Sergio del Molino: «La Transición es ahora un objeto de obsesión narrativa»
El escritor presenta su libro 'Un tal González' (Alfaguara), la historia novelesca de un país en transición a través de Felipe González, una de las figuras clave del socialismo
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Iniciar sesiónDe tanto recorrer la España vacía, Sergio del Molino llegó a la convicción de que, si quería comprender el país que narró en ese ensayo —y, por supuesto, aquel en el que había crecido—, tenía que comprender la figura de Felipe González, líder ... del PSOE en plena Transición española, responsable de la primera victoria socialista en 1982 y presidente de gobierno durante 14 años, tras cuatro victorias electorales consecutivas.
Responsable del ingreso de España en la Unión Europea y la OTAN, lo fue también del descalabro. Narrado en clave novelesca, en el relato sin ficción que caracteriza la escritura híbrida de Sergio del Molino, 'Un tal González' (Alfaguara) propone un doble retrato, el del personaje en cuestión, y el de la generación de Sergio del Molino. Más hijo de la Transición que nieto de la Guerra Civil, el escritor narra la vida del líder socialista desde 1969 hasta 1997, con lanzaderas al presente.
-En sus libros siempre hay un hilo biográfico, ¿qué tiene de propio Felipe González?
-Lo biográfico es más tenue que en otros libros. El vínculo es una decantación natural de la 'España vacía', que es cuando comienzo a considerar el país como materia de reflexión literaria, y en el que va perfilándose González. Es una figura que forma parte de mi infancia y con el que creció mi generación. Llegué a la convicción de que entender la España en la que crecí, pasaba por entender a Felipe González.
-En 'Lo que a nadie importa' y 'La mirada de los peces' interpeló al PSOE. Aquí no, ¿por qué?
-Me he hecho mayor. Las alusiones de mis libros anteriores tenían que ver con mi yo adolescente, que está al final de este libro. Crecí en un ambiente anti socialdemócrata, por izquierdista. Esta es una forma política y metafórica de reconciliarme
-¿Qué hace a Felipe González un personaje novelesco?
-¡Todo! Si no es más novelesco es porque no ha sido un líder en tiempos de guerra, y porque ha asentado la normalidad, que es lo más anti literario que puede existir. Tiene la parte azarosa: es un personaje periférico que se echa sobre los hombros la responsabilidad de todo un país. Posee la ambición, a lo Shakespeare; y el poder, nadie ha acumulado tanto poder en España. Además de una personalidad arrolladora.
-Su Felipe González no tiene fisuras. ¿Qué se le puede reprochar?
-Lo que tiene que ver con la imagen de su legado y su incapacidad para asimilar el derrumbe que estaba sufriendo su gobierno y su proyecto político. Él no asimila los casos de corrupción y los niega. Aquello fue un error más importante aún que los GAL, que también negó.
-En el libro propone la metáfora del bonsái como «esa forma de gobernar lo salvaje civilizándolo en una maceta».
-Encaja con la idea que Felipe tiene su tradición política. Más que el socialismo marxista, pertenece a una tradición reformista española que viene del siglo XVIII y que está en Joaquín Costa, en Ortega y Gasset, en todos aquellos que creían que España necesitaba ampliar reformas para curar el atraso. Por eso la metáfora del bonsái encaja. Además, para Felipe la agricultura importaba, era una vía para acceder al progreso. Es el proyecto secular de cultivar España y convertirla en algo fértil.
-Las entrevistas de González con dictadores lo retratan como un hombre comedido, inmune a los carismáticos. ¿Realmente?
-Porque ese es su carácter. Así es él.
-Como afirma Carlos Granés, ¿fue Felipe González quien acercó España y América tras el franquismo?
—Restituye una comunicación, de forma muy poco paternalista. En Latinoamérica se siente en su casa. Siente una atracción natural, además, una de sus principales referentes es García Márquez.
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-«Como todo cambio, fue una obra colectiva», escribe. ¿Realmente existió un espíritu de la Transición?
-Felipe González representa y sabe interpretar las aspiraciones de un país que solo quería lo que ahora despreciamos: normalidad y paz. Más que un espíritu de la Transición, hay un personaje que entiende muy bien a esa sociedad, y eso hace que para algunos sean una generación cobarde y mezquina, en comparación con quienes hicieron la guerra.
-Habla de hijos de la Transición más que de nietos de a Guerra Civil. ¿Hasta qué refleja eso la literatura española contemporánea?
-Es posible que empiece a estar. La Transición es ahora un objeto de obsesión narrativa. Y creo que empieza a asomar esa mirada de hijos de la democracia. Quizá para la generación de Javier Marías no. Es mi generación la que empieza a interrogarse por ese llegado.
-En el episodio de la cena con Boyer y Felipe González, Fraga queda retratado como un trilobite político.
-Ese pasaje está relatado con fuentes socialistas. Las pocas veces que habló del asunto, Fraga dijo que eso había sido una exageración. Y yo creo que sí debió de serlo. Él no entendió ni asimiló que reunirse con ellos, implicaba darles una carta política, y que ellos la negociarían. La insolencia de esos jóvenes políticos lo hizo perder los papeles.
-¿Cuántas Españas separan a la del Citröen de Felipe González de la del Peugeot de Sánchez?
-Al menos cinco: la desarrollista, la de la transición, la de la movida, la de los yupis… Hemos cambado cinco veces de coche. La verdad es que ya no se reconocen en nada aquel PSOE y el de hoy.
-¿Ha intentado Sánchez matar al padre?
-En parte sí. Entiende que su supervivencia depende de soltar amarras con ese pasado. En el partido se interpreta como un error, porque transformado al PSOE en un partido cesarista, donde no hay corrientes, algo que es incompatible con su tradición. Ni siquiera Zapatero lo hizo.
-¿Ha sentido presiones al momento de escribir este libro?
-En absoluto. Es un libro que surge de mi iniciativa, que he llevado adonde he querido. Todos los que quisieron hablar conmigo lo hicieron libremente. No sometí el manuscrito a ningún tipo de consulta.
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