El Niño de las Monjas, el torero de las veinticinco madres

Seis aficionadas con hábito y velo -las novicias de blanco y las 'alternativadas' de negro- ascendieron hasta la fila 6 del tendido alto del 5. Sin almohadillas, sonrientes y cargadas de fe. La misma que depositaban en su torero, que no podía tener otro apodo que El Niño de las Monjas. Jordi, que así se llama, perdió a la mujer que lo parió, Natalia, pero no hay valiente en el escalafón con más madres, 24 en el convento y la que ya no está. «Todas somos sus madres, todas somos su familia». De la mano de una de ellas, Elisa, una rondeña que se colaba en la arena de los bandoleros para ver a Ordóñez, acudió a la academia taurina y ayer no perdió detalle de lo que sucedía en el ruedo. Vía whatsapp, que una rotura del menisco a última hora le impidió asistir. «¿Pero cómo me haces esto Dios mío?», se preguntó el novillero cuando se enteró de la lesión. «¿A ti? ¡Cómo me lo hace a mí!», le replicó la monja, que esperaba la fecha del 13 de marzo -«no soy supersticiosa»- como agua bendita. La superiora grababa cada serie y se la enviaba a la madre Elisa, su mejor apoderada, aunque ahora ejerza tal función El Soro. Por Jordi rezaba desde el Hogar, pero su mensaje había sido claro: «Arrímate». La general, licenciada en Periodismo, tampoco se quedó atrás: «A portagayola en un toro, ¿eh?».

Dicho y hecho. Jordi Pérez Presencia se arrodilló frente a toriles como se arrodilla frente a San José de la Montaña, se santiguó, besó su amuleto y alzó la mirada al cielo que habita su primera madre antes de dar la orden al torilero: «Adelante». Y allí esperó a Embriagado, un torrente. Tantas eran su ansias por triunfar que se le vio atacado, sin acabar de coger el ritmo al notable fuenteymbro en medio de un aire infernal. Ahí quedaron su entrega y su coraje. Eolo no era una excusa para las religiosas: «Aquí hay que triunfar con lluvia o con viento. Y yo creo que Jordi ha estado bien», comentó Paloma antes de ondear su pañuelo. Como la mayoría de la parroquia, volcada con el Niño. Pero la estocada cayó baja y el presidente se guardó el moquero. «¿Dónde está el que da las orejas?», preguntó enfadada la madre Francisca, la más veterana, mientras el de Carlet paseaba el anillo.

Pero Jordi no se conformaba con eso. Faltaba su segundo cartucho, Jazmín, con el que hizo un esfuerzo, aguantando los parones y con guiños al público. Sólo el acero se interpuso en el camino de la recompensa. «¡Hay que matar a la primera!», espetó vía teléfono la madre Elisa. «Todo ocurre por algo», era el consuelo de la superiora, que se fundió en un abrazo con Jordi a la salida de la plaza.

En la anochecida seguían las fotos con las monjas tras una tarde en la que Álvaro Alarcón, listo para el doctorado, cortó una oreja y Lalo de María dio una vuelta al ruedo en un noble conjunto de Ricardo Gallardo, con ejemplares aptos para una gloria que no llegó... Dios estaba ayer fuera de cobertura. O no. Porque con tal vendaval fue un milagro que los toreros se marcharan andando.