La sin par conexión entre Picasso y El Cordobés: de los garabatos a la rana
Manuel Benítez se convirtió en un fenómeno social que traspasó las fronteras taurinas
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Iniciar sesión«¿Qué pasa Manolo?», preguntó Francisco Franco (1892-1975) a Manuel Benítez «El Cordobés» (1936). «¿Qué ha de pasar? Pues que la gente no hace más que hablar de nosotros dos», respondió el torero. Así lo cuenta Fernando Claramunt en su «Historia ... ilustrada de la tauromaquia». Y dice más, según figura en el Anecdotario del Cossío: «Con el paso del tiempo, el mito del Cordobés se integra progresivamente en la sociedad consumista y evoluciona como era previsible...»
Con partidarios y detractores, El Cordobés traspasó las fronteras taurinas . Conocido dentro y fuera de los ruedos, contaba con un don especial sobre el público que hasta empeñaba colchones para verle torear. Así hablaba de su conexión con la gente en una conversación con François Zumbiehl : «Para eso no hace falta ser torero; lo tiene uno dentro, en la misma calle. Yo podía ser un buen político; como orador, hubiera podido coger a la gente, con una preparación, por supuesto. Ha habido muchos toreros mejores que yo... Sin embargo, ahí está».
«¿Así explicas el problema que has tenido con los aficionados de solera, los entendidos?», cuestionaba Zumbiehl. «No he tenido nunca problemas -manifestaba Benítez-, porque entre el público mío ellos nunca han aparecido... Picasso hizo garabatos , pero ¿cuánto vale un Picasso? ¿Y cuánto vale un Julio Romero? Con todos los respetos, y aunque es paisano mío, ese tenía una mujer delante y la copiaba perfectamente. El otro ponía lo que tenía dentro en el lienzo. Yo hacía lo mismo: lo que tenía, lo enganchaba, y ¡amigo, aquí te la mando! »
El paso de la avioneta
A raíz de aquella respuesta, le preguntaba por su famosa rana , según se recoge en «Protagonistas de la Fiesta» del Cossío. «He estudiado en las tientas creaciones, cuando nadie me ha visto. En mi placita me preguntaba: ¿Cómo puedo esto cambiarlo? ¿Cómo puedo hacer cosas que no haya hecho nadie? El Cordobés ha creado la rana, el paso de la avioneta, su manera de andar, el flequillo... Antes, el buen torero no se despeinaba. Tenía que salir de la plaza sin mancharse, con la goma o la lata puesta. "¡Qué torero más perfecto! Oye, ¿has visto cómo ha estado, que no se ha manchado o no se ha despeinado?" ¿Pero cómo no se va a despeinar, hombre? ¡Si uno va allí a jugarse la vida con una fiera!»
Huérfano y con una dura infancia, el V Califa del Toreo nació el 4 de mayo de 1936 en Palma del Río. Forjado en capeas, no le resultó sencillo llegar a Las Ventas, ruedoa al que saltó de espontáneo en 1957. Por aquel entonces, Benítez trabajaba de albañil y sus compañeros no daban crédito cuando les contaba que su sueño era ser torero: «¡Cómo vas a ser torero con esa cara tan fea que tienes, con esa cara de pueblo!», rememoraba en el homenaje venteño de 2006. A lo que El Cordobés replicó con gracia: «¡Pero qué tendrá que ver ser feo para ser torero, si yo no quiero que el toro se enamore de mí!»
Una masa unida
Toda España se metió en la piel cordobesista. Aquel al que llamaron Terremoto Manuel, Huracán Benítez, lo sabía: «Conmigo el público lo ha vivido de verdad, porque sabe todo lo que esto me ha costado, y por dónde he pasado. Es como si estuviera conmigo corriendo por los cerrados. Ha sido en el arranque una batalla noble, solitaria; pero luego acompañada. Había ese acoplamiento con la gente, porque yo iba luchando por la vida. Lo mío ha sido una masa unida. España entera ha estado de maletilla y ha toreado por los cerrados con El Cordobés», declaró al citado escritor francés.
Y lo cierto es que ningún matador ha tenido tan volcánica personalidad como Manuel Benítez. A su arrollador sello se unió la campaña que le hizo Rafael Sánchez «El Pipo». La pasión se desbordó entre los públicos, convirtiéndose en un fenómeno social. El antiguo vendedor de mariscos apostó por el tremendo valor de su poderdante, el torero que aprendía a morir cada tarde, y supo crear un personaje con tirón en la calle y en los ruedos. A uno y otro lado, la prensa y el pueblo cantaban sus triunfos y sus bondades, como el día en que en pleno centro de Barcelona tiró billetes de cien pesetas por un balcón a la gente, sin olvidar sus comentadas jornadas repartiendo jamón a los maletillas o paella en los asilos.
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