Aix-en-Provence se coloca en la 'pole position'
La temporada musical de verano tiene este año en el Festival de Aix-en-Provence una referencia inexcusable
La temporada musical de verano tiene este año en el Festival de Aix-en-Provence una referencia inexcusable. Mientras otros festivales de referencia acusan en su programación la huella de la parada que la pandemia provocó en 2020, el evento francés saca pecho proponiendo una ... programación ambiciosa. Con agilidad y decisión, Aix-en-Provence se refugió el pasado año en #THE DIGITALSTAGE para reponerse ahora con ocho nuevas producciones operísticas, conciertos y otras actividades colocadas en un arco temporal que desde Monteverdi alcanza varios estrenos contemporáneos. La descripción de las propuestas más inmediatas es suficientemente elocuente: a la novedad de 'Innocence', ópera de la compositora finlandesa Kaija Saariaho sobre libreto de Sofi Oksanen , y 'The Arab Apocalypse', oratorio del autor israelí-palestino Samir Odeh-Tamimi, se unen el espectáculo 'Combattimento, la Théorie du Cygne Noir', lamentaciones, madrigales y fragmentos instrumentales del XVII italiano; 'Tristan e Isolda' con Simon Rattle y Simon Stone ; y 'Falstaff'', con Daniele Rustioni y el siempre brillante Barry Kosky que, en residencia, repiten con 'El gallo de oro', de Rimski-Korsakov.
Lo novedoso se impone transversalmente en una programación que no olvida los argumentos que han caracterizado al festival en los últimos años. La mirada a la realidad mediterránea está implícita en el carácter de una región que se perpetúa como paso de flujos migratorios. Visto desde la actualidad, el retrato se gestiona en la proliferación de idiomas y estilos, con la apoyatura argumental (hoy desgraciadamente inevitable) de la muerte. Pierre Audi, director de Aix-en-Provence apuntala estos datos al explicar la edición, sin olvidar una perspectiva también vigente e imprescindible: el punto de vista que, en un mundo desconcertante, al menos para los veteranos que proceden de un orden gobernado por parámetros que están en entredicho, puedan ofrecer las generaciones más jóvenes. A ellas representa Klaus Mäkelä , joven prodigio de la dirección orquestal, responsable de la Orquesta de París y figura asimismo esencial en el desarrollo del actual Festival Internacional de Música y Danza de Granada, o la directora de escena Lotte de Beer que, a sus 37 años y a punto de dirigir la Volksoper vienesa debuta en Aix con 'Las bodas de Figaro' en colaboración con el director musical Thomas Hengelbrock . La propuesta, construida en coproducción con el Teatro Real de Madrid, ha servido para inaugurar el festival en la histórica sede del Palais de l'Archevêché.
Hace dos años que Lotte de Beer pasó por el Liceo de Barcelona colocando a 'Los pescadores de perlas' en el plató de un 'reality show' al estilo de 'Supervivientes'. Ante la falta de comodidad y el evidente desconcierto que la rotunda y enormemente talentosa directora es capaz de provocar sobre la audiencia se habló entonces de una peligrosa banalización. Como defensa está el teatro épico de Brecht, pilar imprescindible en una concepción escénica decididamente comprometida y militante: la lucha de clases, la asimetría entre sexos y generaciones son asuntos que se comprimen en una obligación defendida con indudable visceralidad. Por eso llama poderosamente la atención que también se haya convocado a Hengelbrock al frente de su Balthasar Neumann Ensemble, defensores de una propuesta musical de extrema exquisitez tímbrica y estilística, de un refinamiento conceptual que choca de pleno con el eslogan escénico: si arriba el espectador se mantiene inquietantemente observador, lo que emana del foso se remansa en una elegancia suprema, a veces tan cauta que deja anestesiado el poderoso concertante final del segundo acto y la conclusión de la obra.
Y, sin embargo, es evidente que Hengelbrock y De Beer han colaborado amigablemente pues ambos participan de un reparto que prefiere la credibilidad de la caracterización musical, tan singular en una obra que implica momentos sublimes. Habría que hacer la excepción de Lea Desandre, cantante vinculada a la Académie del festival, pues su Cherubino adquiere un encanto muy especial con un interpretación teñida de buen gusto, afianzada en el 'legato', en un ligero y expresivo vibrato que otorga al personaje un halo de contradictoria melancolía. Lo sugiere la entrada en escena vestido con gorra girada y ropa deportiva 'oversize', perdidamente enamorado y condenado a una ardiente sexualidad que le lleva a formidables erecciones ante la Condesa y a codearse con una variopinta colección de penes de peluche. Hay risas entre los espectadores y aplausos, en varias ocasiones a lo largo de la representación, no tantos como se prevén pues De Beer intenta alentar el fenómeno con dos luminosos que rigen los aplausos y las carcajadas. Pero ella sabe, pues no camufla sus propósitos, que todo ello requiere aprendizaje, particularmente ante una audiencia que viene educada en las formas dramáticas tradicionales.
En cuanto al resto del reparto, se afianzó el miércoles en una interpretación musical que alcanza la solvencia tras un comienzo en el que las voces surgieron demasiado preocupadas por ceñirse a una emisión excesivamente neutra, a veces constreñida y, desde luego, normalizada. La condesa Jacquelyn Wagner consiguió en su 'Dove sono' cierto regusto no siempre estable. Julie Fuchs puso a Susanna en una dimensión humana y reflexiva en su aria final 'Deh vieni, non tardar'. El tenor chileno Emiliano González Toro alcanzó finalmente muy buenas maneras y timbre esbelto asentando a Basilio 'In quegl'anni'. André Schuen resolvió el papel de Figaro con mejores propósitos musicales que alegrías, y el rumano-húngaro Gyula Orendt dibujó al lúbrico conde con agilidad escénica y buena disposición, particularmente en el aria 'Vedrò mentr'io sospiro'.
Decididamente, el teatro de Lotte de Beer gana la partida porque la puesta en escena de 'Las bodas de Figaro' inclina la totalidad hacia el acontecimiento teatral y se crece en una carpintería minuciosamente construida. Hay una declaración de principios en la pantomima sobre el Teatro dell'Arte que ágilmente se representa mientras suena la obertura en juego con la cama solitaria de Figaro / Susanna. Aún los dos primeros actos se implican en el enredo sobre un escenario que se divide en dos estancias colocando a la izquierda el dormitorio y a la derecha un salón en un tiempo contemporáneo. El enredo escénico logra momentos importantes que bien pueden concentrarse en la desventura de la condesa quien, alrededor de su 'Porgi amor' intenta suicidarse tomando pastillas, tirándose por la ventana, electrocutándose en un barreño y pegándose un tiro. Asoma luego la extravagancia en esa especie de despedida de soltero que pone final al segundo acto antes de que el tercero se construya sobre un escenario completamente negro con un cubo de cristal, iluminado perimetralmente: el escaparate y la prisión de la humillada condesa, con quien De Beer muestra una decidida comprensión.
'Las bodas de Figaro' caminan con coherencia y sentido gracias también al buen uso de los recitativos (re)convertidos en parte esencial de una indagación que proporciona imágenes contundentes, invita a la reflexión y expresa cuestiones razonables. De Beer sabe que en el siglo dieciocho también hubo superficialidad, irreverencia y charlatanería. Y ese es el océano en el que se encuentra a gusto porque congenia con su voluntad crítica y socialmente vindicativa, decididamente necesaria y vigente desde una perspectiva actual, aunque sea contradictorio frente a la moral del 'lieto fine'. De ahí que la colorista fiesta de cierre, explícita manifestación de tipologías transfronterizas y utopía igualitaria tan propia de un estado de cosas dispuesto a trascender, por ejemplo, los límites del género, no alcance la misma comodidad en el proceso de traducción de la ópera de Da Ponte / Mozart. Es el detalle de una producción cuya frescura zarandea sin contemplaciones el exceso de somnolencia que con tanta frecuencia se instala en los escenarios.