Imponente entrada en escena de El Juli
Flotaban en el ambiente festivo de Olivenza desbordada los vientos belicosos de la pretemporada. Morante de la Puebla en el verbo y Miguel Ángel Perera en los despachos se han empleado a fondo. En la plaza no cabía un alfiler. Como no cabe un tonto ... más en esta España modosita, hipócrita y farisea que se rasga la camisa porque dos toreros consagrados como Paco Camino y José Tomás se arrancan del pecho sus medallas, interpretando con gesto arrebatado la nítida voz baja de las escandalizadas comadres del toreo. Y de repente, en mitad del fabuloso caos del confusionismo, El Juli hace ayer una imponente y poderosa entrada en escena que desvía la atención hacia el ruedo: señores, sale el toro, y es ahora cuando suena el zafarrancho de combate. Y el primero en dar el paso al frente con la bayoneta calada vuelve a ser Julián López. ¡Orden!
La corrida de Fuente Ymbro venía de capa caída de fuerza y rajadita de ánimos, buscando, unos antes y otros después, árnica en tablas. En esto sale el quinto, más toro que ninguno por dentro y por fuera. Más fuenteymbro que ninguno. Y El Juli anuncia ya batalla con el capote, y la confirma en la muleta. Atornilla las zapatillas a pies juntos y abre por alto, aunque el desarrollo de toda la faena es por abajo, muy por abajo, sometida la embestida, muy sometida. El toro va hasta allí, con fondo, pero no va cómodo, con esa vibración que produce la casta subyugada al mando de un torero todavía más encastado. Pero es con la mano izquierda con la que Juli cruje Olivenza. Presenta la muleta por delante y espera el tempo necesario para romper por naturales; la cintura también se quiebra. Son tres series, tres, de rugido. Entre medias, el toro se lo ha pensado un par de veces en parones que no sólo no siembran la duda en el torero, sino que le hacen crecerse como el gigante que es. Rematada la última, el todopoderoso toro se ha entregado al todopoderoso Julián López «El Juli», que acaba haciendo ochos. Dobla la espada con el corazón en un pinchazo hondo que lo enrabieta hasta el punto que agarra la espada por el acero para desclavarla. La estocada siguiente tira al toro sin puntilla, que prácticamente rueda ya sin las orejas.
El Juli se resarcía de su toro anterior, de físico tan feble que contagió su espíritu en un volatín que lo acobarda definitivamente. Desde banderillas buscaba las querencias.
El otro toro que aportó nota a la corrida de Gallardo fue el primero. O al menos medio toro, hasta que se rajó. Morante estuvo muy torero en una suave apertura que enseña el camino y el temple. Las siguientes tandas en redondo, encajado, reunido, ligado, presagian faena. En sí lo son, como los pases de pecho. O en sí lo fueron. Porque al coger la izquierda, tras dos naturales espléndidos, el toro se desentendió. Morante quiso, y para ello buscó provocar la renuente arrancada con estruendosos zapatillazos. Aún al final, cerca de tablas lo exprimió. Pero la estocada, levemente atravesada, retardó la muerte y enfrió al público. No fue justo que no le dieran la oreja. Feo, montado, contrahecho, bruto y metiroso, el cuarto sepultó a pechugazos las ilusiones morantistas y encabritó al respetable.
Miguel Ángel Perera reaparecía en España y en su tierra. La ovación fue de gala. Ni su lavado tercero ni el sexto más gallardo resultaron toros de triunfo. El espadazo a aquél le valió un trofeo, y la voluntad ante el discontinuo último, más cariño y palmas. Faltó el ritmo de la temporada avanzada, la fluidez, sobre todo después de tan acusado parón. Fue un bien, pero... Sin coche Fernando Alonso tampoco gana un título. Hoy será otro día.
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