Por los pasillos oscuros del abismo de la plaza de toros de Las Ventas pasean con andar cadencioso dos patillas cárdenas abrazando una cara labrada por los años y una gorra de campo que toca con el dedo izquierdo cuando saluda a las mujeres. Son ... ya parte de la arquitectura humana de la primera plaza del mundo como los monosabios, como las solapas con claveles en barrera o los vendedores de agua fría. Como los ladrillos rojos que sostienen su brutal estructura de circo romano. Avisan de la llegada de César Palacios, chaval del barrio de Ventas, dibujante pintor y arenero desde hace más de medio siglo, pegado siempre a su bloc de dibujos.
Retirado del rastrillo por la edad, cada día dibuja en el hueco de su burladero del callejón desde el que ha pintado y ha visto todo, desde los hombres que se derrumban hasta los héroes de las siete de la tarde. Con el habla melancólica casi de pasos arrastrados todavía recuerda una media verónica de Antoñete, tan buena que después de la faena salió de las tablas a hacer su trabajo y no quiso alisar el trozo de ruedo en el que el maestro había parado el tiempo. Se resistió a borrar aquella huella. Ahora cumple medio siglo con San Isidro corriéndole por las venas como un caballo loco y expone sus obras en la Sala Rociera de Alcalá 202, la calle por la que vio subir en volandas a los dioses eternos del toreo de Madrid. Esta es su historia.
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