Música para el final de la era Mortier
El relevo del director belga y su insistencia en mantener la polémica de «su sucesión» destilan toda la pasión de una ópera
Música para el final de la era Mortier
Nada más operístico que la puesta en escena del final de la era Mortier en el Teatro Real .
En el primer acto, desgraciadamente, hay un hecho triste, tan triste como es la grave enfermedad que afecta a Gerard Mortier, un cáncer detectado en mayo ... pasado que ha precipitado los acontecimientos. Pero Mortier es mucho Mortier. Y en lugar de concentrarse en la lucha contra la enfermedad y abandonar sus preocupaciones laborales, lo que ha hecho ha sido convertir esa lucha en su grito de batalla. El aria lo entonó ayer para sorpresa de todos: “No estoy muerto actualmente, aunque a alguno le gustaría que así fuese”, dijo a un periodista nada más salir de una sesión de quimioterapia . Esta es una imagen digna de una música muy intensa, de cuerdas infinitas y sombrías.
Segundo acto. Al tener noticia de su enfermedad, los responsables del Real trataron prudentemente de sondear a posibles relevos ante la eventualidad de que la baja del director belga se alargase en demasía e hiciera imposible su reincorporación. Ese movimiento no debió gustar al polémico gestor que concedió una entrevista a «El País» desde el lecho del dolor, en la que apuntaba quiénes eran sus candidatos idóneos para sucederle y advertía que no aceptaría a ningún otro (aquí debería sonar una grandiosa fanfarria para el fundador de una dinastía). Con independencia del acierto que puso en alguno de sus nombres, lo que no parece muy galante -y produjo una disonancia capaz de arruinar la función-, fue su afirmación de que ningún director español valdría, y sus valoraciones sobre la falta de tradición y cultura operística en nuestro país. El insulto hace crujir el escenario mal dispuesto, de manera vergonzosa, en esta apresurada producción.
Lamentablemente, este leit-motiv no es nuevo. Acusar de ignorancia a todos aquellos que disienten con sus maneras se ha convertido en parte de su encanto. El público que pedía incansablemente óperas de su agrado no merecía ese desprecio.
Tercer acto. En esta «ópera», además del protagonista, participa un elenco que entra y sale de la escena a medida que la trama se complica. El ministro Wert con un candidato de última hora como Pedro Halffter, un hombre con un papel extraño que inmoló su propia idoneidad con un comunicado incomprensible. El secretario de Estado de Cultura, José María Lassalle, sin duda informado y tratando de llevar a buen puerto el relevo con un director probado como podría ser Matabosch, sin aires de divismo (de los que alardea Mortier, que son de otras épocas y otros presupuestos) y un sueldo alejado de los 250.000 euros del belga. No es el oro del Rin, pero tampoco es la pobreza de Mimí.
Y volvemos a nuestra «ópera». Epílogo para el presidente de la fundación del Teatro, Gregorio Marañón... ¿Qué sabía o qué pensaba de los candidatos de Mortier? Es un enigma. ¿Cuándo se sumó al proyecto Matabosch? Es una incógnita. ¿Estaba de acuerdo en algún momento con la sucesión que quería imponer el belga? No puede saberse. Pero una cosa sí es elocuente. Ayer Mortier, recién salido de una quimioterapia, tuvo energía para despotricar contra unos (Lassalle, Wert, Recio...) con palabras muy duras y marcar distancias con otros (Matabosch...) Pero a Marañón ni le mentó, a él dedicó un sonoro, denso silencio. Ahora, quizá, tras el "tutti" del final, resulte difícil de interpretar.
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