«Ja sóc aquí!»: Serrat regresa a puerto para despedirse a lo grande de Barcelona
El cantautor emociona en el primero de sus tres conciertos en el Palau Sant Jordi, los últimos de su carrera
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Joan Manuel Serrat, este martes en el Palau Sant Jordi de Barcelona
Adiós a la 'taulada vermella' y a la 'finestra amb flors'. Adiós a Lucía, Curro el Palmo y Penélope, aunque en esta gira les haya tocado chupar banquillo buena parte de las noches. Adiós, en fin, a la vida en la carretera. Porque se baja ... del escenario Joan Manuel y se va Serrat. Quizá no a pie, pero seguro que cuesta abajo: del Palau Sant Jordi a su casa y vuelta a empezar. Porque lo de anoche no fue el último vals, sino el principio del fin. El primero de los tres conciertos con los que Joan Manuel Serrat se despide definitivamente de los escenarios. El, ahora sí, último cartucho de la gira 'El vicio de cantar'. Primera noche de alto voltaje emocional, barra libre de aplausos y repertorio con guiños a 'Barcelona i jo' y 'El meu carrer'.
Liturgia para 15.100 personas, todas sentadas. Cuando no aplauden, contienen el aliento. En el aperitivo, soul bajito; sonido Motown más susurrado que cantado, para entretener la espera. Veinte minutos de retraso (¿tú también, Joan Manuel?) y allá vamos. La cuenta atrás. Serrat en familia. El 'noi' en su salsa, regresando a puerto tras 57 años de travesía transoceánica. Ovación cerrada cuando aparece en el escenario entre las fotografías color sepia de 'Temps era temps'. A su derecha, el taburete de terciopelo rojo de Boccaccio, testigo mudo de buena parte de sus gestas y ancla que lo mantenía atornillado al escenario. También a él, claro, le toca plegar velas.
«¡Qué lejos parecía un día como hoy cuando en abril empecé esta gira! Pero como dijo Tarradellas, '¡Ja sóc aquí!», se exclama Serrat. Y aquí está, sí. Para despedirse, pero con alegría. «Mi vida en la música ha sido una alegría», constata.
Por delante, una veintena larga de canciones y un guion bastante parecido al de las escalas veraniegas en los festivales catalanes de costa: picoteo discográfico para cubrir casi una veintena de álbumes, arreglos expansivos (a veces demasiado) cortesía de los teclados de Kitflus, equilibrio entre castellano y catalán, y un buen puñado de canciones para enmarcar. ¿Ejemplos? El escalofrío de 'Cancó de bressol', el tirón de orejas por dejar el mundo hecho un asco en 'Pare', la memoria familiar de 'El carrusel del furo', la euforia temblorosa de 'Cançó de matinada', el recuerdo a Miguel Hernández enredado en los versos de 'Las nanas de la cebolla' y 'Para la libertad'...
Una panorámica completa de casi toda su carrera en la que se echaron de menos algunos clásicos (ni rastro de 'Penélope', 'Lucía' o 'Señora', motivo de motín en cualquier otro contexto) pero que dejó nuevos momentos para el recuerdo, como el clímax de solemnidad sobrecogida de 'La tieta' o ese reverso de 'Mediterráneo' que es 'Plany al mar'.
«Todo pasa y todo queda», canta el poeta y recita el cantor en 'Cantares', y también Serrat pasa y queda. Pasa él y quedan sus canciones. Las que suenan sobre el escenario y las que no. 'Paraules d'amor' y 'Cremant núvols'. Y, claro, 'Fiesta'. «Es inevitable que todo lo que empieza se tiene que acabar. Y este concierto no será una excepción», bromea Serrat antes de despedirse del escenario. Está satisfecho, dice. Y también conmovido. Cómo no estarlo. El jueves más. Y el viernes, el último vals.
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