«The suit», la emoción desnuda
Peter Brook deslumbra en el Festival de Otoño en Primavera con esta obra donde los actores están soberbios y el montaje es espectacular
JUAN IGNACIO GARCÍA GARZÓN
La sabiduría escénica que Peter Brook –ya con 87 años a sus espaldas– ha atesorado a lo largo de su vida le ha llevado a esencializar su lenguaje expresivo hasta lo diáfano. Sus últimos trabajos son elocuentes demostraciones de austeridad, sencillez y precisión dirigidas ... a conseguir ese teatro inmediato del que habla en “El espacio vacío”, un arte del presente que con palabras de ayer nos habla del hoy y nos abre los ojos hacia el mañana.
Con la máxima depuración formal como emblema, Brook se ha reencontrado con “The suit” (El traje), que ya montó en francés en 1999, y con África, el continente sabio y maltratado donde germinan con fuerza primigenia las semillas maravillosas de las historias. La nueva versión en inglés de una narración corta escrita por el sudafricano Can Themba (1924-1969) en los años 50 se estrenó hace apenas un mes en París. Anteanoche abrió brillantemente en Madrid la XXIX edición del Festival de Otoño en Primavera .
“El traje” es una historia sobre los fantasmas del deseo y el demonio de los celos, sobre el amor y el desconsuelo, en la que se alían lo dramático, lo irónico, lo cruel y lo profundo sobre el fondo urbano de Sophiatown, el barrio pobre de Johannesburgo donde vivió Themba.
Es un érase una vez, un cuento con hechuras de metarrelato que devana un narrador, Maphikela, y van contando los protagonistas a la vez que lo interpretan: la peripecia vital del enamorado Philemon que un día sorprendió en la cama a Matilda, su esposa, con un hombre que, en la precipitación de la huida, se dejó el traje. Testimonio de culpa, la prenda se convertirá en invitado de ese matrimonio que un día fue ideal, tanto que Matilda se atrevió a mirar fuera de él, y en testigo mudo del dolor de dos personas que se aman.
La fuerza de la escenografía
Solo unas sillas de colores y unos percheros móviles: con tan escueto arsenal escenográfico, Brook y compañía edifican un montaje de espectacular pureza, gran fuerza dramática y desarmantemente bello, mágico y hondo, en el que la desnudez de la emoción se instala desde el comienzo en el corazón de un público que los actores saben incorporar con humor a la representación.
Estupendamente dirigidos, los actores están soberbios
Una guitarra (Arthur Astier), una trompeta (David Dupuis) y un piano (Raphael Chambouvet), amén de un acordeón que se intercambian, ponen fondo musical –formidables las interpretaciones de aquel estremecedor “Strange Fruit” que cantaba Billie Holiday y de la “Malaika” de Miriam Makeba– a esta historia de amor que tanto nos dice de manera casi elíptica sobre aquella terrible Sudáfrica de la que tuvo que exiliarse Themba, que murió alcoholizado en Suazilandia, y sobre los pliegues secretos de la condición humana.
Estupendamente dirigidos, los actores están soberbios: Nonhlanhla Kheswa, poderosa y sensual cantante, es una Matilda llena de encanto e interrogaciones, Jared McNeill encarna magistralmente al narrador, que se tima con los espectadores, William Nadylam conmueve dentro de la piel y el alma del doliente Philemon, y Rikki Henry, también asistente de dirección, asume con gran eficacia cómica diversos personajes episódicos.
El público del estreno, con personas sentadas en el suelo delante de la primera fila de butacas y espectadores colocados en bancos corridos en los laterales del escenario, aplaudió durante varios minutos puesto en pie al elenco del espectáculo.
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