienda con cierta facilidad a Leclerc.

Mientras Sainz pelea su podio, Alonso minimiza daños. Décimo o noveno apenas aparece en las pantallas, ni avanza ni retrocede, el Aston Martin tiene un límite conceptual. No va en las largas rectas y Monza es terreno de defensa.

Checo alcanza a Sainz y se encuentra la misma dificultad que Verstappen. El español es una roca que tapa hueco, cierra puertas y vuela en recta. Trece vueltas después de superar a Leclerc, el mexicano le arrebata la segunda posición a Sainz.

Queda el tercer piso de la escalera. Hasta la rueda de Sainz llega Leclerc, una mantis religiosa en Monza, caza al acecho, a la espera de que la presa se acerque. Leclerc quiere su parte, un podio que pelea su compañero.

«Sufren las ruedas traseras de Carlos», dice Leclerc por la radio, mensaje políticamente correcto para indicar que quiere atacarlo. «Llevemos lo que tenemos a casa», razona Sainz en el mismo canal. Es decir, traducido, no me dejaré adelantar ni regalaré el podio.

En ese lenguaje diplomático, tan british, el monegasco se lanza a por el coche 55 y, en la pugna, Ferrari emite un mensaje inquietante. «No riesgos, pero hay carrera hasta el final». O sea, no choquéis, pero podéis pelear. Leclerc no hace caso, arriesga hasta el límite, se pasa de frenada, bloquea frenos, acorta por la chicane, asume mucho riesgo y tiene que devolver la posición a Sainz.

El tipo de indicaciones que molestan al clan Sainz, para quien Leclerc es el favorito de la marca italiana. El piloto madrileño hace su trabajo, defiende la posición, empuja con fuerza y se hace valer. Tercero en una carrera de sudor y frenesí, sin un momento de mínima tranquilidad.

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