Leonard Cohen: el retorno del hombre tranquilo (o no tanto)

El canadiense, que cumple 80 años el domingo, lo celebra con un nuevo disco producido por un antiguo escudero de Madonna

Leonard Cohen: el retorno del hombre tranquilo (o no tanto) isabel permuy

luis ventoso

Es una delincuente, pero la música le debe algo a Kelley Lynch. Gracias a ella, Leonard Cohen , que en 1994 se retiró a una montaña de Los Ángeles, para reencarnarse en vida en monje budista a dos mil metros de altura, tuvo que volver ... a la carretera en enero de 2008, cuando ya arrastraba 74 años (bien llevados, eso sí, y con la elegancia atemporal de la casa). Mientras Leonard meditaba, Kelley robaba.

Su contable y persona de confianza, la vieja amiga de toda la familia con la que incluso el inefable Leonard había tenido un lío, desvalijó las cuentas del poeta, bastante nutridas. De los cinco millones de dólares que atesoraba en su fondo de pensiones, le dejó 150.000. Lorca, la hija que acredita con su nombre la pasión de Cohen por el poeta granadino, dio la voz de alarma. Leonard se acercó al banco y detectó que la contable había detraído con su tarjeta 75.000 dólares de la cuenta personal del cantante . Al final, cuando Lynch fue detenida y llevada ante un tribunal, la Justicia elevó el robó a 8,4 millones de dólares.

Del dinero nunca más se supo y Cohen se vio obligado a reponerse en los escenarios. Era la segunda vez que el dinero lo presionaba destapar su talento: en 1967 dejó su paraíso griego de Hydra y viajó a Nueva York para hacerse cantante porque no podía vivir de la literatura, su primer afecto. Desde su retorno forzado de hace seis años ya no ha parado. A veces ha habido sustos, como cuando en el 2009 en Valencia se desplomó en el escenario por una intoxicación alimentaria. Pero al día siguiente ya estaba cantando en Barcelona .

Las giras han sido un rosario de llenos y buenas críticas. En el 2012, el auténtico judío errante presentó un disco, «Old Ideas». Ayer en Londres, en la Casa de Canadá, su país, dio a conocer uno nuevo, «Popular problems». En una sala atestada, periodistas de 27 países del mundo recibieron al clásico entre aplausos. Cohen, que como buen veterano todavía tiene el gesto conmovedor de llamar a los discos «long play», se mostró socarrón y caballero, como siempre, acaso con su voz de barítono un poco más queda.

La nueva entrega se llama «Popular problems» y es corta, poco más de 30 minutos, pero sustanciosa, en especial viniendo de un hombre que el próximo domingo cumplirá 80 años. Cuándo una periodista le preguntó cómo lo celebrará, sacó su sorna hebraica: «¿Me puede dar usted alguna idea?». Cohen, muy delgado, con barbita corta blanca, lucía el mismo uniforme que lleva en la «Popular problems» es corta, poco más de 30 minutos pero sustanciosacarátula de disco: traje oscuro bien cortado, camisa gris y corbata de listas. El sombrero en la mano, con su pelo cano peinado hacia adelante, y cierto parecido con el Mr. Spok más espiritual de «Star Trek». El mujeriego impenitente, el hombre que fue un mago a la hora de conquistar a las más bellas mujeres -andaba ya enfilando la sesentena y todavía mantuvo un amorío con Rebeca de Mornay, olvidada actriz de hechuras Barbie – se muestra todavía un poco más atento cuando pregunta una mujer. Las hechuras del galán, que perdido el físico conserva la afición.

El disco es excelente. Pero Cohen tiene la honestidad de admitir que es un éxito compartido. La música la firma a medias con Patrick Leonard, un eficacísimo alquimista, un teclista al que han recurrido como productor Elton John, Brian Ferry y muchas veces la astuta Madonna. «La mayoría de las ideas musicales vinieron de Patrick, con un poquito de modificación», reconoce. Cohen solo firma solo una pieza, «Born in chains», nacido entre cadenas, llena de ecos bíblicos, como si fuese una nueva «Hallelujah» para el siglo XXI.

Al parecer, llevaba más de 40 años dándole vueltas a esa canción, «la fui reescribiendo para ir acomodándola a mis cambios de posición teológica», dice el ex monje budista. No todo fue tan lento: «Algunas de las canciones vinieron con una alarmante velocidad», dice un hombre que hace manifiesto de la lentitud.

Aunque el disco se llama «Problemas populares», Cohen bromea y dice que él carece de «soluciones populares». La voz del maestro de Montreal –como le pasa al Dylan otoñal, su compinche del Chelsea Hotel- ya no está para muchas fiestas. Los años les han dado un sonido lija a lo Tom Waits. En el caso de Cohen, casi todo se queda en un recitado. En sus peores momentos, este tipo de recurso recuerda a aquellos singles que grababa en los setenta españoles el terrible y olvidadísimo Manolo Otero. Pero esta vez la variedad de la música, su riqueza, que va del tecno al country, pasando por ecos árabes y hasta algún ritmillo que se diría de la batidora del raï argelino, se acopla con naturalidad a la declamación del poeta, que como siempre descansa mucho en los coros góspel femeninos.

La nueva obra de Cohen se abre con un elogio de la calma: «Siempre me gustó lento. Lo lento está en mi sangre», recita. Como siempre, baraja sus temas eternos, el amor comprometido que se tuerce, la alabanza a su Dios, o su perplejidad cínica y llena de humor negro ante un mundo que va mal: «Hay torturas, hay matanzas, y hay todas mis malas críticas», canta. Llega a conmover cuando anuncia su intención de resistir: «La fiesta se ha terminado / Pero permaneceré de pie / Seguiré en esta esquina / Donde solía haber una calle».

Un periodista le preguntó por el referéndum escocés. El informador que conducía la velada, de la BBC, se quedó pasmado: «No le preguntamos nosotros por esto y le preguntan ¡los españoles!». Cohen se limitó a expresar su respeto por todas las convicciones. Pero cuando se le habló de Canadá, que está acechada también por el virus de la ruptura, recordó que «mi familia eran refugiados, vivieron situaciones terribles, y yo nunca podré olvidar la hospitalidad de Canadá». Se le entendía…

Leonard Cohen: el retorno del hombre tranquilo (o no tanto)

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