El lado oscuro de James Bond
Ni leyenda, ni mito, ni tótem, ni siquiera icono. 007 ya se ha pasado tres pueblos de cualquiera de estas categorías y estratosferas, adquiriendo una condición superior: la de folclórica. Por eso es esclavo de su público, que por algo le ha seguido durante décadas ... y hasta le ha perdonado lo de Timothy Dalton. Y de mano en mano va, no como la falsa moneda sino, él que tiene más clase, como el «peluco» de oro que le regalan a los prejubilados por los servicios prestados. Aquí, los agraciados han sido los hiperactivos Marc Forster y Paul Haggis, pareja a quien pegaba menos la franquicia que a Garci y Valcárcel.
Aunque también habría que hacer la prueba del ADN al filme para saber cuánto de ambos hay en su organismo, debido a la abundancia de segundas unidades (muchas reclutadas de... «El ultimátum de Bourne»), al habitual cambalache guionista y a que estamos ante la primera secuela oficial de la saga, ya que la acción arranca justo donde terminaba «Casino Royale». Y, hablando de acción, parece que los responsables de «Quantum of solace» (título que, aunque tenga honda raigambre con el universo de Ian Fleming, suena como el eslógan de una pomada antihemorroides: «porción de alivio») sufrieran de un horror vacui adrenalínico a la hora de sobrecargar de planos hasta la última gota de sus ciento cinco minutitos. Un mareo que se hace patente en escenas como la de la brutal lucha en el campanario entre lianas y cuerdas, pura acrobacia a lo «Tigre y dragón».
Pero esto no es lo que más chirría, sino la evolución del personaje. De acuerdo que ponerse a llorar como una nenaza al enviudar, como Lazenby en «Al servicio secreto de su Majestad», no es de recibo, pero tampoco que todo un 007 se rebaje al nivel de Charles Bronson clamando venganza parda. Que hasta M. le pone un parte. ¿Se le habrá pegado la gran crispación universal acaso? Y ya puestos a sacar punta: ¿qué demonios pinta en tanto desierto? ¿Se cree Lawrence de Arabia? ¿Y ese villano con cara de comadreja leprosa inspirado, según el propio Mathieu Amalric, en ¡Sarkozy!? Con la chica no nos metemos, vaya, aunque la Kurylenko a veces recuerda a esas cervatillas falderas que describía Beigbeder en su última novela y otras parece que te va a vender «malacotones» de su «fregoneta»... Relájate, James. La competencia te pisa los talones, así hay que volver a los orígenes: sonreír más, seducir y copular con alegría, hacer turismo, repescar a Q... El mundo todavía te necesita, pero no con esa cara de tertuliano talibán, hombre.
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