'Todas las canciones de amor': el actor y sus circunstancias
Crítica de Teatro
La obra es el abrazo póstumo que el actor Eduard Fernández le da a su madre, fallecida durante la pandemia, y de la que no se pudo despedir al estar confinados
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Iniciar sesiónHay funciones teatrales cuyo significado está encerrado únicamente en el escenario; otras que se escapan de las rejas de la escenografía y adquieren un vuelo único y particular. 'Todas las canciones de amor' es una de estas funciones, porque es el abrazo póstumo que ... el actor Eduard Fernández le da a su madre, fallecida durante la pandemia, y de la que no se pudo despedir al estar confinados (ella estaba en Barcelona y él en Madrid). La frase final del monólogo: «Has vuelto» es una brutal sacudida emocional.
Pero no hace falta conocer esta emotiva circunstancia para disfrutar de una función conmovedora, cuyo poético texto se enreda como la hiedra en el espectador. Santiago Loza, el dramaturgo argentino autor de la obra -del que Pablo Messiez estrenó en Madrid hace unos años 'He nacido para verte sonreir-, presenta a una mujer, a una madre, preparando una cena de reencuentro con su hijo. «Su estar, lo que dice su silencio -ha dicho Loza sobre su texto-. Lo que podría pensar en esas horas. Ella no tiene un nombre definido, podría ser un compendio de muchas madres conocidas. Ella no tiene un nombre porque lo que siente no pertenece solo a ella, el amor, el desencuentro, la reconciliación, el erotismo inesperado y una extraña ternura, es lo que puede sucedernos a cualquiera de nosotros en una situación extraordinaria».
La madre que dibuja Loza es entrañable, dulce, frágil. Su relato es disperso, íntimo, conmovedor, incluso divertido. Pero es, sobre todo, la destilación de su amor, un amor infinito, inabarcable; el amor que solo una madre puede ofrecer: «Amo tanto y de manera tan desmesurada que voy a termina desapareciendo», dice en los compases finales de la obra.
Eduard Fernández se traviste y se convierte en esta mujer de una manera extraordinariamente sutil. Su voz levemente aflautada, sus movimientos torpes y vacilantes, su acento temblorosamente tierno, hacen olvidar que estamos ante un hombre interpretando a una mujer, para verla únicamente a ella. Ese es el mérito del actor: esconderse detrás de su personaje pero asomarse para seguir siendo perfectamente reconocible. Y Eduard Fernández lo hace con un equilibrio perfecto entre técnica y emoción, para conseguir un trabajo deslumbrante. Le ayuda el espectáculo que ha tejido Andrés Lima, siempre a favor del texto y del actor, a quien cuida permitiéndole respirar y consiguiendo, junto a él, una función bellísima.
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