Demme entra con fuerza en una competición agonizante
Por aquí se esperaba a Jonathan Demme como si se llamara Uno de Agosto. Pobre hombre, seguro que no se había sentido tan deseado desde que lloró en los brazos de la comadrona. El deseo, obviamente, no estaba dirigido a su persona, sino a su ... película, «Rachel getting married», de la que se sospechaba que, mejor o peor, sería eso, una película. Y lo fue: tenía sus personajes, con sus historias y dramas, y una música (tenía música, incluso, para haberla repartido en otros títulos de la competición), y una intención..., en fin, esas cosas que le hacen a uno más llevadero el estar mirando la pantalla durante dos horas.
Lo que cuenta Demme en «Rachel getting married» viene dicho en el título, pues podría ser un homenaje a Robert Altman y «Un día de boda», escrito en colaboración con Jenny Lumet (hija de Sidney Lumet) y con un cierto desapego formal en el estilo (suavizado) del llamado Dogma. Una boda de principio a fin, desde las complicaciones del día anterior a los embrollos y sensiblerias del día en cuestión. Una película con afanes descriptivos (hay que ver lo largo, pomposo y hasta melifluo que pueden ser los discursitos, los agradecimientos y las promesas de una boda como Dios manda en una casa más americana que mascar chicle) en los que entra como un tornado una de las hijas, la que no se casa, la que está internada, la que tiene en su pasado un agujero tan negro que cabe en él la casa entera... Un personaje que interpreta la atractiva Anne Hathaway con el vigor que Stallone los suyos y, al tiempo, con una fragilidad amplificada por su aspecto enclenque.
Como Jonathan Demme es un director de cine, sabe cómo se compaginan los estilos y los géneros, sabe profundizar en el drama (el drama es francamente doloroso) sin renunciar a un soportable sentido del humor, y sabe organizar las secuencias para que la música moleste cuando tiene que molestar y agrade cuando ha de agradar... Nos cuenta la pesadez de la boda cámara en ristre, pero también nos cuenta en sugestivos primeros planos el torbellino que viven algunos personajes. De repente, aparece en escena Debra Winger, la desaparecida, con la serenidad en el rostro y el turbo que ruge allí en el fondo. En fin, que ya ha habido más sorpresas y encuentros que en una semana larga de festival.
Tras saltarse alegre y felizmente el comentario de una película de Agn_s Varda, la crónica va a caer ahora de bruces en «The sky Crawlers», animación japonesa de Mamoru Oshii... O sea, si Miyazaki es el mismísimo Dios, Mamoru Oshii es como poco un San Pedro: el autor de «Ghost in the shell» vuelve al dibujo animado tras unos años de estéril coqueteo con la carne y el hueso. «The sky Crawlers» es una animación triste, melancólica, en la que cuenta una historia entre bélica y romántica con unos dibujos (los caretos de Pedro y de Heidi nunca saldrán ya de la animación japonesa) en los que el fondo le gana por goleada a la figura. De la película de Mamoru Oshii, e incluso de Mamoru Oshii, sólo se pueden decir cosas buenas.
Más aún, lo realmente chulo sería que el Leon de Oro lo ganara el propio Miyazaki y el gran Premio del Jurado fuera para Oshii. Y la interpretación femenina la compartieran la demacrada Anne Hathaway y la simpática pececita llamada Ponyo. Y la guinda la pondría el director de la Mostra, Marco Muller, saltando desde la claraboya como Dick Turpin.
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