Quique González apura otro trago de emoción y pasiones en «Daiquiri blues»

El cantautor madrileño Quique González / EFE

Cualquier día de cualquier estación en la montaña cántabra. Samuel, su mastín, olisquea y marca territorio por el jardín. Quique González echa pie a tierra desde la cama y se sienta al piano… ¿Vendrán o no vendrán las musas esta mañana? No siempre, pero sí, ... suelen venir, suelen posarse como pájaros melancólicos sobre las teclas. Y de las teclas al disco, en este caso de las teclas a «Daiquiri blues», la nueva colección del cantautor, trece piezas marca de la casa, nostalgias varias («siempre tiramos de lo que perdemos»), compases del corazón («Habrá sido igual con todos los demás que vinieron detrás a lavarte el pelo rojo con las manos manchadas de Navidad»), trece canciones que son también el reflejo de, como dice el músico, «la soledad del treintañero».

En la montaña, Quique compone a sus anchas, y sólo sale de su penúltimo refugio cuando ya está cansado «de oler a vaca a todas horas». Entonces se viene por los madriles, o donde toque, con sus canciones al hombro, para reencontrarse con amigos, familia, perder cualquier cosa en el asiento de atrás de un taxi, apurar un par de copas, mientras reflexiona sobre su Real Madrid: «Necesitamos tiempo para acoplarnos, un equipo de fútbol es como una banda de rock, que hasta los veinte conciertos no suena realmente bien».

Quique ha cambiado de compañía, porque como cuenta, «las discográficas están intentando imponer un impuesto revolucionario por el cual los artistas tiene que pagar un tanto por cierto de sus conciertos, y por ahí no paso».

La grabación también ha supuesto cambiar de aires, y hasta de continente, pues Quique González se ha ido hasta Nashville para trabajar con el productor Brad Jones y pisar tierra sagrada musicalmente hablando. «La verdad es que sí, como dicen en Argentina, ha sido el sueño de un pibe. Es increíble cómo allí se respira la música, a todas horas. Es como una peregrinación a la Meca, es más, debería serlo para cualquiera que se dedique a esto, debería ir allí una semana y empaparse hasta las cachas». En la Meca, González ha «orado» con músicos norteamericanos de primera fila, «tipos que no se permiten sonar mal ni aunque estén tocando para cinco personas», y ha vivido una experiencia inolvidable: «Parece que estás en una película, la música se te sale por las orejas».

Un currante del rock

Más de una década fajándose en los cuadriláteros musicales de toda España, ocho discos, Quique es un currante del rock, pero no le duelen prendas en sentirse un «privilegiado, es algo que pienso todos los días, no estoy resentido con nada ni con nadie, ni con la industria, ni las peleas, ni los malos momentos, yo estoy hecho de eso y todos los días siento que tengo mucha suerte por llevar diez años viviendo de esto».

Comprador compulsivo de discos («me deberían prohibir la entrada, como en los casinos»), González sigue siendo una gran lector de poesía («no estoy seguro de si me ayuda al componer, a veces en el momento parece que no, pero luego creo que acaba calando») y sigue siendo por encima de todo un facedor de canciones: «Ellas son la razón y el meollo, el camino más corto para sentirse bien es una buena canción y si tienes diez, ya es la hostia…Para mí es un juego y un reto hacerlas, a veces es como resolver un crucigrama, si no sale te mosqueas un poco, pero después de haber terminado una canción con la que estoy a gusto es como si fuera un tío distinto, proporciona una felicidad intransferible, una satisfacción solitaria pero muy intensa».

En el último remate, Quique vuelve a pisar el césped: «El disco anterior, "Avería y redención", se lo dediqué a Granero y Xabi Alonso, buenos fans míos, y ficharon por el Madrid. Es el tipo de gente con la que el madridista del gallinero se puede identificar. Estoy esperando ansioso la llamada de Florentino para recomendarle los dos próximos fichajes». Así es González, un tipo que vive y canta al borde casi todas las áreas.

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