Caótica y fantasmagórica confusión
JOSÉ MANUEL CUÉLLAR
Cuando los fantasmas pierden su condición de tal y son reales, (aunque ni eso, porque dependen de cuándo y cómo), es que todo es un caos, un desorden y una confusión. Vale que los fantasmas lo sean, con cadenas si se quieren, ... pero eso de que te puedan cortar el gaznate y no puedas decir ni pío, no cuela. Las tradiciones son las tradiciones y Cabezas no las respeta para nada.
Todo sea en favor del fin que justifica los medios, aunque sean tan confusos como estos: un par de hermanos rememoran a su padre, un tiparraco de la peor especie que mejor estaría dos metros bajo tierra aunque esté con una palada sobre su jeta de cerdo humano.
El caso es que a partir de ahí todo se mezcla: realidad, fantasía, pasado, presente y casi futuro, para convertir la película en un caos sin pies ni cabeza. Terror cogido al bies, sin credibilidad alguna, aunque con ciertas reglas cinematográficas, mínimas (corrección técnica, actores, luces), que vislumbran la salvación.
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