Daniel Luque: «Soy un enfermo del toreo»
Triunfador de la Feria de Abril con una rotunda Puerta del Príncipe, abre este domingo la Feria de San Isidro: «En Madrid estoy obligado a triunfar, me cueste lo que me cueste»
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Iniciar sesiónEl jueves 28 de abril, abrió por primera vez la Puerta del Príncipe de Sevilla Daniel Luque, un matador de Gerena (Sevilla), tras cortar tres orejas a los toros de El Parralejo, con una rotundidad reconocida unánimemente por crítica y público. Así, ha vuelto a ... situarse entre las primeras figuras. Luque, además, va a abrir la Feria de San Isidro el domingo 8 de mayo, encabezando el cartel, con toros de Montalvo, junto a López Simón y Álvaro Lorenzo, por lo que se ha disparado la expectación. Charlo con Daniel Luque en Sevilla. Está feliz pero todavía dolorido porque, la tarde del triunfo, sufrió una cogida y tiene fisuras en dos costillas y en el músculo abdominal.
—Muy pocos viven la gloria de cruzar a hombros la Puerta del Príncipe de Sevilla. En ese momento, ¿a dónde miraba, atrás o adelante, a lo que ya había vivido o a lo que iba a venir?
—Son momentos únicos, de una gran felicidad: ¡te ha costado tanto! Era como quitarme de encima una losa. No sabía ni a dónde mirar. Pero sí que miraba arriba: a mi madre, que hubiera visto cumplidos todos sus sueños.
—¿Cuál fue la clave para lograrlo?
—Ser fiel a mi concepto. Antes, cuando venía a torear a Sevilla, intentaba acomodarme al gusto de ese público. Era un error: para bien o para mal, tenía que ser yo mismo, sin querer convencer a nadie de nada. Creo que los años y la experiencia te ayudan a aceptarte a ti mismo: es lo más difícil, para el torero.
—Y para cualquier persona. ¿Le empujó al toreo su familia o lo llevaba dentro?
—Mi padre era mozo de espadas. Por eso mismo, no me empujó: conocía la dureza de esta profesión. La que me animó siempre y me acompañó fue mi madre. Por eso mismo, ¡me hubiera gustado tanto que hubiera podido vivir este momento! Fui yo, desde el comienzo, el que quiso ser torero. Luego, he tenido la suerte de que toda la familia me ayudara en cuerpo y alma.
—A los 12 años, se fue con su padre a México, a una Escuela Taurina, en Aguscalientes. No fue una experiencia feliz.
—Aprendí mucho entonces, pero pasé momentos malos. Ahí se formó parte de mi carácter: me hice desconfiado, temía que la gente se acercara a mí para hacerme daño. Para protegerme, me tuve que poner una coraza. Creo que lo he superado ya pero me costó trabajo.
—Los toreros no tienen infancia.
—Así ha sido, en mi caso. A veces, cuando hago algo, me dicen mis amigos: «¡Qué infantil eres!» Es verdad: estoy viviendo cosas que no pude hacer, en su momento. El torero vive siempre rodeado de gente mayor que él, que traza su estrategia. Es una situación especial.
—Dicen que no tiene un carácter fácil.
—Sobre todo, para los que me conocen poco. A veces, mis amigos me dicen: «Dani, si tú no te comes a nadie...» Con ellos no tengo problemas, claro. Por otro lado, para ser torero hay que tener carácter y yo lo tengo, pero no me considero una mala persona. De joven, he cometido muchos errores; supongo que les ha pasado igual a mucha gente. Pero he intentado arreglarlo, mejorar: se aprende con la experiencia.
—Insiste en que quiere triunfar siendo fiel a un concepto del toreo, pero, ¿cuál es ese concepto?
—Desde el comienzo, se habló de mi facilidad, de mi difícil facilidad.
—Pero eso es una cualidad, no un defecto.
—Sí, pero también tiene sus riesgos. Puedes creer que siempre tienes razón. Los éxitos son muy traicioneros, se aprende mucho más cuando no triunfas. Ahora intento ser yo mismo: si tú no sientes lo que estás haciendo, es muy difícil que transmitas nada.
—¿Cómo explica los altibajos de su trayectoria?
—En los primeros años, no me fue muy difícil triunfar, por la novedad. Pero esa facilidad me traicionó: creí que podía con todo... Luego, no fui capaz de mantener ese nivel: la culpa fue mía. La muerte de mi madre me hizo perder muchas ilusiones; me eché encima la carga de la familia. Tenía que encontrarme a mí mismo. Ahora, creo que lo he conseguido, siento que tengo la fuerza suficiente. En todo caso, si miro atrás, no me quejo: si el sacrificio ha sido grande, la recompensa, mucho mayor.
—A pesar de todo, no ha perdido nunca las ganas de torear.
—¡Todo lo contrario! Han ido a más. Soy un enfermo del toreo. Me apasiona estudiar el comportamiento diferente de cada toro, en cada momento: no sólo los míos; también, los que le tocan a mis compañeros. No entiendo que algunos toreros puedan estar distraídos, en el callejón; yo no se lo permito ni a mi mozo de espadas. Hay que mirar siempre al toro, estar pendiente, por si te toca lanzarte a hacerle el quite a un compañero.
—Ése era el catecismo de la familia Bienvenida, por ejemplo.
—Tenían toda la razón. Además, viendo torear a mis compañeros, me fijo en todo, pienso en lo que yo intentaría hacer, en cada momento. Si soy el tercero del cartel, cuando llega mi turno es como si hubiera hecho ya dos faenas. La tarde de la Puerta del Príncipe, pasé mucho miedo, viendo lo que hacía Miguel Ángel Perera. ¿Iba a ser yo capaz de estar a la altura? Por eso me lancé a hacer un quite de riesgo, para liberarme. Felizmente, fui capaz de sobreponerme.
—Cuando su carrera decayó, ¿cómo logró reaccionar?
—Recuerdo bien que estaba sentado en mi casa y veía los carteles de Ferias en los que yo no aparecía. Iba por la calle y algún aficionado me paraba para exigirme que, con mis condiciones, volviera a ser figura del toreo. ¿Qué podía decirle yo? En aquella época, llegué a dudar de si tenía yo capacidad o no. Pensé en quitarme, en hacerme banderillero... Fue Francia la que me dio la oportunidad de reaccionar, con otro tipo de ganaderías. Apostaron por mí, me apadrinaron, como si dijeran: «Éste es nuestro». Para mí, Francia ha sido clave, le debo todo.
—También lo ha sido lidiar corridas más encastadas.
—En principio, yo era reacio a matar estas corridas, que llaman 'duras'. Fue Francia la que me hizo cambiar: en una temporada, maté cinco o seis de Victorino, varias de Palha, de La Quinta... Gracias a eso, el público me respetó y yo me vine arriba.
—Además del éxito, lidiar estas corridas le ayudó a mejorar como torero.
—¡Sin duda! El toro que tiene complicaciones me motiva, me obliga a más, yo me contagio. Y lo que hago con estos toros, además, lo valora más el aficionado.
—En esta Feria de Abril, hemos visto que su rotundo triunfo ha llegado con toros encastados. Con toros suavones, de los que se dejan, un torero volcado en la estética tiene las de ganar.
—Está claro. He aprendido la lección. El año que viene, ya no me pillarán en ésa.
—Durante la pandemia, demostró su gran capacidad al cortar las orejas a dos Miuras en Sanlúcar.
—Muchos me lo han dicho: esa corrida me hizo mucho bien. Estoy loco por matar más Miuras. En Dax, el 13 de agosto, mataré seis toros de La Quinta. En las Ferias, hay que buscar un equilibrio entre mantener la categoría de figura y abrirse a otros tipos de toros. Quiero hacer gestos algunas tardes, en sitios especiales. Se lo debemos a los aficionados.
—El toreo no es sólo ponerse bonito.
—No, me gusta otro tipo de Tauromaquia y, ahora mismo, me siento capaz para intentarlo. Me preocupa que la gente que perdió la confianza en mí, la recupere. Quiero darles motivos para ello.
—También ha mejorado mucho últimamente con la espada. No es sólo una cuestión de valor.
—Antes, incluso el toro que mataba pronto, lo mataba mal. Para hacerlo bien, además de valor, hacen falta cabeza y mucho carretón. Ya sé que hay días en que hay que matarlos con el corazón, pero, en general, lo esencial es ser capaz de darle al animal esos segundos de espera y deslizar la pierna, además de adelantar la mano, para que humille: si el toro no humilla, no puedes matarlo arriba, salvo que lo hagas 'a topacarnero', como decían antes. Lo definió Domingo Ortega: «A bruto, gana siempre el toro». También es necesario llegar al final de la faena con la cabeza suficientemente fresca, sin hacerte un barullo, y decidir, con cierta frialdad: «Tú, no te escapas».
—Además del toro, ¿qué otras cosas le apasionan?
—El campo, los caballos. No me gustan los barullos, ni la vida social; soy muy familiar, de mis amigos. Sigo viviendo en Gerena, mi pueblo. Hago viajes rápidos, para volver a lo mío.
—¿Le gusta ver vídeos de toros?
—Veo muchísimos, de todas clases de toreros. De todos se aprende algo. Me encanta ver, en la tele, novilladas sin caballos: vuelvo a encontrar la inocencia que yo tenía en mis comienzos. Y suelo acertar cuando descubro cualidades, en un chiquillo. También me gustan películas como 'Tarde de toros', con grandes faenas de maestros.
—¿Es aficionado a la lectura?
—Soy más aficionado a ver que a leer: viendo, entiendo mejor las cosas. Salí muy pronto de la escuela pero tengo muchas inquietudes y, con los años, espero leer más. Lo que más me gusta de todo es la música popular: la copla, las sevillanas, el flamenco... ¿Sabe lo que escucho, muchas veces, mientras toreo de salón? Música de banda de cornetas y tambores, que me chifla: las marchas procesionales de Semana Santa. Me gustaría llevar esa música, en vivo, a la corrida de los seis toros de Dax. ¿Le parece un disparate?
—¡En absoluto! Ya hizo algo así Enrique Ponce. Pero conviene hacerlo en ocasiones especiales, advirtiendo previamente al público y eligiendo bien las músicas.
—Lo voy a intentar.
—Afronta ahora el compromiso de San Isidro.
—Hay días en que no te puedes ir sin triunfar. Para San Isidro, he apostado por tres ganaderías –Montalvo, El Toreo y Valdefresno– que se mueven y que respeta la afición. En Madrid, estoy obligado a triunfar, me cueste lo que me cueste: si los toros no me ayudan, les ayudaré yo.
–Y ahora, ¿qué va a ser de Daniel Luque?
—La Puerta del Príncipe me hizo feliz pero ya pasó. A partir de ahora, espero ser más libre, más yo. Tengo un camino muy largo por delante. Mi temporada ha de ser importante: he sacrificado mucho, para eso. Lo que uno pasa, en soledad, se lo lleva luego a la plaza. Quiero hacer todo lo que tengo en mi mente. No volveré a caer en los mismos errores. Me queda mucho por vivir. Y por torear.
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