contra el verano

Quien solo lee en verano no merece llamarse lector

En verano, una época propicia para la lectura, existen una serie de libros que son ideales en los meses de julio y agosto

27/07/2024 a las 08:05h.

Una de las peores cosas de esta estación son las famosas listas de «lecturas para el verano». Como si en el verano se pudiera leer. Leer de verdad, quiero decir. A menos que en casa uno tenga aire acondicionado y se eche en la ... cama con una pila de libros y no salga hasta la tercera semana de septiembre, no puede decir con propiedad que en esta época del año haya leído. Y, aún en ese hipotético caso, sería una lectura que se ha hecho a pesar del verano, en contra del verano, creando un oasis de frescura, civilización y raciocinio en medio del verano.

Ahora bien, esto no es lo que tienen en mente las editoriales y los suplementos culturales cuando sacan sus absurdas listas de los cien títulos que debemos leer durante el verano. Estos traficantes de libros quieren convencernos, primero, de que el verano es una época particularmente propicia para la lectura. Y, segundo, de que existen una serie de libros que, además, son ideales para leerlos justo en los meses de julio y agosto. Como si estas obras fuesen un plato exquisito que necesita cocinarse a 40 grados y a 80 % de humedad en el ambiente. Por supuesto, es una mentira del tamaño de una casa. La prueba es que las editoriales no editan novedades en verano. Lo único que hacen es remover las mercancías que no se han vendido demasiado bien en el primer semestre, para hacer espacio en los depósitos y en las librerías a los nuevos títulos que aparecerán en la llamada 'rentrée' literaria (en España, siempre tan francófilos, se sienten muy chic diciendo 'larrentré'). La fulana 'rentrée' significa, básicamente, que por fin se ha acabado el verano y la gente puede volver a trabajar, a ser útil, a producir.

Lo cual me lleva a la siguiente idea. Así como la mayoría de la gente tiene que esperar todo el año para poder escaparse un par de semanas a la playa, de la misma manera, hay una mayoría de gente que se relaciona en términos similares con la lectura. Ahora que ya terminó el trabajo y me voy de vacaciones, piensan suspirando, por fin un poco de mar, sol y a leerme esos dos tochos policiales que me están esperando. Bueno, alguien que solo lee en el verano no merece llamarse un lector. Es, más bien, un antilector. Es alguien que, en realidad, desprecia los libros. Es gente que no tiene ningún empacho en (tiemblo de solo recordarlo, porque lo he visto) arrojar un libro al bolso de playa, donde este objeto sagrado terminará pringado con los jugos de alguna fruta fermentada, el protector solar y la arena. Y es que la tragedia del verano en conjunción con las listas de lecturas para el ídem, producen el espectáculo más absurdo de estos meses pródigos en desvaríos: el lector de playa. Ese ser que se embadurna de bronceador, se echa en la toalla bajo el sol inclemente, se pone las gafas de sol y…, lee. «¿Qué cree que está haciendo?», me pregunto cada vez que observo a uno de estos especímenes. «¿Quién se cree? ¿No se da cuenta, acaso, de que el calor evapora las ideas, las imágenes y el pensamiento? ¿No entiende que la palabra escrita es una flor y no un cactus?»

En fin. Que la única forma de que yo me pudiera tomar en serio a uno de estos antilectores playeros sería si los viera pasar con sus dedos empegostados las páginas de libros como 'En las cimas de la desesperación', de Cioran, o 'Del sentimiento trágico de la vida', de Unamuno. Verdaderas lecturas para el verano.