En el «backstage» con un telonero de los Rolling Stones

Sabino Méndez, músico y escritor, recuerda anécdotas y vivencias de la gira de 2007 cuando teloneó con Loquillo a la banda de Jagger

En el «backstage» con un telonero de los Rolling Stones abc

por sabino méndez

En el año 2007, tocando con mis viejos compinches de Loquillo y Los Trogloditas, teloneamos a los Rolling Stones en la parte española de su gira europea. Tocamos con ellos en Barcelona, en el Vicente Calderón y en el estadio de fútbol de El Ejido, ... en Almería. El circo que se movía en torno a los Stones consistía en un escenario de varios pisos y dos equipos que iban solapándose alternativamente para llegar a todas las fechas de la gira.

Loquillo acababa de cumplir cuarenta y siete años y yo cuarenta y seis. Ya no vestíamos las cazadoras de cuero y los vaqueros de antaño, sino sobrios trajes oscuros. Por tanto, el espectáculo de aquellas giras era que primero subíamos al escenario unos cuarentones nacionales vestidos como en un episodio de «Los Soprano» y luego nos relevaban unos sesentones extranjeros ataviados como para aparecer en una secuela de «Piratas del Caribe». Todos, eso sí, practicando un rock encendidamente carnoso que inflamaba al público de manera efectiva.

Viejos zorros

Los Stones eran viejos zorros muy astutos: vieron que la gente coreaba y conocía las canciones del grupo telonero local que nosotros éramos y en Barcelona nos conectaron a su pantalla gigante, cortesía poco habitual para con el telonero. Si Loquillo ya es alto, imaginad lo que es girarse tocando y ver a un Loquillo de ocho metros. Jamás mostraron ninguna actitud de prepotencia o superioridad. En el segundo piso de la parte trasera del escenario estaban los armarios de guitarras de Keith Richards y Ron Wood; sin decir una palabra siempre nos permitieron a los guitarristas acercarnos a curiosear marcas y modelos, dando educadamente por supuesto que ni se nos ocurriría tocar sus herramientas de trabajo.

Esa británica educación tenía su envés en la reserva que guardaba el grupo en viaje. Jamás los vi juntos fuera del escenario, ni en el Resort de Almería ni en ningún sitio. El último día, en El Ejido, su jefe de escenario (un tipo tatuado hasta las cejas) visitó nuestro camerino para felicitarnos porque se marchaba para poner en marcha el siguiente concierto en Montenegro. Precisamente ahí, en el lugar más pequeño de toda la gira -un campo de futbol polvoriento en medio del desierto-, pusieron a bailar a todo el mundo. La nube de polvo que levantaban los pies del público podía verse elevándose por encima de los focos del estadio. Ese era su medio natural. En lugares así habían aprendido lo mejor de su oficio, en polvorientos estadios del medio oeste americano, sudando el blues y siendo lo que mejor sabían ser: una gran orquesta de baile eléctrica dedicada al ritmo y blues.

En el «backstage» con un telonero de los Rolling Stones

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