'El dragón de oro': interrogar lo cotidiano

Crítica de teatro

La obra la forman relatos que se mezclan para perturbarnos, narraciones que buscan sobre el escenario una singular experiencia estética

'El dragón de oro': la culpa la tiene un dolor de muelas

Una escena de 'El dragón de oro' Rubén Vilanova

Crítica de Teatro

'El dragón de oro'

  • Texto Roland Schimmelpfennig
  • Traducción Albert Tola
  • Dirección y dramaturgia Ánxeles Cuña Bóveda
  • Escenografía y vídeoarte Iris Branco
  • Iluminación Laura Iturralde
  • Vestuario Ruth Díaz Pereira
  • Intérpretes Fina Calleja, Fernando Dacosta, Sabela Gago, Fernando González, Fran Lareu.
  • Lugar Teatro de La Abadía, Madrid

Roland Schimmelpfennig abre la temporada del Teatro de La Abadía. Estamos hablando de uno de los autores alemanes de mayor proyección internacional, que ha marcado el lenguaje teatral de nuestra época. Sus obras siempre muestran una inteligencia y brillantez compositivas, un modo de ... interrogar lo real desde la extrañeza de lo cotidiano que lo han convertido en todo un referente de la última escena contemporánea.

Decía David Foster Wallace que sin duda él se consideraba un escritor realista, que lo que había cambiado sin embargo era su modo de plasmar la realidad. De Schimmelpfennig se puede decir lo mismo: su realismo subraya la perplejidad, el desconcierto y la duda, acude a lo extraordinario, a la fantasía como forma de potenciar su mirada sobre los asuntos cotidianos, sobre nuestra posición en el mundo. Sus obras son un conjunto fragmentos de vidas, de tiempos, de espacios, un puzzle de sentido.

Ese puzle nos lo encontramos en 'El dragón de oro', relatos que se mezclan para perturbarnos, narraciones que buscan sobre el escenario una singular experiencia estética. En efecto el brillante e inteligente Schimmelpfennig utiliza la narración, la narración de su propio texto dramático (incluidas las acotaciones) para escribir una fábula contemporánea sobre la inmigración, la explotación laboral, la prostitución y la existencia de distintas dimensiones sociales.

Con el cuento de la cigarra y la hormiga al fondo va entretejiendo historias a partir de ese restaurante thai vietnamita, de sus empleados y sus clientes. Un niño inmigrante sin papeles, unas azafatas, un hombre con una camisa de rayas, un viejo y su nieta, personajes con una identidad que en realidad son una enorme interrogación. Schimmelpfennig muestra a las víctimas, muestras nuestras complicidades con un sistema social devastador, pero sitúa a cada personaje en esa frontera en que lo cotidiano se vuelve cruel, en que nadie está completamente a salvo de ser víctimas o ser cómplice. Echando mano al humor, incluso al sarcasmo y a la ironía, con un ritmo cinematográfico, la obra va allá de lo políticamente tópico para convertirse en una danza sobre la crisis de un modelo de civilización.

Tanto la dirección, la escenografía o la interpretación brillan a gran altura. Y no es fácil porque Schimmelpfennig es siempre un autor exigente, pide el mismo vértigo de su escritura, la misma intensidad, el mismo trabajo emocional, todo lo que Sarabela Teatro ha sabido ajustar en esta puesta realmente espléndida.

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