El Cid reverdece viejos laureles en la Feria de Otoño de Madrid
Pincha la Puerta Grande tras cuajar a un excelente toro de Victoriano del Río; Fandiño corta la única oreja
El Cid reverdece viejos laureles en la Feria de Otoño de Madrid
Casi lleno en la Plaza para ver a Iván Fandiño y lo que vemos es una gran faena de El Cid , malograda por los fallos con la espada, como tantas veces. Aprovecha el mejor toro para mostrar su categoría con la mano izquierda ... . Tenía las orejas en la mano y la Puerta Grande, abierta, pero pincha...
Los toros de Victoriano del Río , bien presentados, con muchos pitones, dan un juego desigual: blandean demasiado primero, segundo y quinto; es bueno el tercero y muy bueno el cuarto, para el que se pide con razón la vuelta al ruedo.
El Cid reverdece esta tarde viejos laureles. No en el segundo, flojo, que cae varias veces. El diestro lo cuida, le da la lidia adecuada pero no cabe la emoción. Tiene la fortuna de que le toque el cuarto, un gran toro, castaño bociblanco, bien armado , aplaudido de salida. Desde el comienzo, embiste con templanza. Se luce El Cid en suaves delantales; Fandiño nos asusta con gaoneras muy ceñidas , «al tragantón»; replica Manuel por verónicas: la gente, lógicamente, feliz. Brinda al público y, dándole distancia, sin dudarle, inicia los naturales, en tres series de categoría: temple, sabor, ritmo, cadencia. Lo propio de un gran torero. Por la derecha, el toro va un poco más corto pero Manuel acompaña con la cintura, a media altura. Concluye con naturales de frente y preciosos remates por bajo. Ha sido una faena grande, muy del gusto de Madrid. Sólo falta rematarla... pero pincha. Con admiración y cariño, la gente clama: «¡Para matarlo!». Hasta una mala palabra se le escapa a mi vecina... Desconsolado, El Cid da una vuelta al ruedo de las antiguas, de las de verdad.
Valioso gesto
A la mayoría de los toreros les cuesta muchísimo venir a Madrid, en estas fechas. Por eso mismo, es tan valioso el gesto de Iván Fandiñ o: anunciado tres tardes en San Isidro, fue herido gravemente, la primera, al matar (es el gran riesgo de la suerte suprema, cuando se realiza con pureza). Su primer toro, serio, bien hecho, embiste con gas. Veroniquea Iván muy firme, plantando los pies . El toro va largo, humilla. Brinda a los médicos .
Desde el centro, tres ayudados por alto y preciosos remates levantan un clamor. Dándole distancia, encadena derechazos firmes, de mano baja, mandando mucho. La faena baja algo por la izquierda porque el toro flaquea. Vuelve a la derecha, con ligazón. Presintiendo el trofeo, surge cierta división. Concluye con manoletinas. Ha alargado el trasteo, suena el aviso. La estocada es tremenda , sacando el brazo del mismo centro, cruzando con riesgo y guapeza: sólo eso merece ya la oreja, que se concede.
No puede redondear el triunfo en el quinto, que flojea y queda corto. Brinda al público, inicia con pases cambiados, vuelve a mostrar su firmeza y disposición pero el toro se cae: sólo puede matarlo bien.
La alternativa
Toma la alternativa el colombiano Sebastián Ritter , que destacó en San Isidro por sus alardes de valor. La gente lo acoge con simpatía pero acusa su escasa experiencia. En el primero, flojo y parado, pasa varios apuros. Brinda al cielo . Aguanta con verticalidad las pocas embestidas que ofrece el toro. El último es un burraco muy abierto de pitones, aplaudido de salida. Se dobla bien con él, se queda quieto, muestra voluntad, mata atravesado.
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