Los más veteranos dicen que no habrá un partido como este en mucho tiempo. El tercer duelo de la serie entre Partizan y Real Madrid ha generado unas expectativas impensables, abarrotada Belgrado de nacionalidades improbables (acentos como el portugués o el italiano se escuchan ... con regularidad en las entrañas del Stark Arena) porque nadie quiere perderse una batalla de otra época, baloncesto duro y de rock and roll en los tiempos de marcas blandas y neutrales.
Los alrededores del estadio del Partizan mostraban un aspecto intimidante desde dos horas antes de que el partido, con miles de personas correteando por sus alrededores, todos de negro, ni un atisbo de blanco en la previa. Pobre del que lo llevara.
El despliegue policial, sin reparar en gastos: caballos, perros con bozal, lanzagranadas cargados con gas lacrimógeno... No hubo incidentes graves, pero al ambiente erizaba la piel. Una tormenta se acercaba, y todos los presentes en el Stark iban directos hacia ella.
Los sepultureros, legión radical del Partizan, posaban en silencio y en formación de falange a la espera de la llegada del bus del Real Madrid, que pasó rápido y sin mirar atrás, bien escoltado y ante cientos de dedos en alto. Una vez pasaron los blancos, el grupo comenzó una estampida hacia el interior del estadio. Solo querían una cosa: demostrar su odio al equipo español.
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