Gente con alma

Rocío Mora: «A los puteros nunca se les ha señalado, se señala a las mujeres»

La presidenta de Apramp pide derechos, no compasión. A Marcela la rescataron de un club y la sumaron a su equipo

Rocío Mora y Marcela ABC

Ha tenido frente a frente tantos destrozos humanos, casi siempre con rostro de mujeres o casi niñas, que le cuesta rescatar de su mapa vital uno solo. «En una unidad nuestra en la Casa de Campo vimos cómo elegían a la chica más débil, la ... metían en un coche, le daban un bocadillo y por ahí pasaron quince personas, todos los amigos que habían llegado. Eso te marca». Rocío Mora Nieto, presidenta de la veterana Apramp (Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención a la Mujer Prostituida) lleva 26 años clamando por que esas jaurías dejen de considerar el cuerpo de una mujer como una mercancía que se puede comprar, usar y tirar.

Es lo que hicieron durante años con Marcela, una de las 35 supervivientes, rescatada hace ya catorce años de un club de alterne de Fuenlabrada de las garras de sus proxenetas. En su camino sin futuro, encaramada a sus tacones, y atada a las rayas de cocaína que formaban parte del atrezo de puta, se cruzó Apramp y una furgoneta salvadora, una unidad de rescate, que la convirtió con tiempo y un programa férreo en una más del equipo.

«Marcela es el ejemplo de cómo ha evolucionado España en la persecución de un delito. Entonces eran inmigrantes irregulares, no víctimas. Pasó tres años pululando por distintos puntos de España, la cambiaban de prostíbulo para que nadie la pudiera ayudar ni tuviera contacto con la realidad». No solo a Marcela, sino que esa práctica formaba y forma parte del 'manual' del proxeneta. Había muchas Marcelas en ese momento y en ese lugar, Fuenlabrada, que parecía un parque temático de la explotación sexual.

Marcela, brasileña, 39 años, fue explotada por una red que le prometió en Sao Paulo un trabajo de cuidadora y acabó moviéndola como a una maleta por prostíbulos de Portugal, Sevilla y Madrid. «Prefería que me insultaran a que me dijeran víctima. Yo no me reconocía como víctima, no quería provocar lástima», nos contó cuando hablamos con ella. «Prostituta y drogadicta, yo que iba a ser abogada».

Volver era el fracaso

Los sueños se los quebraron a golpes y escarmientos, pero después de un año Rocío Mora y su equipo lograron romper el yugo y sacarla. Marcela no logró ser abogada aunque puede presumir de logros. Es una de las mediadoras de Apramp que recorren en unidades móviles o de rescate la Comunidad de Madrid para localizar a esas mujeres obligadas a ejercer la prostitución en clubes, polígonos o casas. Reparten material sociosanitario, acompañan a las chicas al médico y colaboran codo con codo con las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad a la hora de actuar. Si a alguien se pueden confiar es a quienes antes pasaron por lo mismo.

«Tienen un rechazo absoluto a contar su verdadera historia para protegerse. Siguen diciéndoles que si lo hacen la Policía las echará», explica Rocío Mora. «Es lo que pasaba hasta que se tipificó la trata de seres humanos, hasta que se las consideró víctimas de un delito». Marcela pasó por todas las explotaciones: la sexual, la laboral, hasta en el servicio doméstico la llevaron al límite. «Hubo una época en que todas mentían para que no volver a su país de origen. Ese era el fracaso».

Rocío y Marcela son amigas. La primera, abogada, defensora sin fisuras de derechos, recuerda cuando los clubes de alterne empezaron a estar controlados por mafias de otras nacionalidades y el infierno de las mujeres se agrandó. Drogas y palizas a la orden del día. Omertá, abuso, explotación, carne fresca cada semana, intercambiable y de usar y tirar. «Vimos todo tipo de bestialidades en la Casa de Campo y en polígonos. En ese momento éramos inofensivas para ellos pero después, cuando fuimos más visibles y llegaron los cambios políticos y legislativos, nos convertimos en peligrosas».

Han sufrido amenazas y ataques. A su madre, Rocío Nieto, fundadora de la asociación, cara visible contra los proxenetas y 'madre postiza' para tantas mujeres, le ofrecieron el dinero que pidiera a cambio de cerrar la primera sede. Nadie se rindió y en estos años han llegado a más de 4.000 chicas, con una intervención social, jurídica y sanitaria. Un plan global. Si una da el paso de salir hay que cumplir un protocolo muy establecido. Ahora tienen 13 plazas en pisos para mujeres y cinco para niñas.

«Nos dimos cuenta de que más de la mitad, un 54 por ciento de las mujeres, nos contaban que habían comenzado a ser explotadas cuando eran menores; esto nos alarmó y creamos ese recurso diferenciado», explica Mora Nieto.

Saben lo que es encontrar a una niña escondida en un armario durante una redada, han comprobado como muchas menores atraviesan media Europa con un certificado notarial en el bolsillo: la autorización de sus padres para que viajen con un tío, un primo, un hermano en teoría de vacaciones a España o para estudiar. Los primeros proxenetas son sus padres y luego se van sucediendo quienes las explotan y las venden.

La miseria humana que tapan esos cuerpos de medio niñas es un abismo al que aterra asomarse. Madres que prostituyen a sus crías y a las amigas de esta; madres que tienen que hacerlo ellas y suman a la niña al negocio. «Si tu entorno más cercano es el monstruo... es muy difícil entenderlo», reflexiona la presidenta de Apramp.

Las palabras de Rocío son una sierra de corte: «A los puteros nunca se les ha señalado, se señala a las mujeres. Ellas siguen siendo la moneda de cambio. Las mafias han ido a buscar a niñas a Ucrania. Si no tenemos una ley que penalice cualquier forma de proxenetismo, ellas no se la juegan». Marcela se la jugó. Porque aunque ella no lo sabía, sí era una víctima.

Por uno de esos pisos pasó Marcela con su dolor y su rabia a cuestas

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