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Gresca en el vértice del mundo

Algunos alpinistas denuncian el «circo» de las grandes cumbres. Otros afirman que las montañas son de todos. ¿Está la épica cediendo ante el comercio?

Gresca en el vértice del mundo f. j. pérez

MIGUEL ÁNGEL BARROSO

El Himalaya fue el postrer escenario de la exploración humana en el planeta. Después de la victoria sobre los polos norte y sur, faltaba el tercer polo, la «diosa madre del mundo», y el resto de las cumbres de más de ocho mil ... metros de altura. Fue, sobre todo, una operación de orgullo nacional. Los ingleses pusieron sitio al Everest; los alemanes, al Nanga Parbat; los franceses, al Annapurna. Al prestigio se le unía la épica y una particular filosofía de la vida. Un clásico, Lionel Terray, hablaba de «la conquista de lo inútil». Walter Bonatti se refería a la «sinceridad de la montaña» en comparación con el ser humano. Para Reinhold Messner, «las grandes cumbres no son justas o injustas, simplemente son peligrosas». ¿Y la pregunta del millón? «¿Por qué quiero subir el Everest? Porque está ahí», contestó el legendario George Mallory, cuyo espíritu cayó prisionero del hielo en 1924 —su cuerpo fue encontrado 75 años después—. Sólo Mallory y su compañero Irvine saben la verdad de su éxito o fracaso. Para los anales quedará que Hillary y Tensing Norgay fueron los primeros en 1953. Hoy, las voces de los fantasmas y de los conquistadores de lo inútil apenas son un murmullo ahogado por el ruido de cientos de candidatos a la gloria, que se desea porque está ahí o porque se tienen 50.000 euros para alcanzarla.

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