ciclismo
Los últimos destellos de Freire
El triple campeón del mundo sigue dejando detalles de clase en la temporada de su adiós
JOSÉ CARLOS J. CARABIAS
«El Cauberg es una cuesta infernal. Creí que me moría en los últimos doscientos metros». Óscar Freire sigue regalando detalles de clase quince años después, con la fecha de caducidad cosida a su bicicleta. Se retira este invierno, aunque habrá que verlo. Lleva varios ... años dejándolo. El pasado domingo le faltaron los doscientos metros más empinados de su vida para colgar el cartel de completo en otra conquista: la Amstel Gold Race.
Freire no ha llegado a la cuota de popularidad de los grandes estrellas del deporte español. Ni siquiera es el ciclista ibérico con más caché o reputación. Puede pasear tranquilo por las calles de Torrelavega o Mendrisio (Suiza) con su mujer, Laura, y sus hijos, Marcos y Mateo, que no le van a asediar. Freire sería un dios en Bélgica, Holanda o Francia. En España, no.
Su estigma de pionero se resume en su palmarés. Ha ganado trofeos nunca antes trabajados por los ciclistas españoles: el Giro de Lucca, la Flecha Brabançona, la Gante-Wevelgem, la París-Tours, el maillot verde del Tour y, en otra dimensión, la Milán-San Remo (también territorio de Poblet) o el Mundial de fondo en carretera.
Sorprendió al mundo con desparpajo en 1999 en la ciudad de su vida, Verona, y continúa mostrando sabiduría quince temporadas después, convertido en un ciclista idolatrado en Europa y medio clandestino en España. Nunca ha asomado en temas escabrosos de dopaje y ha repudiado a los consumidores de trampas, tiene carisma y conocimiento, además de un talento natural para este deporte. Y sigue enamorado del maillot arco iris (el que acredita al campeón del mundo).
Ha ganado tres Mundiales, como Merckx, Binda y Van Steenbergen, más que nadie en la historia. Y aún persigue el cuarto. Será el 23 de septiembre en la misma cota infernal del pasado domingo, el Cauberg en Valkenburg, pero con la línea de meta situada 1.800 metros más adelante. El otro día probó con la vista puesta en ese domingo de otoño.
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