Viaje por el atlas de Proust: toxicómano, hipocondríaco y megalómano
En el centenario de su muerte, un libro muestra, con gráficos y cifras, los aspectos más resaltantes del genio francés
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Iniciar sesiónEste libro solo podía escribirlo alguien como el editor y traductor Nicolas Ragonneau, un auténtico especialista en la vida y la obra de Marcel Proust, y que, junto al ilustrador Nicolas Beaujouan, ha conseguido mostrar al genio francés en todo su esplendor a través ... de las infografías, gráficos y mapas reunidos en 'El Proustógrafo' (Alianza editorial), una enciclopedia dedicada al autor de 'En busca del tiempo perdido' y que llega a los lectores con motivo del centenario de su muerte. El libro no es un manual escolar ni una hagiografía. Es lo más cercano a una descripción objetiva para el gran público.
A lo largo de más de 100 infografías Ragonneau y Beaujouan ofrecen una mirada moderna acerca del autor. ¿Cuántos libros vendió?, ¿a qué idiomas se han traducido sus novelas?, ¿qué drogas tomaba?, ¿cuántas decenas de miles de cartas envió?, ¿cuáles son las peculiaridades de su estilo literario?, ¿cuántas palabras tiene su frase más larga?, ¿en qué año comenzó a usar su particular bigote? Y como esos, unos cuantos detalles más. Por ejemplo, el animal más nombrado por Proust en sus libros es el caballo, los verbos más usados son ser y tener, el pronombre dominante es el «yo», seguido de «nosotros», y su adjetivo más recurrente es «grande».
Esta agregación de pequeñeces da una idea de lo poco que se sabe de un escritor que es mucho más que una magdalena. Para Nicolás Ragonneau, la obra de Marcel Proust es un universo autónomo, caracterizado por la hipérbole y el exceso. Esa naturaleza agigantada exige, sobre todo para las nuevas generaciones, algunas brújulas que permitan al lector orientarse. La monumentalidad de Proust, explica el autor de este libro, se presta a la contabilidad, al balance, a la medición de frecuencias, al establecimiento de récords, así como el diseño de infografías, mapas y croquis. De ahí que este volumen esté formado exclusivamente por gráficos.
M, de molicie
'El Proustógrafo', asegura Ragonneau, se lo debe todo a la investigación literaria y a la crítica proustiana. Las fuentes de documentación llegan a ser tan abundantes como las de cualquier ensayo y acaban por conseguir datos tan específicos sobre, por ejemplo, cuántas tazas de café tomaba el escritor al día o detalles de la vida de la burguesía parisina. Desde hace más de cien años, el hombre Proust y su obra catedralicia han hecho nacer bibliotecas enteras en innumerables lenguas y en los más diversos soportes, al que ahora se suma este maravilloso atlas, que puede aportar datos con más eficacia que cualquier otro ensayo literario.
Una de las conclusiones a las que puede llegar el lector tras completar 'El Proustógrafo' es el hecho de que justamente la monumentalidad de la obra del francés es su mayor obstáculo. Si bien sus novelas han sido traducidas a 35 idiomas, nunca se editan en su totalidad, dada su extensión. De hecho, un análisis morfológico revela que la frase media de Proust tiene 43 palabras y la más larga 931, es decir: ¡ocupa una página entera! Por algo la longitud de sus oraciones, además de legendarias, constituyen uno de sus principales rasgos. La coma es el signo de puntuación que más usa. Para demostrar y contextualizar la amplitud de su obra, se preguntan los autores cuántas horas hacen falta para leer una novela gigantesca cuyo tema es el tiempo. ¡Y lo calculan!.
En total, se necesitarían 127 horas con 47 minutos para acabarla, cerca de dos meses y medio. No es para menos: 'En busca del tiempo perdido' suma 2.399 páginas, distribuidas en siete volúmenes, de los cuales el más breve es 'La fugitiva', con 212 folios. No hay impostación alguna en la valoración que hace Ragonneau de Proust: es una obra larga y difícil, y justamente por eso menos vendida y leída en Francia si se compara con 'El principito', de Saint-Exupèry o con 'El extranjero' y 'La peste', de Camus, los autores franceses con mayor tirada.
La biblioteca
Proust, que escribió tantas páginas sobre la lectura, no era un bibliófilo. Poco se sabe de la biblioteca de su casa. A juzgar por los datos que ofrece este libro, era modesta. Su «biblioteca mental», eso sí, era vertiginosa: el escritor podía citar, de memoria, innumerables poemas y pasajes enteros de tragedias. Basándose en su correspondencia y los cuestionarios, Ragonneau identifica algunas de sus lecturas fundacionales y libros predilectos.
De la literatura francesa, uno de los autores con más protagonismo es Jean Racine, el más citado en 'En busca del tiempo perdido'. Le sigue Charles Baudelaire, que influyó en la prosa de Proust y por el que sintió una enorme devoción formal. Hay más patriarcas literarios entre sus lecturas. Balzac fue para él un modelo. La influencia de 'La comedia humana' resulta evidente, según Ragonneau.
Flaubert y su 'Educación sentimental' presiden otra balda de la biblioteca de Marcel Proust, que le dedicó un célebre artículo, 'À propos du sttyle de Flaubert', en elque cita de memoria numerosos pasajes de esa novela. También forman parte de sus lecturas George Sand, Anna de Noailles y Alexandre Dumas, de quien leyó la trilogía de los tres mosqueteros y cuyo libro favorito era 'El caballero de Harmental'
El capítulo extranjero de la biblioteca de Marcel Proustes ecléctico. Los libros de ciencias naturales y botánicas dominan. Reinan los rusos Tolstói y Dostoyevski, que aparece citado en las páginas 'En busca del tiempo perdido'. También leyó 'La Ilíada' y 'La Odisea', así como 'Las mil y una noches', 'Ivanhoe', de Walter Scott, y Stevenson con 'La isla del tesoro'.
Más abundante que su biblioteca, lo era la correspondencia de Proust Fue un excepcional epistológrafo: se estiman en 100.000 las cartas que redactó a lo largo de su vida y de las cuales solo se conocen 30.000. Las enviaba incluso hasta a quienes vivían muy creca de él, por ejemplo, a su vecina del piso de arriba en el 102 del bulevar Haussmann, la arpista Marie Williams.
Toxicómano
Proust nació el 10 de julio de 1871, a las 23.30. Cambió de domicilio cinco veces en 51 años y en 1919 se gastó los cinco mil francos del Premio Goncourt en fármacos y drogas. Era asmático, insomne, ansioso, le dolía siempre el estómago y vivía constantemente preocupado por su estado de salud. Ni su padre, que era médico, ni los innumerables especialistas consultados lograron curar su asma, una afección que lo atormentó toda su vida.
Buscando el sueño, la calma, la serenidad o la energía, Proust acabó envuelto en un ciclo de automedicación, alternando calmantes y estimulantes, lo que lo convirtió, según Ragonneau en uno de los mayores toxicómanos de la historia de la literatura. En la farmacopea proustiana hay de todo: bicarbonato de sodio, para la digestión; cáscara sagrada, como laxante; belladona y morfina, para combatir el asma, pero también adrenalina, que el escritor se inyectaba mezclada con cafeína. Bebía cerca de 17 tazas diarias de café con una pastilla de 10 centigramos de cafeína.
Era adicto al opio, la adrenalina, la belladona y el veronal entre otros fármacos
Además de estimulantes, consumía somníferos: trional, un sedante psicotrópico, así como tetronal, opio y veronal, del que llegó a tomar tres gramos al día, el doble de la dosis máxima prescrita. «En este momento, el veronal me hace perder hasta tal punto la memoria que he olvidado por completo aquel libro», escribió a Lucien Daudet, su gran amor y de quien llama la atención un dato: una primera edición de 'Por el camino de Swann' dedicado por Marcel Proust a él se subastó por 1,5 millones de euros en Sotheby's, en 2018.
Primero fue una tostada con mermelada, no una magdalena
Si este libro tiene algo maravilloso es la prosa ácida de Nicolás Ragonneau, que no se corta un pelo al momento de relativizar e incluso reírse de algunas excentricidades propias de la beatería proustiana. Por eso, a la magdalena le dedica un apartado maravilloso. Para reírse de la solmenidad del tema, remite a una supuesta historia del bollo, horneado por primera vez en 1755 y que el mismísimo Dumas citó en su 'Grand dictionaire de cuisine' en 1873, cuando Proust tenía apenas dos años de edad. 'La magdalena de Proust' (una escena de apenas tres páginas de 'En busca del tiempo perdido') es tal vez el mito literario más célebre del mundo y objeto de numerosos malentendidos.
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La cultura popular lo ha convertido en un tópico y en un anodino sinónimo del recuerdo de la niñez, lejos de la poderosa carga emotiva, sensual y fortuita de la memoria involuntaria. Antes de transformarse en un fetiche mundial, la magdalena no era más que un pastel tradicional lorenés», escribe Ragonneau. Incluso llega a aportar un detalle importante: en versiones previas de 'Por el camino de Swann', en lugar de una magdalena, el narrador evocaba un trozo de pan tostado o un biscote. Para no defraudar al lector, 'El Proustógrafo' incluye la receta de la magdalena de Maxime Beucher, creadora de 'La magdalena de Proust' y cuya preparación exige, además de los huevos, el azúcar, la leche, la miel la vainilla y el café, apagar el horno en mitad de la cocción para ver cómo se forma el bulto, y encenderlo después.
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