Cruïlla
Un laboratorio para festivales de masas en plena quinta ola
El Cruïlla de Barcelona, que anoche despidió su edición más atípica, ha apostado por los test de antígenos y el cribado masivo para reunir a 20.000 personas por día y replicar al máximo la experiencia de 2019
El festival detecta 285 positivos entre los más de 50.000 asistentes
Público con mascarilla en las primeras filas de uno de los conciertos del Cruïlla
«Esto es casi como antes, como si no hubiese pasado nada», le dice a su acompañante, más bien le grita, un joven con camisa floreada y tatuaje maorí que le cubre toda la pierna. Se intuye una sonrisa, pero la mascarilla, de momento aún ... en su sitio, no permite confirmarlo. Porque sí, es casi como antes. En la calle, a unos pocos metros, la pandemia vuelve a descontrolarse y la quinta ola empieza a hacer estragos, pero aquí en el recinto del Forum, 20.000 personas bailan y se abrazan, cantan y se desgañitan, mientras Two Door Cinema Club descorchan 'I Can Talk' y 'Undercover Martyn'.
El efecto es lo más parecido a ver cómo sale disparado el tapón de una gigantesca botella de cava: descompresión, euforia desmedida y unas ganas de música y de fiesta que lo inundan todo. «Los chicos hoy saltarán a la pista, y arrasarán porque ya no tienen miedo a gritar», canta como si fuera una premonición Guille Milkyway durante el espídico concierto de La Casa Azul. Así es fácil, muy fácil, olvidarse de la pandemia, del coronavirus y de las restricciones. Sobre todo si Carolina Durante vuelven a electrificar el ambiente con su despendolada 'Cayetano', el aire que sopla en el Forum disimula el calor y se lleva el pestazo endémico de la depuradora del Besós a otro lado y, vaya, la mascarilla empieza a cotizar a la baja a medida que avanza la madrugada.
Two Door Cinema Club, durante su actuación del viernes
«¿No están muy pegados?», suelta de pronto alguien mientras se asoma a la zona perimetrada frente a uno de los escenarios en la que, ahí sí, la norma de la mascarilla se cumple a rajatabla. Será que es en ese espacio donde se concentra la mayoría de trabajadores encargados de vigilar que nadie se desprenda de la mascarilla o que, con el foso de los fotógrafos de prensa a un tiro de piedra, cualquier imagen de gentío apiñado sin mascarilla no es más que munición para quienes piensan que todo esto, ahora mismo, es una temeridad.
Estudio observacional
La conveniencia o no de celebrar un macroevento sin apenas restricciones es, de hecho, la duda que planea sobre el Cruïlla desde que el jueves abrió puertas y se convirtió en el primer festival europeo en plantear que, además de posible, también era seguro reunir a 75.000 personas durante tres días y en un mismo espacio. Esta misma semana la Generalitat anunciaba un frenazo en la desescalada y volvía a cerrar el ocio nocturno a cubierto como mínimo durante quince días. El Cruïlla, sin embargo, seguía adelante según lo previsto. Quizá si hubiese sido simplemente un festival, así sin más, el desenlace hubiese sido diferente, pero Cruïlla, igual que la semana pasada el Canet Rock y el Vida de Vilanova i la Geltrú, tiene permiso especial del Gobierno catalán por tratarse de un «estudio observacional con test de antígenos previo».
Todos los asistentes tenían que someterse a un test de antígenos
La clave de todo, defienden los responsables del festival, está en el sistema de cribado, un despliegue sin precedentes que implica que todas las personas que accedan al recinto cada día han tenido que someterse a un test de antígenos con resultado negativo. Una estrategia que, sobre el papel, se traduce en una suerte de burbuja sanitaria que permite el acceso únicamente a aquellas personas que no pueden contagiar el virus. Así que si uno puede cantar a placer los viejos éxitos de Amaral o dejarse las lumbares en cada cambio de ritmo de La Casa Azul es porque los cortafuegos han funcionado y el virus, se supone, se ha quedado a las puertas.
El jueves, por ejemplo, se detectaron 126 entre 15.000 personas. El viernes, 94 de 19.000. Y ayer, jornada de clausura con reclamos como Izal, Morcheeba y Fuel Fandango, a las nueve de la noche se habían contabilizado 65 positivos de 14.910 test realizados. La organización preveía ayer cerrar la jornada con 19.000 asistentes. En total, 285 positivos que, según el director del festival, Jordi Herreruela, habrían prevenido «entre 2.500 y 3.500 casos de Covid-19». «Hemos demostrado que somos efectivos y hemos sido eficientes. Barcelona vuelve a ser el centro del mundo en cuanto la organización de eventos y la música en vivo», destacó ayer Herreruela, para quien el festival ha sido un «éxito total».
En el extremo opuesto se sitúan quienes creen que fiarlo todo únicamente a los test de antígenos es demasiado arriesgado. «Creo que del mismo modo que se ha tenido que cerrar el ocio nocturno porque eran sitios donde sabemos que podía haber mucha transmisión y se han detectado muchos brotes, estos grandes acontecimientos son grandes diseminadores, porque se acumulan muchas personas», apuntaba el viernes la jefa de Epidemiología y Medicina Preventiva del Hospital Vall d'Hebron, Magda Campins. «A pesar de que se hagan test de antígenos rápidos o de que vayan con mascarilla, hay personas muy juntas que gritan y cantan, y esto favorece la transmisión, así que no es prudente realizar este tipo de eventos», añadía Campins.
En el mismo sentido se manifestaba ayer el investigador y genetista Salvador Macip, para quien la «idea de hacerse un test rápido y, si sale negativo, actuar como si ya no hubiera pandemia es absurda». «Si pensamos en los festivales, por ejemplo, sólo con que se te escapen algunos positivos, que pasará seguro, puedes tener un brote muy rápido», advertía. A falta de consenso, las autoridades han optado por apelar a la «responsabilidad individual y colectiva», como hizo la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, y a recordar que si se pueden celebrar estos festivales es porque el comportamiento del público en los estudios clínicos del Apolo y el Palau Sant Jordi fue impecable.
Público del Cruïlla en el Forum
Sistema costoso
El mismo sistema que ha desplegado el Cruïlla ya lo pusieron en práctica, de forma algo más accidentada, Canet Rock y Vida la semana pasada, y es en el que confía el sector del ocio nocturno para poder reabrir puertas cuanto antes. Tamaño blindaje, sin embargo, implica un desembolso nada menor que en el caso del Cruïlla se traduce en un millón de euros para un dispositivo que incluye 300 sanitarios, 80 carriles para el cambio de entradas, mascarillas FFP2 para todos los asistentes, personal de control a casi cada paso...
Un despliegue que acaba repercutiendo directamente en el bolsillo de los asistentes, que han tenido que pagar un sobrecoste de entre 8,5 y 15 euros, según el tipo de entrada, por los test. De ahí que el propio Herreruela reconozca que el modelo, complejo y costoso, es poco viable más allá de la infraestructura de un gran festival, por lo que reclama que los test puedan adquirirse en las farmacias. «Esta responsabilidad no se le puede traspasar al promotor, ya que no todo el mundo tiene la capacidad de montar centros propios de cribado. Lo que hace falta es que sirva para implementar un sistema que sirva para todo el mundo», destaca el director del festival.
A la espera de que eso ocurra, promotores españoles y europeos se han dejado caer este fin de semana por Barcelona para tomar apuntes y comprobar de primera mano si es viable y, sobre todo, sensato organizar un festival masivo con los contagios al alza. Al final, los indicadores ya se encargarán de confirmar si ha sido una genialidad o una temeridad.