La Francia Taurina
Gestos
Los toreros son actores, a pesar de la realidad en la que se desempeñan, y su juego nos manda señas, como en el teatro, para subrayar la tonalidad particular de cada momento de su actuación
Dax, una fiesta taurina por todo lo alto
François Zumbiehl
Dax
La reciente feria de Dax, Toros y Salsa, ha permitido recoger una delectable cosecha de gestos, generalmente obviados por las crónicas y el público que ponen toda su atención en la médula del espectáculo: la manera de comportarse del toro y el edificio de ... las faenas realizadas por los toreros. Es cierto que esto, como todo lo que acontece en el ruedo, se produce de verdad, pero los toreros son actores, a pesar de la realidad en la que se desempeñan, y su juego nos manda señas, como en el teatro, para subrayar la tonalidad particular de cada momento de su actuación.
Es así como en su segundo toro de Santiago Domecq, un tanto renuente y poco propicio a la ligazón de los pases, Daniel Luque, para poner de manifiesto el dominio que estaba consiguiendo con paciencia, lo llamó con un leve signo de la mano, más bien de dos dedos, como si esta discreta invitación para que se confíe debía quedar entre el toro y él. También, unos minutos antes, había levantado la mano en dirección de la banda de música, apretando el pulgar y el dedo medio, para solicitar unos acordes menos rimbombantes, en armonía con la delicadeza de su quehacer, y la banda tocó enseguida una pieza más meditativa para acompañarle.
Después de una gran estocada dada casi en la boca de riego -lo que decía mucho de la bravura del toro- éste quedó inmóvil, tragando la sangre. Luque tuvo el gesto de tirar hacia él la muleta que se desplegó en la arena, como si fuera para que el astado embistiera la muerte en su última acometida. Unos segundos más tarde se derrumbó el toro, aplaudido por el público y el torero, que se mantuvo por respeto a algunos metros de distancia.
Luque y Clemente tuvieron también el detalle, que forma parte ya de la etiqueta, de aplaudir la vuelta al ruedo de sus toros y de dedicarles una última caricia en el arrastre; Clemente que, después de una imponente sinfonía de naturales y derechazos ligados y cerrados en un perfecto círculo, acortó distancia con ese toro de embestidas y bravura incansables e improvisó unos pases apasionados como un cuerpo a cuerpo amoroso, hasta sufrir una voltereta, lo que interrumpió el idilio y la posibilidad del indulto, pero no quitó nada a la gratitud del torero.
Con estos gestos entendemos que, en margen del ritual y de las figuras obligadas del repertorio técnico y artístico, cada tarde de toros nos cuenta su historia particular. Vale la pena estar atento a ella.
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