Antonio García de Diego: «Hay que conocer muy bien al maestro para poder estar al quite»
estrellas en mi menor
El escudero de Joaquín Sabina, Miguel Ríos, Víctor Manuel, Ana Belén y muchas otras estrellas tiene uno de los currículum más increíbles de la música española
El concierto de Sabina, en imágenes
Nacho Serrano
En los temibles veranos toledanos de los años cincuenta en Los Cerralbos, la localidad cercana a Talavera de la Reina donde nació el multiinstrumentista, arreglista, compositor, cantante y productor Antonio García de Diego, no había mucho que hacer más allá de jugar a ... la pelota, al guá, a las chapas... y trillar (para los urbanitas: triturar el cereal cortado para separar el grano de la paja). «Era un pueblo eminentemente agrícola, y siempre había algún amiguete cuyos padres te dejaban montar en la trilla arrastrada por las mulas», recuerda el ilustre músico, que en una semana cumplirá 74 años a pesar de que su voz jovial haga pensar que anda por la treintena. «Bueno, eso y escuchar la radio. Cuando me ponía a cantar las coplas que sonaban fue cuando empecé a darme cuenta de que tenía ciertas aptitudes vocales. Luego, cuando llegaban las fechas de las fiestas y se organizaban bailes, me quedaba absorto mirando a los músicos que venían a tocar. Me ponía al lado del escenario a disfrutar de esa magia que me fascinaba, y que terminó atrapándome sin remedio».
En 1957, cuando tenía ocho años, tuvo su primera experiencia formal como artista con público. Tras la terrible inundación que arrasó la ciudad de Valencia en otoño, toda España se movilizó organizando eventos solidarios para recaudar fondos para los damnificados y en Los Cerralbos se montó un festival musical. «Como por el pueblo ya se había corrido la voz de que yo cantaba bien me subieron al escenario a cantar 'La Campanera'», recuerda Antonio, a quien poco después mandaron a estudiar a un internado que tenía su propio coro, en el que ingresó con mucha ilusión ya que con él pudo hacer sus primeros viajes por el país. «Allí fue donde aprendí algo de solfeo, guitarra y también algo de piano, en gran medida de forma autodidacta. Me dejaban allí solo tocando una hora mientras los demás niños se iban a misa, y lo que hacía era intentar sacar de oído las canciones que escuchaba en la radio. Enseguida me di cuenta de que no sólo me gustaba mucho la música, sino que tenía cierta facilidad para tocarla usando sólo mi intuición. Así fue como me formé, sin saber qué era una escala diatónica ni cosas de esas, que a día de hoy sé que existen, pero sigo sin saber qué son exactamente».
Ya entrada la década de los sesenta, Antonio y su familia se trasladaron a Getafe, donde vivió «los tiempos gloriosos de la eclosión de los grupos», con el salto a la fama de Los Brincos, Pekenikes, Los Sírex y tantas otras bandas fundacionales del pop español. «Yo me monté mi grupito con un bajista absolutamente amateur al que tenía que decirle: 'ahora tienes que poner el dedo aquí, luego allá'... hacíamos lo que podíamos. El caso era estar en un grupo como fuese. Tocamos en fiestas y en bailes de los alrededores, en Pinto, Valdemoro, Leganés, San Martín de Valdeiglesias, y la cosa fue creciendo y creciendo hasta que tuve el suficiente bagaje musical para montar una banda seria, que fue los Franklin. Tocábamos cosas de Allman Brothers, de Neil Young... No estábamos mal (risas)».
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El gran salto en su incipiente carrera llegó algo después, cuando conoció a la persona que le abrió las puertas de la primera división del rock nacional: Teddy Bautista. «Nos escuchó, le gustamos y nos produjo un disco. Después se deshizo el grupo por el típico parón de la mili, y Teddy me fichó para grabar el álbum 'Ciclos' de Los Canarios. Entrar en ese grupo fue una experiencia enormemente enriquecedora», asegura Antonio, que a pesar de haber ingresado en un conjunto famoso no sintió que se estuviese convirtiendo en un ídolo de la juventud. «Eso le correspondía más bien a Teddy. Los demás éramos peones con ciertas garantías musicales. Y así he seguido siempre (risas), nunca he sido un artista de masas».
De eso precisamente trata esta sección veraniega. De músicos que han estado en primerísima línea pero no bajo los focos sino justo al lado, como escuderos de grandes héroes. Y en este terreno, pocos pueden ni tan siquiera rivalizar con el currículum de Antonio García de Diego, un tipo que pronto tuvo que empezar a tener que decir que no a auténticas leyendas por falta de tiempo. Como por ejemplo a Camilo Sesto, a quien conoció trabajando en el musical de 'Jesucristo Superstar'. «Yo hacía el personaje del revolucionario que instaba a Jesús a que tomara las riendas de la revolución (risas). Fue muy divertido, y por supuesto conocí a Camilo, que al terminar me ofreció tocar con él. Pero yo tenía otros planes, y además musicalmente no era mi mundo».
Por aquella época, Antonio añadió otro hito colosal a su historial grabando con los míticos Triana. «Me llamaron a través de Teddy, y terminé tocando en todos sus discos. Un grandísimo honor. Incluso toqué en el álbum póstumo después de que muriera Julio de la Rosa, hecho con retales de maquetas que tenía grabadas en su casa. Llegaron a ofrecerme entrar en la banda, pero no acepté la invitación por puro respeto. No me veía. Me faltaba la idiosincrasia sevillana», dice con encomiable humildad.
Cuando todavía estaba tocando con Los Canarios, Antonio tuvo un fugaz encuentro que ahora se puede entender como el augurio del siguiente capítulo de su carrera. «Recuerdo que una vez estábamos tocando una versión muy atrevida del 'Satisfaction' de los Rolling Stones en la discoteca Barbarella de Torremolinos, y se me acercó un chico para pedirme que la tocáramos otra vez. Pero el dueño de la disco no nos dejó porque era así como muy progresiva y lo que quería era que pusiéramos a la gente a bailar. Era Sergio Castillo, insigne batería con el que después trabajaría muchas veces, como por ejemplo en la banda de Miguel Ríos. Él nos vio otra vez en Barbarella, le gustamos mucho, nos conocimos y empecé a trabajar con él en el disco 'Memorias de un ser humano'. Luego en la gira 'Rock en el ruedo', en el programa 'Qué noche la de aquel año'... todas ellas experiencias brutales. Con él es con quien mejor me lo he pasado tocando. Recuerdo anécdotas loquísimas, como una actuación que dimos en México, que era la primera de rock que se hacía en varios años porque habían prohibido eventos relacionados con el género después de un concierto de Queen en el que una panda de zumbados disparó al aire con pistolas. Cayó una chupa de lluvia que no te puedes imaginar, y a pesar de que era peligroso tocamos porque si dejábamos a cuarenta mil personas plantadas, igual volvían a sacar las pistolas».
Después de la experiencia de 'Jesucristo Superstar', Antonio se metió en un grupo de teatro «con mucha conciencia política» en el que además de tocar, ejercía como actor. Y así fue como se cruzaron en su camino Ana Belén y Víctor Manuel. «Terminé trabajando muchísimo con los dos, tanto en el estudio como en directo, pero un buen día conocí a Joaquín Sabina, que ya me había visto tocar varias veces. Poco después de ese encuentro me invitaron a una comida donde estaba el A&R de Ariola, el mánager de Joaquín, y Joaquín. Y me convencieron. Yo seguí con Víctor y Ana, pero empecé a trabajar con Sabina en 'El hombre del traje gris' y a partir de ahí la cosa fue creciendo hasta que me pidió entrar en su banda de directo. Me ofrecía más libertad creativa, y me lancé. Pero tenía que contárselo a Víctor y Ana porque la vida no me daba para todo. Un día, ensayando con ellos antes de un concierto, me eché a llorar porque tenía que decidirme, elegir con quién me iba. Le dije a Víctor que me iba con Joaquín, y se quedó un poco afectadillo. Me dijo: 'Vale Antonio, pero se lo cuentas tú a Ana' (risas). Cuando se lo dije a ella no se lo tomó tan bien, pero bueno, luego volví a trabajar mucho con los dos. La verdad es que pensar que se me rifaban, impresiona. Y ahora, echando la vista atrás, veo que nunca he tenido que pedir trabajo. Siempre me han buscado a mí, y además quien me ha buscado siempre ha sido gente de este calibre. ¡Algo tendré! (risas)».
En la época en la que empezó a trabajar con Sabina, el bardo ya había superado sus días más gamberros. «Los que tuvieron la suerte de compartirlos con él fueron Viceversa, porque todavía no eran tan grandes y en las giras vivían todo juntos», explica Antonio. «Con nosotros ya fue diferente. Joaquín se iba a su propio hotel, casi no quería que los músicos estuviésemos con él salvo alguna noche que nos invitaba a tomar una copa a su habitación. Pero sí he tenido noches de salir por ahí con él y pasarlo fantásticamente bien en alguna fiestecilla y alguna aventura».
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Desde entonces García de Diego ha puesto sus virtudes al servicio de grupos más recientes como Estopa, pero su nave nodriza siempre ha sido Sabina, con quien ahora está en plena gira de despedida. «Están siendo los conciertos más emocionantes de mi vida, los que más verdad están transmitiendo, te lo prometo», sentencia con seriedad. «Y Joaquín dice lo mismo, también porque la gira ha llegado después de dos años en los que han pasado muchas cosas, el accidente en el Wizink, etc... Él está más tocadillo y se mueve menos por el escenario, pero aunque sea sentado, ahí sigue con su bombín dejando extasiados a sus seguidores cada noche. Terminaremos en diciembre, en México y Estados Unidos. Y después, ya se verá. Pero ya vamos viendo que los plazos se acortan, que nos hacemos viejos. Yo seguiré con Malditos Benditos, pero tengo claro que lo que no voy a hacer es trabajar con nadie más. Ya no estoy para eso. Porque cuando te metes en el mundo de los grandes artistas, hay que conocerlos bien para saber por dónde pueden tirar. Como dice Joaquín, soy parte de una cuadrilla torera. Y hay que conocer muy bien al maestro para poder estar al quite, para poder ayudarle si hay un error, un despiste o un desfallecimiento. Para eso hay que tenerles el truco muy bien cogido».
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