Trabaja Van der Poel, gana el desconocido Jake Stewart

Tradicionalmente el Dauphiné suele ser una carrera al estilo de la Vuelta a España, por gusto del organizador ofrece pocas posibilidades a los velocistas. Éstos, sabedores de que cada vez más son una especie en extinción o desertan de la carrera o buscan otras latitudes más propicias. Ya no hay muchos velocistas al viejo modelo, Cipollini, Petacchi, Cavendish, Kittel, llegadores con punta de velocidad que no suben un puente. Los de ahora son más indefinidos, modo Van der Poel, que suben cotas de bajo kilometraje, pasan todo tipo de repechos y aterrizan con fuerza en la meta para lanzar la bici.

El Dauphiné llega a Macon, la ciudad natal de Griezmann donde su padre es uno de los protagonistas en la línea de meta. Hasta allí pretenden llegar un puñado de ciclistas franceses con ánimo de aventura (Thierry, Labrosse, Guernalec, Leijuse y el británico Thomas), hasta que asumen a 30 kilómetros que será imposible. El Alpecin se ponce a trabajar.

El Alpecin es la extensión de Van der Poel, el corredor estratosférico que conecta con la fantasía del aficionado, pura clase que lleva un Dauphiné atravesado. Pogacar le superó al esprint en la primera etapa e Iván Romeo le adelantó en la jornada en que se colocó líder. Van der Poel quiere sumar y tal vez se quede sin nada durante esta semana porque el Dauphiné ingresa en la montaña.

Serán tres días intensos de altas cumbres por los Alpes, en los que entrarán en escena otros protagonistas. Los tres tenores, con Evenepoel a la cabeza, quien este jueves se cayó en una rotonda a un kilómetro de meta sin consecuencias; Vingegaard, quien parece en buen tono; y sobre todo Pogacar, máximo favorito para adjudicarse la prueba.