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Críticas de discos de la semana: Moby, Malamute, Liam Gallagher y Wilco

Nuestros especialistas musicales hacen un repaso de las novedades discográficas más interesantes de las últimas semanas

Portada del disco de Liam Gallagher

Varios autores

Moby: 'Reprixe Remixes'

(Deutsche Grammophon)

Por Jesús Lillo .

'After' es todo lo que viene después, y después de un 'after' siempre hay otro. Cuando una puerta se cierra, otra se abre, del amanecer al anochecer, y en ese proceso circular y vicioso no solo se encuentra atrapada, vivan las caenas, la gente que va dando tumbos por las aceras, sino la Deutsche Grammophon, venerable compañía discográfica que desde hace varias temporadas trata de sobrevivir al agotamiento comercial de su repertorio clásico con las más aventuradas -muy a menudo fallidas, lo importante es participar- apuestas musicales. Lo penúltimo ha consistido en traducir las obras maestras de Erik Satie al lenguaje de la música electrónica, o algo parecido. Que venga Walter Carlos y lo vea, y que el cielo los juzgue .

No es fácil determinar quién empezó esta pelea a deshora, si los compositores que, procedentes del circuito antes conocido como 'indie', se cansaron de las superestructuras de un pop estancado e incluso involutivo y se pusieron a darle a la sesera y la tecla, por elevación, desesperación o curiosidad, o si la culpa fue de una compañía que intuyó el comienzo de un nueva era y se echó a la calle con la grabadora puesta. El hambre se juntó con las ganas de comer y la permeabilidad se hizo vinilo.

Por la Deutsche Grammophon (classical music label since 1898, la veteranía es un grado) han pasado en los últimos años gente tan dispar y consumible como Sting, Tori Amos, Elvis Costello, Bryce Dressner (The National), Nick Cave, Benny Anderson (ABBA), Balmorhea o Rufus Wainwright. Ahora es Moby el que se instala en la cabina de una compañía para la que el año pasado editó 'Reprise', relectura presuntamente clásica, por orquestal, de sus grandes éxitos, y cuyo anexo, 'Reprise Remixes', representa ahora el acabose.

Esto es como la masa de las croquetas: si le sobra leche, se le añade harina, y viceversa, hasta alcanzar el punto deseado y que la masa se salga de la sartén y lo ponga todo perdido. Más leche. Más harina. Un no parar. La nueva croqueta de Moby es el resultado de deconstruir en el estudio una obra sintética para hacerla analógica -más leche, suavecita- y luego, en un contradiós, entregarla a un grupo de remezcladores para que vuelvan a meterle caña, máquina y harina, hasta dejarla más o menos como estaba hace más de veinte años. Como distracción no está mal, pero ni siquiera tiene sentido como ejercicio de estilo.

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Malamute - 'Una gran decepción'

(Intromúsica)

Por Fernando Rojo .

Hay que tener mucho arte para cantarle las cuarenta a saber a quién en un estribillo 'a priori' inocente como el de 'Tu signo del zodiaco', pero que se remata con la frase «Sé que eres un mierda, me lo ha dicho mucha gente». Hay que carecer de complejos para reconocer abiertamente que tu objetivo vital pasa por que alguien te compre una casa en El Sardinero, para «no pensar nunca más en el dinero». Y ya el colmo del desparpajo es convencer a Ariadna de Los Punsetes para que coree una de esas frases geniales que Irene -la voz cantante de Malamute- va soltando al doblar cada esquina y que su compañero Diego anota compulsivamente para ir armando las letras de sus canciones: « Si me das un palacio y buenas vistas, puede que te meta dentro de mi lista ». Insuperable.

Hace justo dos años, cuando empezábamos a desconfinarnos, el dúo cántabro-madrileño bombardeó nuestro letargo con 'La espiral' y 'Todo el mundo está en Japón', dos misiles de largo alcance que marcaban el camino a esta 'fábrica de hits' (acertada definición de su productor, Carlos Hernández Nombela) que es Malamute y que se ha ido perfeccionando hasta desembocar ahora en su primer álbum, 'Gran decepción'. Si todo grupo indie intensito debe invocar como referencias en sus inicios a Radiohead o a Jesus and Mary Chain, los Malamute se quedan tan anchos reivindicando a La Oreja de Van Gogh, hasta el punto de que nos amenazan con lavarnos la boca con jabón si nos metemos con ellos. En lugar de cine checoslovaco de los ochenta, admiten que les gustan las pelis de Hugh Grant y de Meg Ryan . Y así todo.

Lo que en otros grupos olería a autoparodia o a impostura, aquí te lo terminas tomando en serio. Uno se imagina a Irene metida todo el día en casa viendo pelis malas y protegiéndose de un mundo exterior hostil en el que acechan personas a las que no quieres volver a ver. «Siempre me hago ilusiones y son todo decepciones», proclaman en mitad de una melodía chispeante que invitaría a cantar a la paz y al amor, cosa absolutamente imposible para Malamute. La voz aniñada de Irene es un señuelo con el que colarnos canciones que finalmente están más cerca del punk que del tontipop . Una rareza que, en contra de lo que indica el título del disco, no decepciona en absoluto.

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Liam Gallagher - 'C'mon You Know'

(Warner Music UK)

Por Javier Villuendas .

En 'Too Good For Giving Up' escuchamos una steel guitar entre los arreglos de una balada con aroma folk que abre las compuertas de la imaginación a que el bueno de Liam Gallagher decida algún día marcarse un disco completamente de otro género (country, chanson, rap, heavy...) y se salga del zulo de confort y éxito comercial en el que se asienta , un magisterio de pop-rock canónico heredero de los Beatles y los Rolling, y arriesgue en otras parcelas que sus ídolos genialmente transitaron también (unos más que otros) y que él mismo, aquí, en 'C'mon You Know', prueba tímidamente pero con apreciables resultados.

El exOasis sabe hacer muy bien canciones, cómo no, por ejemplo 'Diamonds In The Dark', blasón de la elevada capacidad melódica del mancuniano, pero la mayor gracia de este tercer disco en solitario son sus desvíos a otros ambientes más suaves como la etérea 'More Power', que abre, coda psicodélica final a lo Brian Jonestown Massacre, la anteriormente mentada o 'Moscow Rules', coescrita con Ezra Koenig de Vampire Weekend antes de la invasión de Putin, deja claro en sus entrevistas, con sugerentes teclas, cuerdas y vientos y el broncas de los Gallagher de baladista crooner en su máscara más excitante, ojalá un disco entero por ahí. Lo peor es que es su álbum más aperturista. Lo mejor también . Si Oasis no eran nada originales cuando salieron, treinta años después seguir chapoteando en las aguas estancadas del rock es una decisión estética somnífera.

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Wilco - 'Cruel Country'

(Words Ampersand Music)

Por David Morán.

Ahora que se cumplen veinte años de 'Yankee Hotel Foxtrot', voladura descontrolada que casi acaba con la banda y clase magistral de cómo construir una obra maestra de espaldas a la industria, van Wilco y se sacan de la chistera un disco doble de puro country . Como lo oyen. 21 canciones, una hora y cuarto en el zurrón, de espacios abiertos, llanuras polvorientas, 'steel guitar' en versión panorámica y traqueteo como de locomotora que va escupiendo vapor y cubriendo kilómetros despreocupadamente. Así, desandando el camino y cerrando todas las compuertas, trampillas y ventanucos que han abierto desde que cambiaron de marcha con 'Summerteeth', los de Chicago vuelven a casa. A las cenizas de Uncle Tupelo y el aroma clásico de 'Being There'. A los cimientos sólidos de 'Hotel Arizona' y a esa Mermaid Avenue en la que tropezaron con Billy Bragg. A Gram Parsons y The Band. O eso es lo que quieren que creamos ahora que 'Cruel Country' les reconcilia con un estilo que habían manoseado y volteado hasta dejarlo prácticamente irreconocible.

«Nunca nos hemos sentido particularmente cómodos aceptando la definición o la idea de que estábamos haciendo música country. Pero ahora, después de haber dado unas cuantas vueltas, nos resulta emocionante liberarnos y aceptar la simple limitación de llamar country a la música que estamos haciendo», reconocía Jeff Tweddy, cantante y compositor de la banda, a la hora de presentar en sociedad un disco que, en realidad, no es otra cosa que el retrato de una banda reflexionado sobre su propia naturaleza y las turbulencias que sacuden a su país. «I love my country, stupid and cruel», que canta Tweedy a modo de resumen en la tierna 'The Plains', despedida y cierre de un álbum que, a años luz de las aventuras sónicas de 'A Ghost Is Born', agavilla baladas suaves y melodías confortables, americana en su versión más manejable y campestre, a modo de catarsis postpandémica.

Un ejercicio de estilo que va más allá de lo puramente formal gracias a la puntería de 'Falling Apart (Right Now)', 'Tonight's The Day' y, sobre todo, de la 'catstevenesca' 'Bird Without a Tail / Base Of My Skull', canciones que quizá no encierren grandes revelaciones ni alienten revoluciones pero que enmarcan el momento exacto en el que los seis de Chicago se sentaron a planear su siguiente movimiento. He aquí, pues, un disco bisagra que a la primera escucha desconcierta, a la segunda crece una barbaridad y a la tercera enamora con la desarmante sencillez de 'Tired Of Taking It Out Of You'.  En ambos casos, eso sí, se hace largo. Demasiadas canciones para tan poco movimiento.

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