toros
Rafael de Paula, entre la inspiración y el desencanto: sus mejores faenas y las tardes más sombrías
El torero jerezano vivió entra la gloria y el fracaso, dejó tardes de oro y otras de silencio
Rafael de Paula y las dos caras del genio: de triunfar en las plazas a bajar a los infiernos de la cárcel por celos
«Con Rafael de Paula se ha ido el mayor referente del toreo gitano, un estilo tan desgarrador como escaso»
Sevilla
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónHay toreros que dejan huella y otros que dejan misterio. Rafael de Paula fue ambas cosas. Un hombre de gesto hierático y alma gitana, nacido en Jerez de la Frontera el 11 de febrero de 1940, que convirtió el ruedo en un ... escenario del alma. Su paso por la historia del toreo fue más una revelación que una carrera: pocas tardes, muchas emociones, y una liturgia propia, tejida entre el duende y la desesperanza.
De Paula fue la contradicción en carne viva: la pureza absoluta o el vacío más desolado. En su figura, el arte y el fracaso caminaron siempre de la mano, como si uno no pudiera existir sin el otro.
Ronda, el primer compás
El 9 de septiembre de 1960, en la plaza de Ronda, tomó la alternativa de manos de Julio Aparicio, con Antonio Ordóñez de testigo y toros de Carlos Núñez. Aquel joven de mirada grave mostró ya una manera diferente de torear: templada, silenciosa, como si quisiera detener el tiempo.
Confirmó su doctorado en Las Ventas el 12 de mayo de 1962, con Gregorio Sánchez como padrino y Jaime Ostos de testigo. No hubo trofeos, pero sí rumor de torero grande. Madrid lo miró con curiosidad y respeto: un torero distinto, de silencios y cadencias.
Los días del arte
El 28 de junio de 1964, su Jerez natal vivió una jornada histórica. Paula se encerró con seis toros de Salvador Guardiola. Cortó siete orejas y se fue en hombros entre un clamor popular. Dicen las crónicas que el barrio de Santiago se vació para verle.
En Sevilla, el 24 de abril de 1966, la Real Maestranza descubrió el vuelo de su capote ante un toro de Urquijo. Fueron verónicas lentas, hondas, de otra época. Aquella oreja que paseó no fue un trofeo más: fue el reconocimiento de una manera de sentir. En la Maestranza el 20 de abril de 1973, con toros de Pablo Romero el tiempo pareció detenerse. Dos orejas, una vuelta al ruedo y una ovación que aún resuena en los tendidos.
Y un año más tarde, el 5 de octubre de 1974, en la plaza de Vista Alegre de Madrid, durante la corrida de despedida de Antonio Bienvenida, compartió cartel con Curro Romero. Aquella tarde, Paula firmó una de las obras más recordadas de su vida taurina. El toro, de Fermín Bohórquez, se llamó Barbero, y frente a él el jerezano desplegó un toreo tan lento como puro. La faena, de hondura estremecedora, fue un canto a la pureza. Pinchó en la suerte suprema, pero el arte pudo más, y cortó las dos orejas.
Su consagración definitiva llegó el 17 de mayo de 1979, cuando toreó en Jerez al toro Sedoso, del Marqués de Domecq. Cortó las dos orejas y el rabo. Fue la perfección hecha movimiento: una faena sin prisas, con un temple que parecía irreal. La plaza mandó grabar una placa en su honor: «A Rafael de Paula, por su toreo hecho poesía».
Y en Madrid, el 28 de septiembre de 1987, rubricó una faena que aún se cita en las tertulias. El toro se llamaba Corchero, de Martínez Benavides, y Paula lo toreó con una lentitud casi mística. Sin premios, pero con la eternidad.
En Sevilla, el 21 de abril de 1994, volvió a bordar el toreo ante un toro de Torrestrella. No cortó orejas, pero dejó una tanda de naturales que parecían cincelados en el aire. «Más que torear, rezó con la muleta», escribió un cronista de la época.
El precio del arte
Pero el mismo duende que lo elevaba podía hundirlo. El 24 de abril de 1983, en la Maestranza, ante toros de Carlos Núñez, se negó a matar su segundo toro. Sonaron los tres avisos. El público protestó, pero Paula siguió inmóvil, ajeno al estruendo. «Cuando no siento, no puedo mentir», declaró al salir.
En Barcelona, el 6 de julio de 1989, en la Monumental, volvió a enfrentarse a sus demonios. El primer toro, de José Luis Osborne, quedó vivo tras tres avisos. La faena no llegó a cuajar, y el torero, desencajado, bajó la cabeza antes de irse a la enfermería. «A veces el alma no tiene fuerza», explicó con voz cansada.
En Las Ventas, el 23 de mayo de 1990, repitió la escena: apenas unos lances, una muleta sin brillo y el toro vuelto a los corrales. La bronca fue monumental, pero Paula no cambió de rumbo: «El arte no se impone, se espera».
Tampoco la suerte lo acompañó en Sevilla en 1995, cuando dejó vivo un toro de Torrestrella tras pincharlo sin convicción, ni en El Puerto de Santa María, el 9 de agosto de 1997, donde dos toros de Cebada Gago volvieron a los chiqueros.
Su irregularidad era desesperante, pero su arte seguía convocando multitudes. La gente iba por fe, no por certeza: por si aquella tarde, solo aquella, el milagro volvía a repetirse.
La despedida
El 18 de mayo de 2000, en Jerez, con toros de Juan Pedro Domecq, toreó su última corrida. Escuchó tres avisos en ambos toros y, antes de abandonar el ruedo, se cortó la coleta en un gesto silencioso, digno. «No me retiro del toreo —dijo—, me retiro de mí.»
Desde entonces, se refugió en su casa jerezana, rodeado de vinos viejos, guitarras y silencio. Acudía a homenajes, a tentaderos, siempre de paisano con su toque de elegancia campera, siempre distante. El mito ya no necesitaba ruido, y aún así, apoderó a Morante de la Puebla, y no faltó a las citas importantes en la plazas de España, prácticamente hasta su muerte.
El legado de un genio
Rafael de Paula fue un torero de alma, un artista sin escuela. Su toreo no admitía adjetivos fáciles: era emoción pura, belleza detenida, dolor y verdad. En Ronda, Sevilla, Madrid, Jerez, El Puerto y Barcelona... dejó una huella que no se mide por orejas, sino por estremecimientos.
Su capote tenía el ritmo del cante, su muleta la temblorosa quietud del silencio. Nunca buscó el aplauso, sino la inspiración. Por eso fue, y seguirá siendo allá donde esté, un torero de culto. Entre la gloria y la ruina, Rafael de Paula toreó con el alma. Y el alma, ya se sabe, ni se mide ni se olvida.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete