Aznavour, memoria y leyenda en el Liceo
El cantante francés revisó seis décadas de carrera con un emotivo y extenso recital en Barcelona
Aznavour, memoria y leyenda en el Liceo
Que a sus noventa años Charles Aznavour se aventure a decir que no piensa jubilarse hasta dentro de tres décadas suena a boutade mayúscula, pero después de verle en el Liceo dando saltitos y deslizándose al compás de «Les plaisirs démodé» y ... arrancándose, tras dos horas de recital, con una imprevista «La mamma», no hay más remedio que convenir que para el francés la edad no es más que una convención temporal que desaparece en cuanto pone un pie en el escenario.
No esconde el cantante que su voz ya no es lo que era e incluso ironizó, señalando el telempronter situado a pie de escenario, con que a su edad lo más normal era olvidarse de las letras, pero aún así se las apañó para firmar un emotivo y antológico recital de chanson melancólica, amores idealizados y melodías suavemente acunadas por la decena de músicos que le acompañaron en el Gran Teatro del Liceo.
El arranque, es cierto, fue algo accidentado, con «Les émigrants» cortada en seco hasta en dos ocasiones mientras los técnicos trataban de ajustar el sonido y el cantante buscaba el origen de un zumbido que le importunaba, pero en cuanto se solucionó el problema -tiempo que aprovechó para cantar, acompañado únicamente con el pianista, «El barco ya se fue»- todo fue rodado y Aznavour pudo reivindicarse como memoria viva y serena de la canción francesa.
Seis décadas de historia que un Aznavour revisitó entre constantes parlamentos en francés, guiños románticos, filigranas con el piano a cuestas y rescates de piezas como « Je Voyage» o « Habrá un despertar» y «Nuestra juventud», estas últimas cantadas en castellano. Fue el segundo tramo del concierto, sin embargo, el que mostró a un Aznavour más pleno y luminoso. Incluso su voz parecía menos frágil sumergida entre los arreglos de «She», «Il faut savoir», «Désormais» y «Les Deux Guitares», canciones que marcaron algunos de los momentos álgidos del recital y que llevaron al público en volandas hacia ese final de alto impacto emotivo coronado por «Mon emouvant amour», «La bohème» y una «Que c’est triste Venise» cantada en castellano.
Antes de eso, sin embargo, el cantante aún tuvo tiempo de exhibir genio abroncando a sus músicos cuando se atascaron con «De quererte así», un ligero traspiés que, sin embargo, no empañó una noche que acabó como era de esperar: con el público en pie, ovación cerrada y Aznavour imponiendo su leyenda desde el escenario. Una noche que, en cualquier caso, no supo a despedida, sino a punto y seguido. Quién sabe: quizá volvamos a verle sobre el mismo escenario dentro de otros diez años.
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