El toreo eterno del Niño de la Capea dicta una lección magistral en Guijuelo

Su carnet de identidad apunta a los 70. Su cara, su corazón, hoy eran los de un joven que sueña el torero, con una muleta de maestro y todos los sueños cumplidos

El Niño de la Capea, con las dos orejas y el rabo que cortó al toro de su reaparición

Ana Pedrero

Tarde para la historia en Guijuelo con unos tendidos entregados en cuerpo y alma al Niño de la Capea, una leyenda del toreo que festejaba en el ruedo el 50 aniversario de su alternativa. Tarde de emoción desde la primera ovación hasta el capítulo ... final, cuando su hijo y sus nietos cortaron la coleta del maestro. Las figuras, las de ahora, se turnaban para auparlo hasta el cielo en su penúltima y pletórica vuelta al ruedo.

Un minuto de silencio desde la tierra al cielo en memoria del maestro Andrés Vázquez. En los tendidos y en el callejón, profesionales como El Juli, Emilio de Justo, El Cordobés, Luguillano, Alejandro Marcos, José Garrido, Javier Conde, el ganadero Juan Ignacio Pérez Tabernero o el dúo Los del Río y gente guapa, deseosa de recuperar la memoria del toreo de la mano de una de las máximas figuras de los 70.

Al que abría plaza, Penumbrito, noble y flojo, Capea, de 69 años, lo recogió en su capote para firmar después un quite a la verónica muy templado. Brindó a Carmen, su amor, su mujer y eterna compañera, una faena en el tercio. Muleta larga, mano baja, templada, construyendo en apenas cinco series un tratado del toreo a un toro dulzón.

Con el segundo de su lote dictó una lección magistral de tauromaquia que emborronó con la espada, aunque para la historia dejó unos lances sin fecha de caducidad. Brindó a su hijo y a su yerno, hoy compañeros de terna, para cuajar unas templadas tandas con la mano diestra totalmente encajado. Las plantas asentadas, clavadas; el toreo arrebatado, la pasión, el conocimiento, el secreto. Todo en uno, un prodigio. No bajó el tono con la zurda, siempre en maestro, pleno de recursos y facultades. Ni siquiera la espada pudo borrar una faena magistral, un monumento al toreo clásico. Eterno, inmenso. El que es, es.

Perera brindó al maestro una faena de largura, mando y mano baja, dosificando muy bien distancias y tiempos con pulso y mimo, firmando los pasajes de mayor altura al natural. Inició de rodillas en el quinto en una faena de dominio, valor y cercanías, finalizando metido entre los pitones.

El Capea se las vio con un toro con nobleza que fue de menos a más, metiéndolo en su muleta para rematar con un arrimón. Con el 'cierraplaza', noble pero deslucido, logró sus mejores pasajes con la zurda. En el nombre del padre.

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