Festival de Jazz de Vitoria: ambrosías de blues

El sexteto de la primera es un grupo de animación y ambiente al modo negro de estos momentos. De las bandas veteranas de rhythm & blues, les queda la actitud, aunque las maneras ahora sean más conservadoras y la elección de opciones instrumentales siga a pies juntillas el manual de las escuelas de música. Los argumentos de Lillian Boutté son actuales y sus recursos vienen del blues, el jazz, el soul y otras formas contemporáneas salidas de su cultura.

A todos ellos sirve bien la cimbreante voz de Lillian Boutté, cuya intención primera radica en localizar nuevos rincones expresivos. Pero el resultado es desigual. Hay momentos de acoplamiento perfecto, y otros en los que, repentinamente, se instala el borrón, sin que nada, que no sea resignarse, pueda hacerse. La Dirty Dozen es, en cambio, sinónimo de singularidad. Su música es suburbana y callejera. Rhythm & blues avanzado arropado por solistas apreciables y una sección rítmica segura como un menhir.

Su recital fue un derroche de energía e imaginación, con un discurso cargado de tensión expresiva y fertilísimos despliegues improvisadores. Doce instrumentistas de sólido comportamiento rítmico y extraordinarias ideas melódicas, que pasan de la euforia a la sobriedad con decisión, y procuran despojar a sus invenciones de los brotes convencionales.

Lo mejor de esta banda no es sólo que lo que hagan suene a nuevo, que así es; lo mejor es que convierten al público en socio natural desde su arranque en escena. Lástima que el estruendo del sonido empañase con demasiada frecuencia una propuesta que, en otras circunstancias, estoy convencido de que es transparente.