Ángeles Blancas, a su manera
«María Stuarda». Música: G. Donizetti. Intérpretes: A. Blancas, J. Borrás, J. Calleja, A. Arrabal, D. Menéndez, Y. Montoussé. C. Asoc. Amigos de la Ópera, Orq. Sinf. Ciudad de Oviedo. Dir. escena: G. Zennaro. Dir. musical: R. Tollomelli. Lugar: Teatro Campoamor. Oviedo, 21 de enero.
Tras el arrollador éxito de Ángeles Blancas en la Ópera de Zurich interpretando, el pasado mes, el papel principal de «Maria Stuarda», de Donizetti se aguardaba en Oviedo su presencia con entusiasmo. A pesar de que la del martes no fue una de sus mejores noches, puesto que la regularidad no fue la nota característica de su actuación, Blancas volvió a revalidar su raza escénica, su acusado instinto dramático y capacidad para hacer suyas las grandes heroínas operísticas. El olfato y la inteligencia escénica de la Blancas consiguieron apagar ciertos problemas técnicos al inicio de su actuación que, conforme avanzó la ópera, fue a más.
No tuvo la soprano demasiada fortuna con sus compañeros de reparto, con bastantes problemas en líneas generales. Judith Borrás, de hecho, buscó imprimir cierta carnosidad al rol de Elisabetta, quizá demasiada, lo que llevó a desdibujar su impronta belcantista. Algo similar le sucedió al joven tenor Jospeh Calleja, con una voz natural de recursos, sin demasiada pericia técnica, severos problemas de afinación y de un hieratismo escénico lacerante. Los demás intérpretes cumplieron con dignidad, sin grandes alegrías, al igual que el Coro de la Ópera.
Lo más positivo e interesante llegó del foso, desde el que Roberto Tolomelli controló con gran eficacia y persuasión, tanto a una Orquesta Ciudad de Oviedo en buena forma como al irregular reparto, equilibrando en la medida de sus posibilidades. En ocasiones, así se agradece un trabajo como el suyo, entregado y de buen criterio. El contraste, en este sentido, entre foso y escena, fue un abismo en lo que a la producción se refiere. Fue, sin duda, una de las peores que hemos visto en el Campoamor la última década -y doy fe de que existe un nutrido catálogo de horrores-. Una absurda ambientación de opereta, a base de telones y elementos corpóreos que movían a la hilaridad, fatalmente iluminada y con una dirección de escena de Giampaolo Zennaro casi prehistórica en su concepción. Ausencia total de dramaturgia, descontextualizaciones y banalidad en la idea global del espectáculo marcaron la pauta de una velada que, con generosidad, se puede calificar de discreta.
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